Bañarse o no bañarse, ¿es la cuestión? (parte I)
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Foto: Getty Images
En estos tiempos de calor que asolan a buena parte del planeta, incluyendo a esta isla caribeña, pocas cosas hay más agradables y necesarias que tomar un baño.
Sin embargo, no siempre ha sido esa la manera de asumir la higiene corporal a lo largo de la historia de la humanidad.
En la edad antigua, el tomar baños estuvo asociado sobre todo a razones religiosas y sociales más que puramente higiénicas. Fueron los egipcios, por ejemplo, quienes cultivaron los rituales de baño convencidos de que mientras más limpios y aceitados estuvieran, más cerca quedaban de los dioses.
Como parte de su higiene, los egipcios se aplicaban ungüentos aromáticos que además de hidratar perfumaban. Foto: Bridgeman/ ACI
De ahí que se bañaran varias veces al día y acogieran gustosos el invento del jabón, creado en Babilonia en el año 2.000 a.C. La India, por su parte, parece haber sido cuna de los baños colectivos, surgidos en la ciudad de Mohenjo-Daro hace unos 5.000 años.
Los antiguos griegos y romanos sí sabían de los beneficios del baño para la salud. No por gusto la bañadera o bañera de terracota más antigua que se conoce fue hallada en Creta y se le calculan unos 3.700 años de antigüedad.
Y si los baños públicos tuvieron supuestamente origen en la India, fue en las ciudades romanas donde alcanzaron su apogeo, también como centros para las relaciones sociales. En esta modalidad, las Termas Estabianas, del siglo II a.C., descubiertas en Pompeya, se apuntan entre las más famosas.
Las Termas Estabianas. Foto: tomada de terraeantiqvae.com
La fórmula de los baños como espacio también de esparcimiento e intercambio ha tenido lugar desde el baño turco, los baños públicos del mundo islámico heredados de las termas romanas, a las casas de baño japonesas.
“Casa de baños de mujeres”, pintura de Torii Kiyonaga. Imagen tomada de elconfidencial.com
Pero en la edad media las cosas cambiaron drásticamente. Tanto, que bañarse llegó a ser considerado pecado y algo pernicioso para la salud, razón por la que los monjes en los monasterios optaban por lavarse todo el cuerpo solo unas pocas veces al año.
En la mayoría de las viviendas bastaba con una jofaina y una jarra de agua para, cuanto más, asearse las manos, la cara y la barba.
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Pero hasta ese menguado proceder quedó borrado con la aparición de la peste bubónica en la Europa del siglo XIV. Pensaban entonces que el aseo podía abrir los poros y así facilitar la entrada de la contagiosa enfermedad, ante la que erigirían la suciedad como barrera.
No ya el jabón, sino la simple agua la encontraban perjudicial y preferían, en el caso de los nobles, emplear rascadores de marfil para aplacar la picazón de los cuerpos, cuyos malos olores pretendían enmascarar con bálsamos y caros perfumes.
Entre los personajes famosos por su aversión al baño, sobresalió a mediados del siglo XV Luis XI de Francia (1423-1483) apodado “el Prudente”. Se bañó una sola vez en su vida por prescripción del médico de la Corte.
Y cuando con el deshojarse de los calendarios, en el siglo XVIII volvieron a ser bien vistos el agua y el jabón, entonces la desnudez era el gran problema a la hora de higienizarse.
De ahí que los habitantes de entonces usaran las llamadas camisas de baño, con las que, una vez a la semana, se introducían en una especie de lavadero o tina, donde toda la familia, sobre todo en el caso de la nobleza, se bañaba.
Fue solo un siglo después, con la Revolución Industrial, cuando bañarse llegó realmente a hacerse sitio habitual en la vida cotidiana. Había abonado el terreno la teoría de las bacterias y sus perjuicios, de ahí que el jabón y otros accesorios quedaron al alcance de la población, que fue testigo del surgimiento de sistemas de alcantarillado en las ciudades y de una franca evolución de las instalaciones sanitarias en general.
Bañarse hoy no es igual en todas partes
A partir de la evolución de la ciencia y el saber humano, la higiene personal es considerada en la actualidad de importancia para la salud y el bienestar, pero esta práctica varía según las costumbres, el clima y la cultura de cada país.
