Contradicciones de la «libre» opinión
especiales
Las reacciones violentas frente al comentario de la periodista Lied Lorain Guerra sobre la telenovela El rostro de los días no es un fenómeno nuevo, aunque si amplificado en las redes sociales, donde también hubo muchas coincidencias con sus puntos de vista sobre ese producto televisivo que tuvo una notable repercusión social, la cual la convirtió en asunto de interés del Noticiero Nacional de Televisión.
Las valoraciones no complacientes sobre personas, sucesos, obras de pretensiones artísticas no son bendecidas en ninguna parte del mundo, ni lo han sido en ninguna época. Los artistas que suelen tener una mirada cuestionadora de la realidad no la tienen con sus obras, los humoristas, incluso, se ponen muy serios cuando se señala cualquier aspecto no convincente en su quehacer. Todas y todos claman por críticas para los otros, para sí no.
En ese contexto histórico universal el periodismo de opinión en Cuba siempre ha tenido que sortear no pocos escollos. El hecho de ser una sociedad acosada desde el exterior condicionó un fuerte espíritu de autodefensa, que ha signado a todos los intentos de hacer factible el socialismo, porque ciertamente esa aspiración ha sido atacada con particular saña desde su surgimiento y tuvo particular influjo en la prensa.
Sin embargo, en el terreno de las artes siempre hubo una mayor presencia de la opinión sobre las diversas ramas, con la consabida reacción poco receptiva de quienes se sentían afectados, que intentan generalmente negarle al que señala lo que no considera efectivo, los conocimientos para hacerlo, sin tomar en cuenta las diferencias de la crítica en revistas especializadas con los comentarios periódicos del devenir cultural, para los cuales está preparado cualquier profesional del periodismo con título universitario, mirada atenta y vocación por el tema.
Tengo una larga experiencia relativa a las reacciones frente a cualquier opinión que “empañe” ciertos estados de gracia ocasionados en parte de los públicos por la simplicidad de realizaciones acomodadas a propiciar, a los posibles receptores, lo que ellos disfrutarán sin ningún esfuerzo, reforzando los ideales del bien, del mal, de la felicidad desde las primeras narraciones de príncipes y princesas y hadas, que luego se convirtieron en historias de ricos y pobres salvados por la varita mágica del dinero, según las novelas de Corín Tellado.
Aunque la radio novela y la telenovela tienen una larga historia en el consumo popular en Cuba, me pareció valioso que guionistas y realizadores nativos intentaran aprovechar las reglas dramatúrgicas de esos géneros y su popularidad para estimular el interés en los más variados asuntos desde los años 60 del anterior siglo. Y sentí traicionado ese propósito creativo cuando se decidió exhibir La esclava Isaura, al estilo de las telenovelas jaboneras del pasado.
Mi opinión contraria, en las páginas de Juventud Rebelde, a lo que consideraba un retorno injustificado provocó una repulsa de proporciones escandalosas, estimulada también por la televisión que acudió a muy connotados intelectuales para justificar su propuesta. Llegaron literalmente sacos de cartas al periódico y de pronto estaba convertida en el enemigo público número uno. Eran los años iniciales de la década del 80 del Siglo XX.
Ese episodio, que creó preocupaciones sobre mi seguridad física en no pocos de mis allegados, no limitó mi convicción sobre la importancia de dar opiniones sobre distintos aspectos de la realidad y las pretensiones en lenguaje de ficción, o cualquier otro recurso expresivo, de mostrarla, no por considerar que tuviera la razón o que era infalible, sino porque las opiniones propias, argumentadas, generan otros criterios a favor o en contra y hacen mover el pensamiento, condicionan que aparezcan aristas no tenidas en cuenta sobre un tema, propician polémicas indicativas de cómo anda la receptividad sobre un suceso, siempre y cuando esas respuestas no se conviertan en escarceos vanos, ataque y ofensas como ocurre en las redes sociales, donde es casi imposible establecer un diálogo porque cada cual cree que su opinión es la certera.
Cada opinión se construye sobre los presupuestos estéticos de cada cual, los referentes artísticos que se tengan, los criterios de la función social de las producciones para el consumo cultural, y es lógico que alguien entrenado en esos factores tomará en cuenta aspectos, detalles, simbolismos que no serán percibidos para los que asumen el ver una obra audioivisual como puro entretenimiento, lo cual suele ser para no pocos la función exclusiva de las telenovelas.
Los gustos, por otra parte, no sólo tienen relación con esos elementos descritos, sino con valores sentimentales, con la concordancia de ciertas experiencias personales, con el disfrute ingenuo de ver representadas las ilusiones que en la existencia real no logran realizarse con la misma facilidad que en algunas obras destinadas a su cultivo para conquistar públicos mayoritarios.
El divorcio entre las apreciaciones de la crítica y los espectadores se produce justo a causa de los enfoques completamente diferentes. El espectador no quiere que le cuestionen su disfrute y la crítica se propone mostrar las costuras visibles de cualquier realización, sus puntos débiles, sin dejar de reconocer lo que bien funcionó.
Es muy difícil lograr armonía cuando el pasar de los años demuestra que, por distintas razones, el gusto de una buena parte de los públicos se ha mantenido fiel a ciertos códigos y muchas realizaciones también, no sólo en Cuba, sino en todo el mundo, realidad que no justifica la agresión como método de discrepancia, pero ello está de moda en las redes sociales, donde cualquiera puede opinar, y de la manera que lo hace, demuestra cuál es su condición humana, de qué presupuestos parte y hace evidentes sus características culturales, elementos que hacen respetable o no su opinión.
El fenómeno de las redes sociales, los ataques persistentes por muy diferentes causas a personalidades de cualquier ámbito de la sociedad, debe llevar a una estrategia inteligente. No se debe discutir con la ignorancia y la maledicencia, no vale la pena darle relevancia a quienes no lo merecen y sí tomar en cuenta las formulaciones que ayuden a un mejor entendimiento.
En estos tiempos de desbordamiento de la “libre” opinión, donde todos se sienten con derechos a expresarse, Lied Lorain Guerra ofreció sus puntos de vista sobre El rostro de los días, los argumentos, y eso es absolutamente legítimo en su condición de periodista. ¡Ojalá que el NTV continúe ofreciendo valoraciones, aunque no sean complacientes, en su sección cultural, aprovechando el interés manifiesto de sus seguidores!
Muy saludable que la televisión tenga la capacidad y dé la oportunidad de analizar las luces y sombras de sus producciones, distanciándose del criterio de que no se puede ir contra sí misma y contribuya a polemizar sobre nuevos temas y problemas.
Tomado de Cubaperiodistas
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