ARCHIVOS PARLANCHINES: Rosa la bayamesa, la enfermera de los mambises
especiales
La estatua erigida en homenaje a la patriota bayamesa.
La afirmación de que Rosa la bayamesa es uno de los mitos más fantásticos de la Historia de Cuba parece exagerada; no obstante, pocos han podido negar que esta mujer entera y soberbia, quien nunca se da cuenta de su grandeza y humanismo, nos da una lección que nunca falta en los cuentos de la abuela. Se ríe de su destino funesto y se impone como enfermera, comadrona y combatiente del Ejército Libertador. Aunque su destino variopinto y desgarrador da para mucho más…
Leona del monte
Nace el 24 de septiembre de 1834 en un jergón de pajas construido en un barracón de negros macheteros del poblado de El Dátil, perteneciente al municipio de Bayamo, en la actual provincia de Granma, y desde el principio llena de orgullo a sus padres don Matías Castellanos y Francisca Antonia Castellanos, esclavos de África que heredan los apellidos de sus amos y nunca se arrodillan, a pesar de sus vidas de oprobio.
Todo parece sugerir que, tras treinta y cinco años de servidumbre, Rosa, alta, fuerte y liberada ya de la esclavitud, se suma junto a sus antiguos dueños a la Guerra de los Diez Años, cuando en enero de 1869 los insurgentes le prenden fuego a Bayamo. Sus biógrafos aseguran que se interna en el municipio de Guisa, en la Sierra Maestra, y desde el principio asienta un buen nombre en la finca La Caridad de Dátil, donde toma parte en las labores de aprovisionamiento de alimentos, cocina y mensajería, sin olvidar a los heridos en campaña, a quienes ayuda a salvarse de una muerte impura.
Rosa, la enfermera de los mambises.
Pronto, a la guajira, amante de José Florentino Varona Estrada, antiguo esclavo, comienzan a llamarla Rosa la bayamesa. Y ella, para despejar las dudas, alterna sus labores en el campamento con su participación en varios combates como los de Palo Seco y El Naranjo, donde empuña sin remilgos el machete y el fusil como cualquier hombre hasta que tiene que huir de la política de exterminio aplicada por los colonialistas españoles en Oriente y se radica en Camagüey en 1871.
En esta provincia reside en la calle San Isidro número 22 —hoy Rosa La Bayamesa 155— hasta que se traslada hacia la Sierra de Najasa, en el municipio del mismo nombre, no lejos de Santa Cruz del Sur, para seguir trabajando como sanitaria y partera en una cueva de la loma del Polvorín que ella habilita con sus propios recursos. En esta caverna, que hoy lleva su nombre en la Sierra del Chorrillo, el punto más elevado de Najasa, se establece, asimismo, una imprenta que permite la aparición del periódico El Cubano Libre.
En una crónica que se da a conocer en Bohemia el 23 de enero de 1970, Carlos Muecke Bertel, un capitán del Ejército Libertador de origen estadounidense y paciente de la Bayamesa, elogia «su valor bajo fuego, los cuidados y las comidas, abundantes y gustosas». Y agrega: «Ella trabaja más y hace su trabajo más rápidamente que ninguna otra persona conocida por mí…».
Por su parte, el historiador Jorge Juárez y Cano señala en Apuntes de Camagüey, obra editada por la Imprenta Popular de Camagüey en 1929:
«En 1871 funcionaba con admiración en la serranía de Najasa un centro de salud cubano que fundó y administró Rosa Castellanos Castellanos. Esta verdadera patriota, con cierto humor campechano, ayudaba al principio a los médicos y sanitarios en la primera cura de los heridos; más tarde estableció dispensarios ambulantes, y al final, logró levantar un magnifico hospital en Chorrillo, donde recluía a los libertadores. Ella hizo de médico, forrajero, cocinero, químico para manufacturar los medicamentos y lavandero. Hasta tenía que servir de explorador y escolta. Una vez mató a un cubano desertor de un balazo».
Igualmente, recoge la miel y guarda la cera para el alumbrado; mata a tiros a las reses y adquiere con los años un amplio dominio sobre las propiedades de la flora medicinal cubana que aprovecha en la confección de diversos remedios. Nunca le faltan el cerato de cera y aceite, las tisanas, las cataplasmas y otros muchos inventos. Con ellos corta hemorragias, detiene las fiebres cuando no hay quinina y se ríe de la disentería. Es, a la vez, experta en las hierbas que pueden sustituir a los antisépticos y somníferos.
Ramón Roa, entretanto, hace hincapié en la habilidad que tiene Rosa para escapar de los enemigos. En un texto reproducido por la Bohemia del 18 de abril de 1969 narra:
«Rosa la Bayamesa, activa, nerviosa, inteligente, tuvo que evadir la persecución variando incesantemente de lugar, porque ni había municiones de guerra ni armas blancas. Con una carabina y unos cuantos cartuchos exploraba al contrincante y al amenazar este el local de sus pupilos caminaba al limpio y disparaba al aire. La detonación daba la alarma y todos los enfermos y heridos se esfumaban en la arboleda cercana».
