El Club Antiglobalista: Ucrania, el pasto y los elefantes
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Foto: BBC
Ucrania finalmente ha sido el pasto sobre el cual pelean dos elefantes. Los líderes del gobierno que asumió el poder tras el golpe de Estado de 2014 contra Yanukovich estaban envalentonados por el aliento constante de la OTAN, organización que no paraba de anunciar que haría cualquier cosa por defender la postura de Kiev. A la hora cero, las alianzas occidentales se resumen en sanciones económicas hacia Rusia y su cúpula gobernante y la promesa de Biden de que no intervendrá en la guerra. No es que Estados Unidos respete precisamente el derecho internacional, sino que nunca le importaron las vidas ucranianas ni la estabilidad de la región, posición evidenciada en el expansionismo de los atlantistas hacia el este y en el establecimiento de bases militares en la frontera con Moscú, así como en la venta de armas a Ucrania. Solo que, en el tablero geopolítico, para los norteamericanos no es importante la soberanía de Kiev, sino un mero pretexto, un rehén para lograr que se produzcan un conjunto de circunstancias.
Si se mira bien, el establecimiento de sanciones económicas para sacar a Rusia del mercado global e impedirle que se desarrolle y haga transacciones en las divisas es más importante para Washington que la defensa del gobierno ucraniano. Dicha meta está lograda. Además, Occidente consigue que se mantenga el sistema político internacional de Yalta, con Europa dependiente de Estados Unidos a través de la obsolescencia energética y de la compra de gas, elemento este que estaba en peligro con la puesta en marcha del NORD STREAM 2. Con esto, la OTAN tiene asegurada su existencia como brazo armado norteamericano y ejército globalista, ya que constantemente se esgrimirá su “necesidad” frente a una Rusia catalogada como agresora. La Unión Europea no tiene otra opción que continuar pagando el combustible a precios exorbitantes a las empresas norteamericanas, por lo cual su debilitación como bloque aumentará así como su servilismo a los Estados Unidos. Con las sanciones, Rusia y China cerrarán filas y el proceso de integración de Europa y Occidente con la expansión económica de las potencias euroasiáticas se ralentiza, lo que le da a los norteamericanos tiempo para reagrupar sus fuerzas y volver a competir en una carrera comercial que están perdiendo. La Ruta de la Seda, tras el aislamiento entre Europa y Rusia quedará dañada y el proyecto de la isla euroasiática está detenido por ahora.
La dinámica de la economía mundial tal y como venía desenvolviéndose en tiempos de paz iba a beneficiar el traspaso de poder a China, porque Estados Unidos no conduce ya los procesos productivos, comerciales y financieros. El poder ficticio de los norteamericanos se basa en el sistema de tratados derivado de Yalta, la presencia del dólar como divisa mundial y la existencia de su ejército como máxima fuerza planetaria. Todas esas condiciones pudieran desaparecer en un periodo de diez años. Era necesario un suceso mayor para frenar el crecimiento euroasiático, un pretexto que paralizara la reconfiguración del orden internacional y le diera a Washington la oportunidad de preservar las figuras políticas derivadas de Yalta. Biden es un presidente globalista por excelencia que privilegia aquellas políticas dirigidas con lógica imperial, aunque vayan en detrimento de la república. El capital financiero integrado por fortunas privadas, empresas y lobbies de poder está utilizando los restos del poder norteamericano para demorar el crecimiento de otras formas de hacer política y de utilizar los recursos. Ucrania, Kazajstán, Georgia, las repúblicas bálticas, etc., no son más que fichas baratas, que se compran con promesas como la de entrar en la Unión Europea, donde tendrían acceso a créditos bancarios y facilidades económicas y comerciales.
Ahora existe otra hipótesis de conflicto, alentada por los medios occidentales: la de la Rusia “malvada”, enemiga de la paz y la civilización, pretexto para que las empresas norteamericanas y su complejo militar industrial vendan armas. Si el 11 de septiembre del 2001 el fantasma fue el terrorismo islámico, ahora lo será la tensión con Moscú. Bajo esta premisa, los occidentales pedirán carta abierta para imponerse internacionalmente, aislando a sus enemigos globales y regionales, usando cualquier vía para la implementación de políticas intervencionistas y pasando de largo cualquier atisbo de legalidad o legitimidad del derecho internacional. La paz y la estabilidad se arguyen como causas, pero se pisotean en la práctica y se las denigra militarmente. La habilidad de Washington ha residido en provocar a Moscú tanto como fuera posible para hacerlo quedar como agresor. Ucrania, urgida por los créditos internacionales, se ha prestado para este rejuego geopolítico sin pensar en su gente y en las consecuencias.
