CRÓNICAS BIEN CORTAS: La felicidad a tres pasos
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Con el entusiasmo propio del año nuevo, aunque ya casi culmina enero, desde un banco del parque Villalón, una cincuentona delgadísima vio pasar a otra mujer que lucía bastante más joven, vestida como para el gym y apurada y, con aquel ímpetu que les cuento, le gritó:
«Laurita, ¡feliz 2024, mi niña!» La voz salió con unos decibeles que parecían incompatibles con su fisonomía. La muchacha, sin detenerse apenas, le respondió: «Ay, Yane, ¿quién puede ser feliz con lo mala que está la cosa?»
«Pues yo», volvió a gritar, como si Laurita estuviera al alcance de la respuesta y, seguidamente, me dijo: «La gente se ha vuelto mal educada, ni igualmente me dijo. ¡Qué va!, a mí el día no me lo amarga nadie…» Iba a seguir cuando llegó a toda carrera un pequeño ciclón en patines, de ojos grandes y rizos dorados: «Tía, te amo», soltó con un abrazo incluido, y siguió dándole vueltas a la fuente.
Aquello fue como si le dieran cuerda: «Yo no pude tener hijos; mi hermano tiene tres, esta es la más pequeña. La cosa se puede poner malísima, que mientras ella me haga estas cosas, no hay quien me quite la felicidad. La gente no sabe ser feliz, tan fácil que es… El otro día estaba repasando a mi sobrino, el del medio, y lo puse a escribir un párrafo sobre la felicidad, porque yo lo que quiero es que aprendan a ser felices. Le dije que el título debía ser “La felicidad a tres pasos”. Y él, que no estaba para eso, empieza a hacer preguntas para mortificarme: “¿pero pasos de hormiguita o pasos de elefante?, ¿en tenis o en tacones?” Y le dije: “bueno, eso depende de ti”».
Yo sé que tenía mucho más que contarme aquella desconocida, pero al fin llegó mi hijo con la llave de la casa y me despedí deseándole toda la felicidad del mundo este año. Ella me respondió sonriente: «Eso está seguro, porque mis tres pasos los hago en patines, como la niña».
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