Electa Arenal, memorias de una artista
especiales
Fragmento del mural Revolución cubana, de 1965.
Hace ya bastantes años, cuando en Holguín entrevisté al periodista Francisco García en su casa, me llamó la atención varios óleos en la sala:
-Son hechura de la artista Electa Arenal, a la que llamaban “La Mexicana” y quien dejó una obra muy valiosa en esta la ciudad a la que llegó acompañando a su esposo, el arquitecto Francisco Vargas, uno de los constructores del Hospital Lenin.
A su arribo, ella se interesó por el trabajo de los artistas más jóvenes y fundó un taller de artesanía popular, que se convirtió en cantera de autores. Después instauró el de Artes Plásticas, que agrupó a pintores, estudiantes y obreros. Muchos de ellos, ganados por la gracia del barro, se embullaron y llegaron a crear piezas muy originales.
Al recordarla, Francisco se refirió a la personalidad de Electa:
-Era de cabellos castaños, casi rubios. Matizaba su conversación con expresiones típicas de su país. En cuanto a su carácter, era muy complejo, contradictorio a veces. En lo que respecta a su labor, le preocupaba mucho la concepción del arte. Estaba al tanto de todas las corrientes estéticas. En el lenguaje de las imágenes plásticas quería expresar en toda su dimensión el proceso revolucionario. Como artista, se daba con pasión al trabajo, pues vivía enamorada de la forma y el color. También le gustaba la literatura; siempre tenía en sus manos algún libro interesante; además, hacía versos con relativa facilidad. Improvisaba una tertulia en cualquier lugar. Yo tuve oportunidad de oírla y su verso resultaba musical, de agradable rima.
Residió en la Unión Soviética cuando se desarrollaba la Segunda Guerra Mundial. De nuevo en su patria, ingresó en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda” y más tarde en la Academia de San Carlos. Tenía entre sus créditos haber pertenecido al equipo que ayudó a Diego Rivera, entre 1952 y 1954, en los murales al exterior del estadio de la Ciudad Universitaria y del Teatro de los Insurgentes.
Electa en Holguín.
A los 34 años falleció la artista al caerse de un andamio cuando trabajaba en el Polyfórum Cultural Siqueiros, en Ciudad México. Diría el gran muralista:
Electa Arenal se hubiera ganado el cariño de mucha gente, como se ganó el de los obreros de la construcción del Hotel de México, que llegaron con sus ropas de trabajo a hacer una de las últimas guardias junto a su féretro. Fueron los obreros que trataron de detener el andamio desde el cual ella se precipitó al suelo cuando trazaba en la bóveda del Polyfórum los contornos de un Adán y Eva, que siguen y seguirán allí amándose, para alimentar la marcha sin fin de una humanidad que busca la dicha elemental o necesaria. Con su muerte ese amor ha tenido un impacto de tristeza en todos los que la conocimos y seguiremos percibiendo cada vez que miremos cómo los hombres, las mujeres y los niños continúan avanzando en ese enorme mural que rinde homenaje a su heroica terquedad por conquistar una forma de vida más digna para el hombre.
En Cuba, la singular artista dejó las obras: Átomos y niños, 1963; Revolución Cubana, 1965 y los murales de bajo relieve Infancia, 1963; Maternidad, 1964 y Palomas, 1965.
De la pintora y muralista citamos uno de sus poemas de amor:
Mira, te pienso tantas veces
y no encuentro espacio y tiempo.
No sé dónde ponerme
ni cómo decir yo quiero,
yo tengo muchas razones,
imágenes de cosas que alzan vuelo,
pero no me encuentro en el mapa,
en la historia para mi nombre.
Y entre esas cosas que hace el hombre
todas me parecen cosas de cuerdos
extrañas a mi vida.
Me gusta caminar por los caminos,
mirar la caña, las palmeras,
me gusta ser más fuerte
para hacer montañas
pero no que hacer
para las horas que hay que descansar.
Me gustan las centrales,
los libros,
las trincheras
y lo demás no está vacío.
Un día supe yo
querer las cosas particulares,
una manzana para ti,
las ropas blancas arregladas,
el espacio universal dentro de un cuarto,
un día, digo yo,
me convencieron las personas;
las ropas son las femeninas,
la sonrisa guardada en la cajita;
la entrega con aprobación es lo normal.
Un día quise ser tan buena,
que hoy me siento vacía, simplemente.
Mira, te pienso tantas veces
que no hay espacio y tiempo para mi nombre,
te digo que quise ser tan buena
que quise ser lo que no era.
La rosa blanca es primavera;
quise ser pureza, entrega,
la suavidad en la pisada,
los cuidados,
la sonrisa esperando en la mañana;
quise ser la belleza querida por un hombre,
ver crecer en mi pelo flores
y en mis brazos verdes hojas.
Quise ser lo que no era;
por eso ahora me queda la amargura,
una flor tan violenta que no duerme,
que me muerde la boca,
que me ahoga el yo quiero;
desde esta flor te miro
y no te pido nada.
Añadir nuevo comentario