Hipócritamente, ahora veremos a británicos hablando de imperialismo ruso, a norteamericanos esgrimiendo la bandera del progresismo contra un supuesto autócrata Putin que se impone a la fuerza, observaremos a atlantistas balbuceando de la paz global. Lo duro de todo esto es como se ha jugado con la paciencia de una potencia atómica que posee la segunda fuerza militar del mundo, sin que se tenga en cuenta que una equivocación pudiera extinguirnos como especie. El capitalismo extractivo y globalista no se maneja desde lógicas humanistas ni racionales, sino desde intereses bien particulares y egoístas que usan los resortes de la política. Se sabe que el lobby militar industrial tiene comprometido a Biden desde que financiara su campaña electoral. Por ende, el presidente debe cumplimentar una agenda agresiva, creando nuevos escenarios de conflicto después de la estrepitosa retirada de Afganistán y el fracaso en Siria. Otro tanto pasa con el lobby petrolero y gasífero que se beneficia con esta guerra en Ucrania y con la imposición de medidas que hacen a Europa dependiente de los combustibles norteamericanos. Mientras tanto, la falsedad en el Consejo de Seguridad de la ONU señalará a Rusia como único responsable, obviando las tantas veces que Ucrania entró a sangre y fuego en las provincias rebeldes del Donbass, promoviendo una limpieza étnica. Acciones violentas que fueron alentadas por Occidente, a sabiendas de que eran la chispa que incendiaría el campo. Esta doble moral de Estados Unidos y la OTAN llega al punto de comparar a Putin con Hitler, cuando fueron los occidentales quienes desde 1991 hasta hoy protagonizaron las más grandes masacres de civiles. De hecho, en estos momentos, Julian Assange, un héroe del periodismo libre, espera ser sentenciado a 175 años por el régimen de Biden, ya que no se le perdona que revelara los crímenes de guerra norteamericanos durante la invasión a Irak.
¿Qué le queda a la humanidad? Tanto la izquierda posmoderna globalista financiada por ONGs al estilo de George Soros, como facciones duras del neoliberalismo conservador como el clan Bush están del mismo lado apoyando a Washington en su cruzada anti Rusia. Los intereses hablan por encima de las ideologías, de hecho, no podemos explicar ya estos fenómenos en las dicotomías de izquierda y derecha, sino entre la agenda globalista y los proyectos que se le resisten y que constituyen un escollo para la meta de una sola gobernanza mundial hacia 2030 enarbolada por organismos como la ONU. El poder totalizador de Occidente choca con los obstáculos de su propia decadencia económica y la naturaleza obsoleta de los mecanismos políticos internacionales emanados de Yalta. Es un mundo donde Europa se desmorona como potencia mundial, donde Inglaterra intenta reeditar el Imperio tras el Brexit, donde Biden defiende la noción de excepcionalidad norteamericana (o sea que sea normal que ellos hagan lo que les dé la gana con los otros países). Las opciones ideológicas han cedido y hoy solo existen las posturas por intereses.
Sin embargo, no se puede explicar el mundo a partir de nociones viciadas por las posturas mediáticas dominantes, sino que tendrá que usarse la hipótesis de los beneficios materiales para determinar por dónde andan las posiciones de los actores políticos. Según esto, ni a los pobres ni a los ricos nos conviene una destrucción planetaria, por lo cual cabe suponer que se tensará la cuerda, pero no se romperá. La irracionalidad, la estupidez del sistema imperante en el globo nos lleva por otro lado a ser escépticos. Ahora, la palabra Ucrania será repetida en miles de millones de cables, estará en las redes en el tope de los temas de debate, pero las causas reales y los actores que mueven el conflicto no aparecerán, nadie o muy pocos irán a culparlos. Mediáticamente, Occidente venía preparándose para el actual escenario y lo usará a conveniencia los próximos años. El error reside en creer que Rusia y China no poseen capacidad de respuesta o que la humanidad está tan anestesiada que quedará impedida de entender de qué va todo. Décadas de bombardeo y guerra cultural han hecho su parte en la consecución de una masa amorfa y no pensante, pero la chispa de la razón sigue siendo consustancial a la gente y el sueño puede terminar.
El proyecto MK Ultra de la CIA es un mecanismo efectivo en la fabricación de falsos positivos ideológicos. Se trata de imponer una agenda belicista y de justificación a las causas de Occidente en las mentes globales. Ahora mismo, la hipótesis de conflicto anti Rusia está en marcha según esta lógica de trabajo. Montañas de titulares, descalificaciones, productos culturales, columnas y periodistas mercenarios sepultarán cualquier atisbo de claridad y, si tiene que llegarse a la confrontación directa con Moscú, también habrá quien apañe dicho proceder descabellado. La verdad y todas sus derivaciones éticas hace rato que yacen en una tumba. Todo el entramado globalista trabaja bajo los comandos y lineamientos del Imperio, o sea de esa entidad única capaz de establecer un poder totalizador que paralice y controle, que justifique y cree realidades alternativas y alejadas de la objetividad política.
Ahora mismo, el dinero más que gobernar, dicta y se está a las puertas del pugilato por un nuevo orden mundial, el cual se debate entre Occidente y Eurasia, entre Estados Unidos y China, entre Yalta y un nuevo sistema de tratados que respondan a la realidad multipolar imperante. El consenso de la ONU ha sido roto y queda esperar por reconfiguraciones y alianzas. Mientras tanto, Ucrania seguirá entre elefantes, aunque en dicho menester le vaya la vida.
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