ARCHIVOS PARLANCHINES: Un médico santiaguero en el Polo Norte
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En la Plaza de Marte de Santiago de Cuba existe una estatua que honra a un médico santiaguero que llena de orgullo a sus conciudadanos. Y no es para menos, este guerrero lleno de temperamento vivió dos grandes vidas y terminó enredado en un anecdotario que, aún hoy, sorprende y conmueve. Fue el primer cubano que conoció el Polo Norte.
En el pedestal de la escultura leemos: «José Joaquín Castillo Duany, general de brigada y distinguido cirujano, el primer cubano explorador del Polo Norte».
Infierno ártico
En cuanto agarró el control del negocio, el norteamericano James Gordon Bennett Jr., propietario del New York Herald, comenzó a financiar incursiones a lugares recónditos y exóticos con el propósito tener historias que contarles a sus ávidos y aburridos lectores.
Después, como buen excéntrico, fijó su vista en el Polo Norte, una región del mundo casi desconocida y hostil en aquel tiempo.
Por dicha razón, sufragó la expedición del USS Jeannette, que partió de San Francisco, el 8 de julio de 1879, dirigida por el teniente George Washington DeLong, con el objetivo de realizar importantes observaciones científicas.
Sin embargo, el USS Jeannette fue detenido por los hielos cerca de la isla de Wrangel, y su tripulación se vio obligada a mantenerse inactiva durante los siguientes 21 meses, hasta que en 1881 los témpanos aplastaron el barco.
A partir de ahí, los tripulantes inician una lucha tenaz por la supervivencia, primero, caminado en jornada extenuante por los hielos y, luego, librando una cruel batalla contra un mar huraño y gélido.
Al final, los hombres que dirigía el ingeniero jefe de la expedición logran salvarse al encontrar un poblado en las cercanías, pero los exploradores que siguieron a DeLong son hallado congelados en 1882 en la tundra siberiana, impenetrable, inaccesible e inacabable.
Un médico con hambre de gloria
Tras perderse la comunicación con el USS Jeannette, el Congreso norteamericano aprobó un presupuesto para organizar algunas misiones a fin de localizar a la embarcación.
Con este fin es remodelado el USS Rodgers, un ballenero de vapor de reciente construcción que fue puesta bajo las órdenes del teniente Robert M. Berry y contó con una marinería formada solo por voluntarios.
Curiosamente entre los treinta y cinco miembros de esta embarcación figuró el cubano José Joaquín Castillo Duany, nacido en Santiago de Cuba, el 15 de mayo de 1858, quien, tras realizar estudios de París en su adolescencia, se graduó como médico-cirujano en la Universidad de Pensilvania en 1880, y más tarde, se presentó a una convocatoria de la Marina de Guerra estadounidense que buscaba cubrir plazas de galenos.
Más de un centenar de profesionales respondieron al llamado y el criollo apareció entre los primeros expedientes.
El USS Rodgers salió de San Francisco el 16 de junio de 1881 e inició una incansable peregrinación por bahías, golfos y tierras heladas antes de establecer un campamento en el cabo Serdtse-Kamen, donde se almacenaron provisiones, se adiestraron a los perros y se pusieron a punto los trineos que se necesitaban para rastrear la costa en busca del USS Jeannette.
No obstante, el 30 de noviembre, un voraz incendio estalló en una de sus bodegas cerca de la desembocadura del río Lena sin que se pueda recuperar casi nada de la carga.
Sus tripulantes quedaron casi sepultados en el inhóspito territorio polar ruso durante varias jornadas hasta que, por fortuna, se encontraron con la aldea de Noomamoo, y después con otras tres cercanas, donde pasaron todo el invierno, divididos en cuatro grupos, antes de ser rescatados y llevados a San Francisco por USRC Thomas Corwin.
Por su parte, Castillo Duany, uno de los médicos de abordo, y los marinos Lois P. Noros y William F. Nindemann, decidieron jugarse el pellejo por su cuenta y, tras abandonar los campamentos del USS Rodgers, realizaron una travesía que dejó perplejos a sus contemporáneos y dio pie a decenas de relatos y novelerías.
Los jóvenes marinos atravesaron la Siberia rusa, llegaron a la Península de Kamchatka, cruzaron el estrecho de Bering, y arribaron a la localidad de Sitka, en Alaska, desde donde son trasladados a San Francisco, una ciudad donde fueron recibidos como héroes en 1882.
A pesar de lo difícil del periplo y de los peligros que afrontó en la tundra, Castillo Duany, un tenaz aventurero, aprovechó su estancia junto a los habitantes del Ártico para hacer algunos apuntes científicos que más tarde incluirá en su libro Los hábitos y la higiene de los esquimales, publicado en una fecha no muy lejana.
El laurel del César
Castillo Duany regresó a Santiago de Cuba en 1883, ya casado Matilde Simoni, hermana de Amalia, la esposa de Ignacio Agramonte, y comenzó a ejercer la medicina, hasta que se sumó a la Guerra de 1895 en julio e integró el gobierno de la República en Armas en calidad de subsecretario de Hacienda.
Pero, pronto renunció al cargo y con el grado de general de brigada acompañó al Mayor General Antonio Maceo en la invasión del Occidente del país como Jefe de Sanidad de la columna insurrecta, un puesto que tampoco le duró mucho.
Salvador Cisneros Betancourt le ordenó viajar a Nueva York, donde es nombrado subdelegado del Partido Revolucionario Cubano, que encabeza Tomás Estrada Palma, y asesor de su Departamento de Expediciones.
Castillo Duany, detenido en varias ocasiones por la policía estadounidense, logró organizar y dirigir algunos importantes embarques a fin de llevar hombres, armas, municiones y alimentos a Cuba. Y lo hizo a lo grande, con una entereza y un coraje que sorprendió a sus contemporáneos.
Su biógrafo González Barrios escribió: «Navegó seguro Castillo Duany, desafiando esta vez, no la inhóspita soledad de los mares del Norte, sino las fuertes corrientes del Golfo de México y un mar repleto de naves de guerra españolas».
Al terminar la guerra, Castillo Duany asumió la dirección del Hospital Civil de la capital oriental y trabajó como inspector general de Sanidad Marítima, antes de que su salud llena de quebrantos lo obligara a trasladarse a París, la cuna de sus aventuras juveniles, donde falleció el 21 de noviembre de 1902. Solo tenía cuarenta y cuatro años.
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