Del amor estamos hablando...
especiales
«Que nadie interrumpa el rito, queremos amar en paz, para decir en un grito Cuba va...» ¿Les ha pasado que una canción se les atraviesa en la garganta y da igual en qué momento de la jornada, tan solemne o inapropiado estén, ella viene y obliga a tararearla? Pues así llevo días con este tema antológico de la Nueva Trova.
Entre las angustias personales, debido a que tengo tres bellas sobrinas en Puerto Esperanza, justo por donde Ian decidió hacer sus últimos estragos antes de salir del territorio nacional, la tristeza enorme porque me he tomado muy en serio aquello que otros solo mientan a conveniencia: «Cuba es de todos», así que me duele el sufrimiento de cada pedacito de este archipiélago y el orgullo que revienta el pecho cuando veo artistas, hermanos míos, como Kcho o Raúl Torres, partir sin pensarlo dos veces a acompañar a esa gente fuera de liga que no se entretiene en el muro de las lamentaciones, quizás porque han perdido tanto, que ya ni vale la pena quejarse, pero también porque a fuerza de vientos han aprendido que el camino más corto es leventarse y trabajar, unirse, compartir, dar y recibir cuanto de amor les llega.
Y es que justamente del amor estamos hablando, de hombres y mujeres, niños y niñas, de seres humanos. De un lado, están los que llevan más de una semana sin corriente, pero no les parece tan grave porque tampoco el huracán les dejó refrigerador, ni ventilador, ni techo propio donde guarecerse, ni colchones para descansar; entonces no descansan, levantan los pedazos de pueblo que cada quien pueda cargar, recomponen lo que tenga remedio, buscan alternativas y confían. No digo que todos elijan confiar, pero está aquella vieja creencia de que cuando «la cosa» se pone tan mala, lo bueno tiene que venir, pues para peor no hay más paradas.
Junto a ellos, cubanos y cubanas que, aun sin luz y sin agua, salieron a acompañarlos, como podían: Arnaldo Rodríguez y Talismán le regalaron una canción a Pinar del Río; un grupo de jóvenes emprendedores apodados «Ángeles nocturnos» se fueron hasta allá con todo lo que lograron recopilar de alimentos, aseo, útiles para estos momentos difíciles y, al decir de su líder, Daniel Abnel, «con mucho amor, para que sepan que el corazón de Cuba está con ellos»; un diplomático se puso las botas de faena, cerró la puerta de su apartamento, que también tenía la luz apagada, y se fue a Puerto Esperanza, porque primero que todo «a Cuba hay que quererla»; el esposo de mi amiga, que es trabajador civil de las FAR, olvidó sus padecimientos del corazón para sumarse a los soldados y oficiales de esa fuerza y del Minint a la limpieza de la ciudad; una adolescente habanera cumplió años en medio del drama y consoló a su madre con una frase: «no te preocupes porque no puedo celebrarlo, eso no es importante, yo lo tengo todo, ahora mismo en Pinar hay muchas niñas que se quedaron sin sus casas».
Y también había otras niñas en todo el país que, a esas horas, estaban lejos de sus padres porque andaban trepados en postes reparando líneas de la Empresa eléctrica, o de las comunicaciones; madres que se comían las uñas pensando en el peligro de sus hijos valientes que fueron, una vez más, a cumplir el deber, a hacer lo que les toca. Ellas también perdieron quizás el último paquete de picadillo, pero a la luz de un mocho de vela, imagino, solo podían pedir por ellos a cualquier santo que quisiera protegerlos.
De ese mismo lado estaban mis vecinas y los peques de mi edificio, que bajaron a limpiar el jardín, «para ir haciendo algo»; la señora que cocinó el pollo y repartió en la cuadra; aquella familia increíble de Alamar que encontró el modo de cargar los celulares de cuantos andaban cerca; Luis Franco, el cantautor que hizo lo mismo con su bicicleta eléctrica; los trabajadores de varios hoteles capitalinos que por nada del mundo te aceptaron un peso por ponerte a cargar el móvil...
Del otro lado, los que sí le pusieron precio a la solidaridad, como si eso fuera posible; los que convirtieron el derecho legítimo a reclamar sus derechos (valga la redundancia) en indolencia y egoísmo; los que creyeron, como el aldeano vanidoso, que el mundo entero es su aldea. Del otro lado están los oportunistas, los de la puñalada trapera, los del beso de Judas, los sietemesinos que no tienen fe en su tierra, los mercenarios.
En el medio, se quedó la gente sin luz y, perdón por la franqueza, sin luces para descubrir la manipulación; también gente agotada, estresada, desesperada...
Y entre tanto, esta canción caprichosa recordándome, minuto a minuto, en qué lado está mi lugar: «Puede que algún machete se enrede en la maleza, puede que algunas noches las estrellas no quieran salir. Puede que con los brazos haya que abrir la selva, pero a pesar de los pesares, Cuba va».
Fotos: ACN
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