ARCHIVOS PARLANCHINES: La Minerva del Capitolio
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Con esta crónica vamos a corregir un error de décadas: Lily Valty no fue la única modelo que tuvo la estatua de La República, la señora pagana del Salón de los Pasos Perdidos de nuestro Capitolio Nacional. El escultor italiano Ángelo Zanelli utilizó la despampanante mulata, nacida en los barrios de azabache, para esculpir el cuerpo de su estatua, y más tarde, cayó rendido a ante la perfección del rostro de Elena de Cárdenas y Echarte, una habanera digna de aparecer en los vitrales de esta añeja capital.
Déspota constructor
En cuanto Gerardo Machado se adueñó de la silla presidencial en 1925, el panorama del sector de las edificaciones en Cuba cambió con rapidez.
En ese mismo año, el Congreso refrendó una Ley de Obras Públicas que, amén de incluir la pavimentación de las calles de ciudades y pueblos, la apertura de hospitales, acueductos, el diseño de la Carretera Central y otros proyectos de cierto impacto, se propuso rescatar el Capitolio Nacional, el cual había comenzado a ser erigido por el gobierno de Mario García Menocal en los terrenos de la antigua Estación de Villanueva, hasta que la grave crisis económica en la Isla obligó a parar las labores en 1921.
Por consiguiente, la vieja ilusión cicerónica tomó fuerza de nuevo para alegría de los senadores y diputados, inquilinos de caserones ruinosos y lejos del centro de la ciudad.
A pesar de sus buenos augurios, el plan de bienestar ciudadano se sustentó en una agobiante red de nuevos impuestos, aumentó la deuda externa, favoreció el lucro de la camarilla palaciega y agudizó el desplome financiero sufrido en el país a partir de 1929. Sin embargo, nada de esto afecta los planes jupiterianos de Machado.
El plan de reinicio de los trabajos capitolinos se le adjudicó, en subasta, a la poderosísima Purdy and Henderson Co., firma estadounidense encargada de los centros Gallego y Asturiano, la cual reinició las labores en Villanueva en abril de 1926 con la dirección técnica y artística de Eugenio Rayneri y Piedra y el valioso concurso del proyectista Luis V. Betancourt, jefe del Salón de Dibujos.
A pesar de los continuos atrasos que sufrió la obra por la gran cantidad de petulantes ocurrencias no previstas en los cálculos preliminares, Machado, quien logró perpetuarse en el poder tras la aprobación en el Congreso de la antidemocrática Prórroga de Poderes, prestó juramento para su segundo período presidencial el 20 de mayo de 1929 en la rotonda del Salón de los Pasos Perdidos del Capitolio, cuando el coloso estaba casi finalizado.
Machado prestó juramento para su segundo período presidencial el 20 de mayo de 1929, cuando ya el Capitolio estaba casi listo.
Entronizada en el corazón de la nación
Vale la pena reseñar que, en 1927, cuando las labores en el Capitolio estaban en su apogeo, Carlos Miguel de Céspedes, secretario de Obras Públicas del régimen, invitó a La Habana el arquitecto italiano Ángelo Zanelli, creador del friso del Altar de la Patria, perteneciente a un monumento erigido por Giuseppe Sacconi en Roma.
Este artista, de tendencia posimpresionista, defendió en nuestra capital el llamado arte de la forma, con un predominante sentido ornamental que buscaba el sentimiento mediante el empleo de formas convencionales.
Y luego de no pocos debates, nos regaló las dos esculturas gigantescas que pueden verse en la parte final de la escalinata de granito de 55 escalones. La primera encarnó a El Progreso (masculina, viril, recia de contextura, impetuosa en el ritmo del torso, las extremidades y la cabeza) y la segunda a la Virtud Tutelar (femenina, de actitud tranquila y rostro convincente, brillante en un modelado que refleja la agitación de las telas).
Estas piezas, no exentas de ciertas polémicas, son hechas en bronce en la Fondería Laganá, de Napoles, Italia, y colocadas sobre pedestales de granito.
Aunque la principal apuesta del italiano es la estatua La República, La Libertad o de la Patria, una mole fundida en bronce en Roma con una altura total de 14,60 metros que se inspiró en las mujeres típicas del país y nos recuerda, a la vez, a la Minerva de los romanos, la diosa de la sabiduría, las artes y la estrategia militar.
Cuentan que la efigie, de 30 toneladas y cubierta con láminas de oro de 22 kilates, fue trasladada en un vagón especial hasta el puerto de Nápoles, dividida en tres partes, para comenzar su viaje hacia La Habana a principios de 1929.
Se yergue serena, con su túnica, casco frigio, escudo y lanza, sobre una plataforma de tres escalones y un pedestal de 2,50 metros fabricado con mármol ónix antiguo egipcio, de formación estalactita, similar al que se puede apreciar en el monumento dedicado al papa Eduardo VII, en la Iglesia de San Pedro, Roma. La pieza es hueca y tiene en su interior unos poderosos tensores que la sostienen, mientras un túnel subterráneo, que desemboca en un salón cercano, posibilita el acceso a su área no visible.
