CRÓNICA BIEN CORTA: Vivir en Macondo
especiales
El gran Gabriel García Márquez cumpliría este domingo 95 años.
Mi padre me puso un día en las manos un ejemplar de Cien años de soledad y me dijo: «es hora». Yo tendría unos 13 años y esa obra significó mi tránsito de una literatura infantil y juvenil a las lecturas mayores. Me leí la novela en dos días: almorzaba y comía con el libro al lado. No hice otra cosa ese fin de semana. Cuando terminé, mi padre me miró orgulloso: «ya formas parte de una legión, ya eres ciudadano de Macondo».
Con los años conocí a decenas de conciudadanos. Gabriel García Márquez había creado un espacio común que trascendía la geografía y el tiempo. Después leí todas las novelas del Gabo. Todas. Y buena parte de su periodismo antologado. Pero solo he regresado de cuando en cuando a dos de sus novelas: Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera. Es una especie de ritual: las releo cada cinco o seis años. Y cada relectura es un reencuentro con el adolescente que fui.
Mi padre me decía: «el ciudadano de Macondo, viva donde viva, tiene que regresar cada cierto tiempo. Hay que renovar el pasaporte».
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