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Un estudio publicado en 2021 en la red social Twitter por la cuenta especializada en estadísticas @TheGlobal_Index y citado por El Confidencial en formato digital, aseguraba que la mayoría de los europeos no se bañaba diariamente.
De acuerdo con esa fuente, estaban entre los más limpios los italianos (con más del 95% de su población que se ducha a diario), los portugueses (los portugueses (lo hacen entre el 95 y el 94%), los españoles y los griegos (entre el 75 y el 84%).
El resto de países del viejo continente aparecían con porcentajes inferiores al 65% de su población.
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Otra encuesta, esta sí bastante añeja, del año 2015, y a cargo de Euromonitor, una agencia especializada en análisis de mercado y tendencias, con sede en Londres, indicaba, según ABC, que en asuntos de bañarse, España y Francia iban a la vanguardia con una media de seis baños semanales.
Esa indagación, que no hay por qué tomar al pie de la letra y cuyo fin última era conocer el consumo de champú, también indicaba que los brasileños eran los más limpios de todo el planeta porque se duchaban una media de doce veces a la semana, seguidos por los colombianos (10 baños semanales) y los australianos (8 baños semanales). Los habitantes de Reino Unido, China y Japón resultaron los menos adeptos al baño.
Es casi seguro que ninguno de los estudios y encuestas citadas haya tenido en cuenta a los cubanos, y, por cierto, tampoco las condiciones con que en realidad cuenta la población de cada uno de los países del mundo para poder seguir una determinada rutina de higiene corporal, empezando por disponer del agua necesaria para ello, por no hablar ya de una instalación con los requerimientos mínimos.
Afirmaciones para el asombro cubano
Si curiosas son las realidades del pasado y presente de una práctica que pareciera ser por todos conocida, más singular puede resultar una reciente afirmación proveniente de la Escuela de Medicina de Harvard, en boca del editor principal y Miembro del Consejo Asesor Editorial de esa entidad académica, Robert H. Shmerling.
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En agosto de 2021, aseguró que no es necesario bañarse todos los días. “Si bien no existe una frecuencia ideal, los expertos sugieren que ducharse varias veces por semana es suficiente para la mayoría de las personas (a menos que esté sucio, sudoroso o tenga otras razones para ducharse con más frecuencia). Las duchas cortas (que duran tres o cuatro minutos) con un enfoque en las axilas y la ingle pueden ser suficientes”.
Señala que quizás la mayoría de quienes se duchan diariamente lo hace más por hábitos y normas sociales que por salud. “Quizás por eso la frecuencia de bañarse o ducharse varía tanto de un país a otro”, acota.
Refiere que las personas que optan por bañarse todos los días, además de considerarlo más saludable, también podrían hacerlo debido a preocupaciones sobre el olor corporal, porque ayuda a despertar, o por tratarse de una rutina matutina.
Entre los argumentos en contra de tomar un baño diario, el artículo plantea que la piel puede volverse seca, irritada o con picazón; y que dicha piel reseca y agrietada podría franquear la entrada a bacterias y alérgenos que ocasionarían infecciones y reacciones alérgicas.
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Asimismo indica que “Nuestro sistema inmunológico necesita una cierta cantidad de estimulación por parte de microorganismos normales, suciedad y otras exposiciones ambientales para crear anticuerpos protectores y "memoria inmunológica".
Y en ese orden agrega que esa es una de las razones por las que algunos pediatras y dermatólogos recomiendan no bañar a diario a los niños.
“Los baños o duchas frecuentes a lo largo de la vida pueden reducir la capacidad del sistema inmunológico para hacer su trabajo”, sentencia y más adelante subraya que “las duchas diarias no mejoran su salud, pueden causar problemas en la piel u otros problemas de salud y, lo que es más importante, desperdician mucha agua. Además, los aceites, perfumes y otros aditivos en los champús, acondicionadores y jabones pueden causar sus propios problemas, como reacciones alérgicas (sin mencionar su costo)”, concluye el texto de la Escuela de Medicina de Harvard.
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Aun sin desestimar los argumentos arriba aportados, no son pocas las razones que sustentan la importancia del baño para la salud.
Pero esas quedan incluidas en la segunda parte de este texto, donde también se abunda en cuándo y cómo es mejor bañarse.
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