Cuestión de telones
especiales
Imagen: tomada de es.quora.com
Solo ayer pude por fin recordar los apellidos de aquel “noviecito” que tuve en sexto grado y rápido lo busqué en Facebook.
Llevaba tiempo tratando de recordar el nombre completo de quien decía que yo era su novia, y yo decía que él era mi novio, aunque nuca hubiéramos hablado del asunto y mucho menos nos hubiéramos cogido siquiera una mano.
Pero fue tan bonito aquel amor platónico que nunca olvidé a aquel muchachito flaco, hiperactivo y pecoso, que hablaba tan rápido, que nunca se le entendía nada, como nada sabíamos de lo que era el amor de pareja.
Había tecleado su nombre y dos apellidos, así que el resultado de la búsqueda no podía estar equivocado, pero…
Me quedé mirando la foto, estudiando cada detalle y, sí, allá, al final de aquella mirada, estaba él.
Pero era un inmenso gordo de expresión bonachona rodeado de hijos y nietos que nunca hubiera identificado si me lo tropiezo por la calle.
Frente a la imagen volvió a resonarme el fragmento del verso de José María Vitier que había leído un rato antes:
La mañana siempre
alza su telón
cargado de futuro o de pasados.
Ya sea un telón raído o sea dorado.
Igual empieza la función.
De todos modos, ante los próximos telones por alzarse, igual crucé los dedos porque él nunca llegara a recordar mi nombre completo.
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