El Club Antiglobalista: Hablemos, nuevamente, sobre el totalitarismo de George Soros
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George Soros
La primera visita que reciben los gobiernos recién electos en Europa ya no pertenece al FMI o el Banco Mundial, sino a George Soros. En América sucede otro tanto. Lo que antes funcionaba a través de organismos internacionales, que eran supuestamente responsables de asesorar las nuevas políticas económicas, ahora se trasmuta en un falso filantropismo envestido de “inclusión”.
La finalidad es imponer un visionaje único a nivel global, uno que deje pocas alternativas. Los objetivos del capital financiero, esos que le permitirán sobrevivir a su crisis, pasan por mundializar una manera de hacer, un tipo determinado de consumo y una cultura de la univocidad. Transitamos por una era en la cual, desde 2008, hay un agravamiento de los conflictos entre un capital cuya filosofía es el crecimiento infinito y un terreno de recursos finitos (planeta). Los amos del mundo saben que una recesión es más o menos inevitable y que su poder será afectado, así que realizan un control de daños, sobre todo disminuyendo la población.
Desde 1989 se conoce el Informe Kissinger de la CIA, un panfleto que Estados Unidos puso en práctica desde mediados del siglo XX, que declaraba la necesidad de disminuir el ritmo demográfico de los países, porque solo así se podría mantener la eficacia del sistema. Es obvio que tal meta pasa por la unificación de modos de vida y culturas. George Soros, desde la década de 1980, lidera un proceso global conocido como la oenegización de la política, o sea traspasar el poder a organizaciones no gubernamentales en manos de grandes fortunas, las cuales no son fiscalizadas ni por gobiernos ni por organismos, a cuya sombra se pueden hacer maniobras ilimitadas. El creciente control que la Open Society Foundation posee sobre Europa y su influencia en América, así como el lobbismo que es capaz de ejercer en el congreso de los Estados Unidos, la hacen hábil para establecer las mismas metas a muchas instancias.
La uniformidad en la vida es la meta de Soros, borrar las distinciones y las fronteras, para imponer un súper capitalismo donde el movimiento de activos financieros y mercancías no choque con las aduanas o el proteccionismo estatal. Por supuesto, un sistema así destruiría no pocas naciones en cuanto a niveles de consumo, aplastando las industrias y generando precariedad y desempleo. La solución que Soros propugna ante esa crisis es matar a los pobres antes de que nazcan.
Un desgobierno mundial globalista crearía una inconformidad tal, que las sublevaciones y la revolución serían casi inevitables. De ahí que se combata a los desposeídos desde el vientre. Se conoce de campañas de esterilización forzosa a mujeres en las zonas selváticas de América, sobre todo en Perú en tiempos de Fujimori. También en África. Pero sin dudas la lucha por el aborto, que financia Soros, persigue precisamente otro objetivo que no es el bienestar de la mujer. En la mayoría de los países donde la agenda globalista se instauró en el gobierno se hace patente el decrecimiento demográfico. Un experimento que ya se impuso en Europa. Y es que este nuevo orden va a destruir también los amplios tejidos de la clase media, los cuales se nutren de formas de empleo que desaparecen ante el creciente proceso de automatización de la industria mediante la inteligencia artificial. Es famoso el slogan del Foro Económico de Davos acerca de cómo viviremos en 2030: no tendremos nada y estaremos alegres. ¿Recuerdan la distopía de Aldous Huxley Un mundo feliz? Algo así parece fomentarse en los oscuros pasillos donde se reúne esta élite que sabe que se acaba el tiempo para renovar la faz del sistema.
En los últimos meses, la dependencia de los gobiernos hacia los organismos financieros aumentó. También, la influencia de Soros, quien condiciona los préstamos a cambio de favores políticos, lo cual ha hecho que se aprueben políticas tendentes a imponer la llamada sociedad abierta. No solo se hace patente la dictadura globalista en el orden bancario, sino también en lo mediático. Ahí están los sitios de chequeo de datos en Internet, que imponen una cultura de la cancelación a través de supuestos desmentidos hacia aquellas ideas que le son incómodas al magnate. Se ha demostrado que casi todos sirven a los intereses de la Open Society Foundation, la cual se declara hipócritamente defensora de la “libertad de expresión”. Y es que expresarse crítico de la idea de la sociedad abierta ya te depara el término de autoritario. Por ello existen gobiernos perseguidos por instancias poderosas, a los cuales se le generan oleadas de odio, de rechazo mediático y de cancelación, como por ejemplo a Putin. La oenegización de la política en manos de Soros ha impuesto una mafia chantajista a nivel global, contra la cual prácticamente nada ha podido, pues reúne todo un conglomerado de intereses puestos en función de eliminar libertades y derechos.