En 1873 el Mayor General Máximo Gómez va a visitarla en su rústico hospital y la encuentra como siempre: gigante, mandona, arisca, con la espalda doblada y el alma al lado de cada guerrero caído. Ramón Rosa, presente en el encuentro, lo recrea con mano maestra en la aludida Bohemia:
—Rosa, yo he venido con mis ayudantes expresamente para conocerte en persona —dijo el general—. De nombre ya no hay quien no te conozca por tus nobles acciones y los grandes servicios a la patria.
—No, general —contestó ella un tanto emocionada—, yo hago bien poca cosa por la patria. ¿Cómo no voy a cuidar de mis hermanos que pelean?, ¡pobrecitos!, aquí vienen que da grima verlos, con cada herida y cada llaga, ¡y más hambre, general! Yo cumplo con mi deber y de ahí no me saca nadie, porque lo que se defiende, se defiende. Yo aquí no tengo a ningún majá, ¡el que se cura, se va a su batalla andandito…!
La capitana
Según indica Cobiella Aguilar en su obra inédita Flor que nunca se marchita: Rosa la bayamesa, al terminar el conflicto bélico en 1878 con la paz del Zanjón, la heroína regresa a su hogar agramontino acompañada de José Florentino y vive durante la Tregua Fecunda en la más completa miseria y desesperanza hasta que en junio de 1895, con más de sesenta años de edad, se incorpora de nuevo a la lucha, fresca como una lechuga.
En ese mismo año, Máximo Gómez le pide a Rosa que instale y administre un hospital de sangre que llevará el nombre de Santa Rosa (en su honor), en Najasa, el cual nunca puede ser descubierto por los españoles, impotentes ante las férreas medidas de protección y vigilancia de la vieja luchadora.
Dicho centro asistencial, levantado por ella y solo dos de los 12 hombres que el Generalísimo le asignó, muestra una estructura sólida de troncos y yaguas y llega a disponer de más de 60 camas de cuje. Juran los veteranos que allí la negra, desobediente e imaginativa, hace ropas con retazos de tela e inventa los zapatos de los más menesterosos. Su cocina es también un santuario: sus panes de yuca y su «café de café» se hacen famosos entre los soldados.
En junio de 1896, en un sitio conocido como Providencia de Najasa, Rosa es recibida por Máximo Gómez, quien le otorga el grado de capitán del Ejército Libertador de Cuba. Es la única mujer que llega a ostentar este rango. Sobre el particular, el Poeta Nacional de Cuba, Nicolás Guillén, escribe que Rosa, muy amiga de su padre, «llevaba sus insignias con el mismo decoro, con igual propiedad, que el más valiente de los hombres».
El ocaso de la espartana
El historiador de Bayamo, Ludín B. Fonseca García, puntualiza que durante la República surgida en 1902 Rosa empieza a ganarse la vida en los alrededores de Camagüey como comadrona y especialista en la cura de los empachos, las enfermedades de la piel y varias dolencias más.
Aun así, nada la libra de ser una estadística de la inopia. Víctima de una afección cardiaca, y más anónima que las ranas del pantano, solo recibe una pensión de 25 pesos mensuales, aprobada casi al final de su vida por el gobierno municipal para tratar de socorrerla sin mucho éxito.
Rosa fallece en Camagüey el 25 de septiembre de 1907, a los setenta y tres años, y su cadáver es expuesto en capilla ardiente en el salón de sesiones del Ayuntamiento en momentos en que Cuba se encuentra de nuevo ocupada por las fuerzas militares de los Estados Unidos.
Cobiella Aguilar revela que durante treinta horas los moradores del antiguo Puerto Príncipe, convocados por el periódico El Camagüeyano, depositan ofrendas florales y le entregan un último tributo de cariño y admiración. Los honores militares correspondientes a su jerarquía los asume la oficialidad del Regimiento 17 de Infantería del ejército interventor norteamericano, y no sus compañeros de armas y penurias en la manigua.
Rosa nos dejó su huella de valor y humildad.
Por fortuna, en marzo de 2002 es inaugurada en la ciudad de Bayamo una escultura ecuestre, obra del santiaguero Alberto Lescay Terencio, que la recuerda y honra. La pieza, fundida en bronce y con seis metros de alto, preside un parque monumental y muestra a la mambisa acompañada de un machete sin vaina, sombrero de yarey, turbante y elementos alegóricos a su labor como enfermera. Es el único monumento ecuestre de Cuba y América Latina dedicado a una mujer. El poeta Pedro Mendoza Guerra le regala estos versos a Rosa la bayamesa:
Era negra la espartana,
era negra y capitana
de aquella ingente legión
que, rendida en el Zanjón,
tocó nuevamente diana.
Añadir nuevo comentario