Benedetti: cien años y la eternidad

Mario Benedetti tiene el privilegio de la obra compartida. Sus versos ya no son solo sus versos. Son también los de millones de personas que los memorizaron y los repiten aquí y allá, como si esos versos hablaran sobre ellos mismos y sus circunstancias. Esos son los poetas mayores: los que instalan en el ámbito de lo eterno las pequeñas cosas de la vida.

Mario Benedetti nació hace un siglo, en Uruguay, tierra de grandes voces líricas. Y ya pronto dio muestras de un talento extraordinario. En sus artículos periodísticos, en sus cuentos ejemplares, en sus libros de poemas. El suyo fue un itinerario pródigo; fue un escritor de mayorías sin necesidad de hacer concesiones populistas. Fue un cronista agudo y comprometido. Fue un hombre de inmensa estatura ética.

La izquierda latinoamericana lo asumió como símbolo; siempre estuvo del lado de los pueblos oprimidos, contra las dictaduras militares y económicas. Pero esa sensibilidad se desbordaba, iba más allá de la política y hacía de la política literatura.

Mario Bendetti amó a Cuba como una de sus patrias adoptivas. Aquí vivió, se fue y regresó una y otra vez, escribió textos esenciales, hizo cultura para la América toda. Casa de las Américas fue su casa. La sala Che Guevara se hacía muy pequeña cuando protagonizaba unos de sus recitales: cientos se sentaban a escucharlo, en sillas o en el piso, atentos a esa voz cálida y pausada. Benedetti recibía los aplausos con una leve sonrisa, con una humidad tan grande como su genio.

Benedetti se fue pero dejó el tesoro inefable de su obra… Dejó más: una celebración de la sensibilidad, ansias de vivir en la poesía. Por eso de cuando en cuando “aparecen” textos apócrifos, mejor o peor pergeñados. Ese, aunque no lo parezca, es también un privilegio. Significa que el poeta sembró hondo. Y que cada día recoge su cosecha.