Aumento del turismo en la Antártida dispara las alarmas medioambientales
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La creciente popularidad de la Antártida como destino turístico está generando una fuerte preocupación entre organizaciones ambientales y científicos. Durante la temporada estival austral, el continente blanco recibe ya cerca de 125.000 visitantes, más del doble que hace cinco años, en lo que muchos describen como un verdadero “tsunami turístico” en la Antártida. Esta afluencia masiva amenaza con alterar de forma irreversible un ecosistema frágil y único en el planeta.
“La principal preocupación con el turismo en la Antártida es que está creciendo rápidamente y no existe una regulación estricta”, advirtió Claire Christian, directora de la Antarctic and Southern Ocean Coalition (ASOC). Para esta organización ambiental, la situación requiere medidas urgentes para asegurar que la actividad turística se mantenga dentro de límites sostenibles.
Desde el Programa de Estudios Antárticos de la Universidad de Chile, la investigadora Chantal Lazen recordó que los 58 países firmantes del Tratado Antártico han adoptado más de 50 resoluciones relacionadas con el turismo desde 1961. Sin embargo, la mayoría son simples directrices voluntarias que deben ser incorporadas por las legislaciones nacionales para tener efecto real.
Actualmente, los operadores turísticos están sujetos a auditorías ambientales nacionales y muchos se registran de forma voluntaria en la Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida (IAATO), que impone requisitos más estrictos. Pero una vez en territorio antártico, el control es casi inexistente. Como señala el guía Santiago Imberti, “el turismo se autorregula y depende de la ética de los operadores, porque no hay policía ni autoridad directa que vigile”.
Este vacío regulatorio genera tensiones. Algunos operadores, presionados por la competencia y la demanda, tienden a “forzar o flexibilizar las reglas” para ofrecer mejores experiencias a los viajeros. El turismo antártico es predominantemente marítimo, con cerca de 80 buques por temporada que transportan desde 12 hasta más de 3.000 pasajeros, principalmente procedentes de Estados Unidos, Alemania y China.
Si bien iniciativas como las de la Fundación Antarctic 21 promueven un turismo de contemplación, aprendizaje y conciencia ambiental, lo cierto es que diversos estudios científicos confirman que la presencia humana altera el comportamiento de la fauna, favorece la introducción de especies invasoras, incrementa la contaminación del agua y contribuye al derretimiento del hielo.
Frente a este panorama, los expertos coinciden en que, aunque existen esfuerzos para mitigar el impacto, no basta con buenas intenciones. “Sería una ilusión pensar que limitando la actividad humana en la Antártida evitaremos todos los efectos”, reconoció Edgardo Vega, director de Antarctic 21, quien subraya que muchos de estos cambios provienen de la actividad humana en el resto del planeta. Sin embargo, como concluyen numerosos científicos, lo que está en juego es la preservación de uno de los últimos territorios vírgenes del mundo.
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