La República es instalada en la rotonda que divide el Salón de los Pasos Perdidos del Capitolio Nacional, sede, en lo adelante, de las grandes fiestas y solemnidades oficiales republicanas y famoso por los paneles esculpidos por el artista belga Ricardo Struyf; los enormes rosetones del techo realizados con bronce y láminas de oro de 22 kilates; las numerosas columnas de mármol verde oscuro y los singulares candelabros.
La Minerva habanera se yergue retadora debajo de la aguja central de la cúpula, la quinta del planeta con una altura de unos 92 metros. Es la tercera estatua más grande del planeta bajo techo, luego del Buda de Oro y del mausoleo a Abraham Lincoln, en la capital de Estados Unidos.
El 24 de julio de 2019 fueron inauguradas las obras de restauración de La República, realizadas por un equipo de especialistas rusos.
Un rostro olvidado
La cubana Lily Valty fue la modelo estrella de los artistas locales Sicre, Juan José, Alberto Sabas y Esteban Betancourt, creadores de los treinta bajorrelieves (metopas) que adornan el peristilo y las fachadas del Senado y la Cámara de nuestro palacio del Congreso.
No obstante, a Zanelli la exuberante mestiza no lo convenció del todo a la hora de pensar en el rostro de la principal dama capitolina. Mario Cremata Ferrán, en su artículo “Vindicación del rostro olvidado”, hecho público en Juventud Rebelde el 17 de enero de 2007, narra:
Cuando su amigo y conterráneo Stefano Calcavecchia le presentó un día de 1927 a su esposa, Elena de Cárdenas y Echarte, de 32 años, el escultor se deslumbró con las facciones hermosas y definidas de esta mujer y supo que había encontrado su fuente de inspiración.
Posteriormente, completaría la figura con el cuerpo de Lily Valty, de mediana edad, de senos prominentes y abundantes caderas, a quien la historia le ha perdido el rastro.
Zanelli le hizo la mascarilla a Elena en su propia casa, después de algunas protestas y negativas gentiles, según contaron sus sobrinas, Cecilia Rosa y Alicia Morales de Cárdenas, cuando fueron entrevistadas ya nonagenarias por el diario de la juventud cubana.
Zanelli le hizo la mascarilla a Elena en su propia casa, después de algunas protestas y negativas gentiles.
Amor efímero
Hija de Julio de Cárdenas y de Rosa Echarte, la bella Elena vino al mundo en 1895 en la casona familiar en la calle Habana número 57, esquina San Juan de Dios, en La Habana Vieja.
Es la menor de las ocho hijas del matrimonio y en el período menocalista se convirtió en una de las solteras más cotizadas de la capital, lo cual no debe sorprendernos, porque lo tenía todo para apostar en grande: alta, elegante, bonita, con una hermosa cabellera castaña y ojos oscuros. Pero, además, exhibía un trato gentil y cordial y era capaz de clavarle un puñal de Cupido a cualquier hombre por su especial magnetismo.
Fue por estos años en que conoció a Stefano Calcavecchia, un italiano vinculado a varios centrales azucareros cubanos, y cuya familia tenía en Italia un negocio de exportación de mármoles.
La mutua atracción es instantánea y viril, y a pesar de que el padre de ella se opuso al noviazgo, pues el galán podría intentar llevarse a su hija a Italia y, además, era diez años mayor, nadie pudo oponerse a un destino con olor a flores de fiesta.
El 31 de enero de 1917 se casaron en la Iglesia Nuestra Señora de La Merced, en el corazón de La Habana Vieja, en una boda que fue calificada por el cronista Enrique Fontanills, de lengua viperina, como “suntuosa”.
Por supuesto, a la cita nupcial asistió lo más selecto de la sociedad habanera de entonces, prodiga en ostentaciones y maniqueísmos. Los testigos fueron también de gala: Orestes Ferrara, a la sazón presidente de la Cámara de Representantes, y Víctor G. Mendoza, presidente del Havana Yacht Club.
Para limar cualquier discrepancia con su suegro, Calcavecchia no solo fijó su residencia fija en Cuba, sino que trajo a vivir a la Isla a toda su familia, incluyendo a su anciana madre.
La pareja ocupó una mansión de la calle F número 306, entre 13 y 15, construida, en parte, con materiales expresamente traídos de Nueva York, y donde los decoradores más excéntricos e inclinados al lujo hicieron de las suyas con total libertad.
Aun así, la dicha del matrimonio duró poco y la predestinación privó a Elena de la dicha de ver concluida la estatua de la cual sirvió de modelo.
El 9 de septiembre de 1928 falleció por una bronconeumonía, derivada de un brote de influenza que azotó a La Habana en ese año, según certificó su cuñado, el eminente médico Raimundo de Castro Bachiller.
Calcavecchia nunca volvió a casarse y tapizó las paredes de su residencia con enormes retratos al óleo de su esposa, encargados a varios pintores italianos, a quienes envió fotos de la difunta. Murió el 12 de septiembre de 1941, tan donjuan como el primer día.
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Comentarios
Carlos
UNA TARDE DE NOVIEMBRE
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