La previsión de Fifi
especiales
Invariable y casi religiosamente, antes de irse a la cama, Fifi sentaba sus 76 años frente al tocador y se llenaba la cabeza de rolos.
Tan incómodos, tan feos, pero ella perseveraba. No importaba que su cabello fuera realmente escaso, que hubiera apagón y tuviera que tantear para encontrar a ciegas aquellos adminículos naranja, que afuera golpeara un ciclón o que a ella se le cerraran los ojos por el sueño.
Como confianza y amistad sobraban, una vez me atreví a preguntarle por qué tanto rolo nocturno, si ella apenas paseaba y, además, era viuda.
Fifi me miró con sus enormes ojos azules, que yo me pasaba la vida celebrándole, y me respondió con una sonrisa que antes no le había visto. No era amarga, ni burlona, ni triste, ni irónica… era precisamente la sonrisa, esa y ninguna otra, que debía acompañar a aquella respuesta:
«Por si me muero dormida, para verme bonita en la caja, mi’ja».
Fifi no murió en su cama, ni siquiera en su país. Un fin de año la muerte la sorprendió en un elevador. Me gusta imaginar que llevaba el cabello perfectamente peinado.
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