Adiós Trump. ¿El 2020 intenta redimirse?
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No he llenado mi muro de Facebook con el tema de las elecciones en los Estados Unidos, aunque lo confieso, las he seguido minuto a minuto.
Me importa el resultado. No porque crea que me va a cambiar la vida, ni porque sienta celos de una democracia que ¡Solavaya!. No la quiero para mi país. Tampoco me sirve el argumento cacareado de que «nunca he votado». Lo hago desde los 16 años, en el país donde nací, por delegados y diputados que no postula ningún partido consciente de las bases de un sistema electoral perfectible, pero sin trampas ni shows electoreros. Un sistema escrito, aprobado e implementado por el pueblo, actualizado con la venia de la mayoría. Yo voté por mi Presidente de la manera en que lo establece la ley electoral cubana y volvería a hacerlo.
No hago fiestas porque ganó Biden. Pero sí celebro que perdiera Tump. La más elemental de las razones son mis amigos que han esperado durante años una visa para reunirse con sus seres queridos «del otro lado del charco». Gente que no le pide enmiendas o cambios al Gobierno de los Estados Unidos, solo que cumpla elementalmente sus propias leyes y acuerdos migratorios. Me alegro por ellos, pues desde Cuba aprendí a respetar el derecho ajeno. En Revolución lo aprendí, después de tropezones y errores entre los que vamos defendiendo la libertad de «vivir sin tener precio», pero donde cada cual encuentre su felicidad.
Me alegra, por supuesto, por mis tías que han envejecido el doble en cuatro años ante la incertidumbre de volver a ver a sus hijos y nietos, especialmente durante estos meses de pandemia, con el corazón pendiente de un loco que «nadie sabe por lo que le va a dar».
También por las remesas que yo no recibo, pero que son importantes para tantas familias, y no empecemos con el debate sobre si la isla comunista quiere o no quiere los dólares del imperio. Las divisas las quiere y las necesitan todos los países. Cuba no construye el comunismo en un amable planeta recién descubierto, lo hace en este, bajo las leyes del mercado y los abusos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional que el imperio domina y manichea a su antojo. Lo hace, además, sometida al más cruel y largo bloqueo económico y financiero del que se haya tenido noticias. Sin los efectos de la Coca Cola del olvido, las remesas se entienden simplemente, como la expresión de un sentimiento cubanísimo de amor a la familia, el mismo que nos lleva a compartir el café de la bodega, los dólares, los euros o las libras esterlinas. Esa ancestral «costumbre» de ayudarnos.
Obviamente celebro también en nombre de mis compatriotas artistas, deportistas, de mis colegas y otras respetables figuras públicas calumniados y vilipendiados por hordas pagadas, alentadas y arropadas bajo el ala pretendidamente «todopoderosa» del inquilino de la Casa Blanca. Festejo el triunfo del talento sobre la mediocridad. Del arte sobre el mercenarismo. Lo celebro aunque era una jugada cantada, una ley natural, antiquísima. Los que nos invitan a viajar para «quitarnos la venda» seguramente habrán recorrido el Louvre y allí supieron que en 1641 Pussin pintó esta vieja máxima: "El tiempo sustrae la Verdad a la Envidia y la Discordia".
Sin embargo, hay motivos de fuerza mayor. El mensaje que dejaría una reelección de Donald Trump sería un espaldarazo al hegemonismo, la prepotencia, el racismo, la xenofobia y toda clase de discriminación.
Mientras los todólogos posteaban emocionados alegatos en defensa de Trump, el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz decía al diario español El País:
«Trump ha sido un desastre económico. La fortaleza de nuestro país es la inversión en ciencia, en tecnología y en educación, y él ha socavado eso. Ha pedido recortes en el presupuesto de ciencia cada año. Ha atacado nuestras mejores universidades, las ha gravado, cuando la mayoría de los Gobiernos lo que hacen es darles subsidios. Además, en una economía moderna necesitas cooperación global y él se ha alejado de ella y ha ido en contra de los acuerdos internacionales, lo que va en detrimento de Estados Unidos. Yo también he sido crítico y he dicho que las normas se deben decidir de una forma más democrática, pero ese no es un argumento para abandonarlas. Para mí, estos cuatro años han sido un desastre económico y, si no lo revertimos, marcarán el principio del declive de Estados Unidos».
En 2018, un reporte de ABC, otros que tampoco son comunistas, resume sobre el discurso de Trump en la Asamblea General de Naciones Unidas:
«En la práctica, la posición de Trump significa que EE.UU. se rebela contra muchos de las líneas básicas de la ONU y de los compromisos anteriores de su país: además de revisar quién recibe su ayuda internacional, el presidente de EE.UU. dijo que su Administración no pagará más del 25% del presupuesto para los contingentes de mantenimiento de paz; reiteró que su país no regresará al Consejo de Derechos Humanos de la ONU -«una vergüenza para la organización», dijo- hasta que no haya reformas reales; insistió en no dar apoyo ni reconocimiento a la Corte Penal Internacional, que «no tiene ni legitimidad ni autoridad»; y aseguró que EE.UU. no formará parte ni respetará ningún organismo global con autoridad sobre migración, como desea la ONU».
Ni siquiera los embates de una pandemia devastadora lo detuvo en su cruzada contra el multilateralismo. «El payaso en la Casa Blanca» al que algunos insisten en ponderarle virtudes, ha visto morir con total desidia a millones de seres humanos, ha asistido desde la mayor insensiblilidad al dolor dentro y fuera de aquella gran nación. ¿Qué hizo? Suspender las contribuciones de Estados Unidos a la Organización Mundial de la Salud. Al más infantil estilo de «si no hacen lo que yo digo, me llevo la pelota y el guante», el emperador jugó, literalmente, con la vida.
Yo no quería especialmente que ganara Biden. Pero eso sí, tenía muchas ganas de que perdiera Trump, por todo lo que pierde con él. Los cubanos sabemos que republicanos y demócratas tienen el mismo objetivo con respecto a la isla. Las fórmulas pueden ser distintas, siempre peligrosas, pero con Fidel «estamos dispuestos a aceptar el reto, pero jueguen limpio, cesen en sus condicionamientos, eliminen la Ley asesina de Ajuste Cubano, la Ley Torricelli, la Ley Helms-Burton, las decenas de enmiendas legales aunque inmorales, injertadas oportunistamente en su legislación; pongan fin por completo al bloqueo genocida y la guerra económica; respeten el derecho constitucional de sus estudiantes, trabajadores, intelectuales, hombres de negocio y ciudadanos en general a visitar nuestro país, hacer negocios, comerciar e invertir, si lo desean, sin limitaciones ni miedos ridículos, del mismo modo que nosotros permitimos a nuestros ciudadanos viajar libremente e incluso residir en Estados Unidos, y veremos si por esas vías pueden destruir la Revolución cubana, que es en definitiva el objetivo que se proponen»
Aceptamos el reto, ni ingenuos, ni olvidadizos, fidelistas siempre y confiados en lo que nuestro pueblo nunca va a negociar, bien agarrados a las esencias. Solidarios por tradición, humanistas por definición, irremediablemente patriotas. Anexionistas nunca, aintimperialistas sin tregua. Vecinos, amigos, en igualdad de condiciones, de ese pueblo que supo a quién botar (insisto en la b), hermanos como no se hallarán en todo el universo.
Alegres todos los días y hoy el doble, porque se va otro que no pudo con nosotros y porque América y el mundo se sacudieron una sanguijuela gigante. El 2020 intenta redimirse.
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