Cuba no le teme al profesionalismo, el profesionalismo le teme a Cuba
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Eugenio George no necesita presentación más que la de uno de los mejores entrenadores deportivos de Cuba y del mundo. Si nos permiten una opinión personal, no conozco en nuestro país calificación más alta que la suya, y tenemos encumbrados preparadores.
Hace unos días nos decía: "El entrenador es quien dirige el stress deportivo, tiene que procurarlo y controlarlo", y en otro momento de la conversación afirmaba: "Nadie puede sustituirlo, ni en la formación deportiva ni en la educativa".
El deportista visto así es un ser sometido no solo a altas cargas físicas, sino a un stress difícil de imaginar. Póngase a pensar en el reto que significa en el orden psicológico y físico tener que pasar una varilla desde sus pies a 2 metros y 45 centímetros, como lo hizo Javier Sotomayor. Solo hay que pararse bajo esa altura para pensar en lo imposible o en la magnitud de la hazaña. No por gusto desde hace 20 años esa cima es inaccesible.
Luego viene otro: si eres el mejor, todos, amigos y enemigos, tienen los ojos puestos sobre ti. Unos no quieren verte fallar porque te consideran invencible y los demás, desesperados por que falles para que venza el de su preferencia o el de su país, lo cual es también lógico.
El deportista cubano tiene uno adicional, y no es que sea diferente a los demás, que también responden a las expectativas de las gradas, sino que ha hecho del compromiso con su pueblo la propia razón de sus triunfos. Y eso pesa mucho.
Súmele que está en desventaja frente a sus rivales, quienes se desarrollan en un esquema que se ha impuesto en el mundo como fruto de la comercialización del deporte y del deportista: el profesionalismo, basado, además de lucrar con el deporte, en un sistema competitivo muy amplio que ha absorbido por completo a las federaciones deportivas. El calendario internacional lo pone esa estructura, por eso para los deportes colectivos es tan difícil encontrar topes de calidad.
Obliga a un largo periodo competitivo y a establecer fuera del país algunas bases de entrenamiento o a contratarse con algún club que financie todo el aseguramiento. Hoy en la alta competición estar de espalda a esa realidad es igual al fracaso, porque el mundo está de lleno en ella.
Cuba da sus primeros pasos frente a esa geopolítica deportiva mundial. Acaba de regresar, con muy buenos resultados, el pelotero Alfredo Despaigne de la liga profesional mexicana, y lo primero que dijo, al preguntársele por sus planes, fue: "Hacer todo por que mi equipo, Granma, clasifique para la final de la Serie Nacional y jugar con el equipo Cuba". También desea volver a jugar con los Piratas de Campeche, porque afirmó que con el dinero "que me toca por el contrato ayudo a mi familia".
Es decir, ni Alfredo ni ningún otro deportista cubano puede caer como mercancía, y eso se logra fijando en los contratos los compromisos y los intereses a defender por la parte cubana. Y por la parte del deportista, además de las virtudes en el campo, en la cancha o en la pista, ha de saber que representa en esos escenarios, y fuera de ellos, a un pueblo honesto, humilde y de altos valores éticos y morales; que cualquier actitud propia de esas sociedades está reñida con la representación que hace de su país en ese y en cualquier otro escenario. Ha de aplicar en ese contexto y en el de la fama la sentencia de Nicolás Guillén: "Mientras más nacional eres más te creen".
Justamente por esos atributos él y sus compañeros, Yordanis Samón y Michel Enríquez, fueron tan bien acogidos en la organización mexicana. Tenemos los valores y las cualidades para insertarnos, sin perder los principios que rigen nuestro deporte y sin flagelar el calendario deportivo nacional en aquellas disciplinas que, como el béisbol, son tan seguidas por el pueblo.
Hoy existen modernos métodos de preparación y de puesta en forma deportiva que permiten al atleta cubrir varios compromisos, sin mermar su rendimiento, por lo cual cumplir el calendario nacional, el competitivo internacional a nivel de selección y el de la inserción en las principales ligas foráneas es posible.
Actuar de esa manera pondría a los deportistas cubanos de alta competición en igualdad de condiciones con sus adversarios, y aunque el stress seguiría elevado, al menos los emparejaría con los oponentes.
Sin embargo, esto no quiere decir que los resultados internacionales van a llegar como una varita mágica o que por insertarse en este esquema dominador del deporte mundial se resuelvan los problemas. No, si bien es un negocio, en esas justas hay calidad y exigencia, y hay que llegar preparado, por lo que la participación como eje de los resultados deportivos del país jamás se podrá perder de vista. Sin ella, aunque Cuba se insertase en competencias como las descritas, no alcanzaría lo que esperamos.
Ejemplos sobran en el mundo de ese proceder; solo la Mayor de las Antillas ha sido capaz de estar entre la elite mundial de los Juegos Olímpicos, por no abandonar lo que se hace en casa.
Esto es, sin separarnos de la reflexión del compañero Fidel Para el Honor Medalla de oro (24-08-2008), (¼ ) ser profundos en los análisis, aplicar nuevas ideas, conceptos y conocimientos.
El enemigo, el imperio, ataca el deporte porque está atacando a la Revolución, porque lo sabe una de sus principales conquistas. Roba el talento y dice que lo hace para que el deportista nuestro juegue a otro nivel, en otra experiencia. Sin embargo, en ese nivel, en esa experiencia, también lo acosa, para desprestigiar al país, a este pueblo. A Campeche fueron a buscar a Alfredo Despaigne, ofreciéndole sus fortunas.
Dicen que no permitimos a los atletas entrar en el profesionalismo, pero cuando se nos invitó a la Serie del Caribe de béisbol, no tardaron en irles arriba a los organizadores para condicionarle su contrato invernal, es decir, un puñado de dinero, a la participación de Cuba, amparados en las leyes del bloqueo económico, comercial y financiero de 1962 y en la Helms-Burton de 1996; cuando ganamos alguna suma en ese mismo terreno del profesionalismo, como en el Clásico Mundial, no: a Cuba no le toca, otra vez bajo la misma sombra de ambos cuerpos legislativos.
El ataque no cesará, porque en materia deportiva persiguen como objetivos convertir a los héroes en traidores. Habrá, y los hay, quienes caigan presa de esos ataques o no les alcanzó el decoro para defender las ideas justas que representan a un pueblo perseguido, también en el deporte, por el mayor imperio que haya conocido la humanidad.
Dijo nuestro José Martí que sin alteza de ideas nadie espere el respeto común. Y esa ha de ser la máxima de los atletas cubanos bajo cualquier circunstancia o plataforma competitiva, porque por esa han sido respetados los Teófilo Stevenson, los Juantorena, las Ana Fidelia, las Mireya Luis, y sus morenas del Caribe, los Gourriel, Víctor Mesa, Casanova y Pacheco. Cuba no le teme a la inserción en el profesionalismo —hay mucha virtud acumulada—, más bien le teme el profesionalismo a este pedazo de Caribe.
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