Klaus Schwab, el director del Foro Económico Mundial, globalista por excelencia, acaba de decir en su libro sobre la pandemia que la normalidad no regresará jamás. Además, aseguró que las condiciones de cuarentena fueron favorables a los poderes corporativos para imponer condiciones que, en tiempos normales, los Estados y la gente no aceptarían. Esto último se tradujo en un recorte sustancial de la democracia. El cinismo no puede ser más elocuente. Lo cierto es que, gracias a la Covid 19, tanto Soros como el resto del centro del capital financiero, han logrado implementar una dinámica de presiones y de lobbies allí donde antes existía Estado de derecho y más o menos legalidad. Se aprueban leyes por paquetazo sin que sean votadas en referendo, se imponen agendas ideológicas mediante los canales masivos de comunicación y se financian partidos y candidatos.
La respuesta de quienes defienden a Soros es ridícula: dicen que se trata de un anciano bondadoso, preocupado por las minorías, que por su propio riesgo y voluntad decidió poner la fortuna en esas causas. En otras palabras, se nos pide que creamos en el capitalismo y sus mesías “salvadores”. Todo lo que se oponga a esa visión es teoría de la conspiración o bulo y ahí están los sitios de chequeo de datos (pagados por Soros) para confirmarlo. Muy objetivo, muy neutral todo. Es como Bill Gates, quien se ha beneficiado del mercado de vacunas más que nadie y aún quiere que creamos que sus “predicciones” en torno a la pandemia son fruto de su supuesta genialidad como ser humano que está por encima del resto del rebaño y es capaz de ver más allá. Quien piense que el poder no está detrás de cada jugada mediática y que existe un azar ahí donde hay ganancia económica, califica por lo menos de ingenuo o de funcional a estos planes.
Nancy Pelossi, presidenta de la cámara estadounidense, ha ganado millonarias cifras en la bolsa durante la pandemia. ¿Cómo lo logra?, con información privilegiada, cosa que se nos veda al resto de los mortales. Eso la hace apostar a tiempo por determinados productos, que sabe que subirán de precio. Y así sucede con las crisis, que pueden crearse a ex profeso para generar ganancia para un pequeño grupo. Soros en persona es un maestro de dicho método y ha tirado abajo literalmente economías enteras, como sucedió en 1992 con el Banco de Inglaterra, cuando apostó contra la libra esterlina. El capital financiero se diferencia del industrial en que no requiere de un producto, no genera bienes ni servicios, sino que funciona como una cábala en la cual un grupito de accionistas usa su poder e información para controlar los picos de mercado. Desgraciadamente, la oenegización de la política a partir de la imposición de la Open Society como organismo ultra poderoso, abre las puertas para que estos mecanismos se mundialicen mucho más, colocando todos los recursos de los países en manos de los especuladores.
El mundo tiene que entender a George Soros y los entresijos del poder inteligente del capital, luchar contra sus madejas y ser capaz de crear una contracultura ante el globalismo. De lo contrario, ese ser humano vacío será el producto ovejuno y sumiso que habitará el planeta, para beneplácito de lo que ya viene configurándose como un nuevo orden mundial. Más que teoría de la conspiración, el poder de estas agencias de ingeniería de masas es una maquinaria efectiva de dominación y control, capaz de establecer pautas de comportamiento y paradigmas culturales hegemónicos. La intelectualidad orgánica al globalismo la tenemos en nuestros ordenadores y celulares. ¿O creeremos en las “bondades” de Zuckerberg? Millones de datos, de interioridades, pasan a integrar el universo de poder de estas elites sin que lo sepamos. Nuestras vidas, segundo a segundo, son registradas y luego van a manos de programadores que diseñan algoritmos y líneas de mensajes. Ya existe la capacidad tecnológica para ejercer una dictadura peor que la de los libros de Orwell y Huxley, pero la anestesia mediática nos impide verlo.
Quizás el siglo XXI entrañe la creación de un nuevo sistema global, pero no pinta que será más justo. Hasta ahora, se nos venden ideas como la “inclusión” o la “sostenibilidad”, pero hay que recordar cuántas veces el propio capitalismo alzó como banderas otras tantas palabras hermosas (libertad, igualdad, fraternidad), que terminaron siendo sus opuestos. Creer en la propaganda, tragarla acríticamente, nos hace también en parte funcionales a la nueva hegemonía y convierte cualquier conato de lucha en ejercicio estéril. Un mundo despoblado no es necesariamente mejor, sino solo más fácil de dominar, con mayores recursos para la élite y sobre todo con inmensas cantidades de seres humanos muertos y cuyas identidades culturales y costumbres habrán desaparecido.
El mito de la caverna de uno de los diálogos de Platón nos dibuja una metáfora que se aviene en cuestiones de globalismo: mientras estamos alelados por las sombras, no nos atrevemos a adentrarnos en la gruta donde arde el fuego que quema, pero que permite visualizar con claridad lo que sucede. Así hemos estado como humanidad, creyendo en ideas cuya esencia solo favorece a minorías privilegiadas. Urge no solo esa contracultura que confronte, sino la valentía que ponga en práctica un plan de acciones. Solo la verdad dolorosa salva y liberta. Tal es la verdadera y única alternativa.
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