Roberto Fernández Retamar, el poeta
especiales
No hay que leer dos veces un poema de Roberto Fernández Retamar para comprenderlo. Esto no es de por sí una virtud, pero en su caso dice mucho de una vocación lírica: Retamar escribía para compartir. Por esos sus versos parecen cosa de cada uno de nosotros. O sea: hablan de nuestros sueños, de nuestras aspiraciones, de los altibajos de nuestras vidas. Y hablan, también, con nuestras palabras, las de todos los días. La manera de “hilar” esos poemas ya es otra cosa: se tiene la impresión de que uno mismo no pudiera decir mejor eso que el poeta nos pone delante… y que es, en definitiva, lo que hubiéramos necesitado decir.
Tú no eres la mujer más hermosa del planeta,/ Esa cuyo rostro dura una o dos semanas en una revista de modas/ Y luego se usa para envolver un aguacate o un par de zapatos que llevamos al consolidado;/ Sino que eres como la Danae de Rembrandt que nos deslumbró una tarde inacabable en L`Ermitage, y sigue deslumbrándonos;/ Una mujer ni bella ni fea, ni joven ni vieja, ni gorda ni flaca,/ Una mujer como todas las mujeres y como ella sola,/ A quien la certidumbre del amor da un dorado inextinguible… (Fragmento del poema Aniversario).
El poeta vinculaba dos ámbitos, la ensoñación romántica y el devenir cotidiano, y al vincularlos los hacía una sola cosa. Ese es, en definitiva, uno de los triunfos de la poesía: que el cuerpo lírico se haga naturaleza “palpable”. La diafanidad del planteamiento nunca devino simpleza en la reflexión. Roberto Fernández Retamar partía de un paisaje perfectamente identificable y lo “devolvía” sin distorsiones, maravillosamente recreado. No era adornar el contexto, era descubrirle su belleza esencial.
Por eso es tan amplio su abanico temático. Escribió del amor y también de los problemas de la construcción de una nueva sociedad, que eran muchos y acuciantes. Así dicho, suena a realismo socialista, pero Retamar nunca se permitió una exaltación funcional y dogmática, más propaganda que poesía. Eran notables la visión crítica y el nervio lírico:
Y, desde luego, no queremos (y bien sabemos que no recibiremos) piedad ni perdón ni conmiseración,/ Quizá ni siquiera comprensión, de los hombres mejores que vendrán luego, que deben venir luego: la historia no es para eso,/ Sino para vivirla cada quien del todo, sin resquicios si es posible/ (Con amor sí, porque es probable que sea lo único verdadero)./ Y los muertos estarán muertos, con sus ropas, sus libros, sus conversaciones, sus sueños, sus dolores, sus suspiros, sus grandezas, sus pequeñeces… (Fragmento del poema Usted tenía razón, Tallet: somos hombres de transición).
En su poesía más épica y social, Roberto Fernández Retamar fue siempre un optimista. Una y mil veces llamó a vislumbrar un futuro mejor… y a luchar por conseguirlo. La Revolución de 1959 le mostró el camino de la posibilidad. Nadie (mucho menos él) dijo que sería un camino fácil. Muchas veces señaló contradicciones, se implicó en polémicas… y su obra es pródiga en el recuento. No trató nunca de simplificar el alcance (y los obstáculos) de un proceso político renovador. Ni tampoco edulcorar la historia:
Nosotros, los sobrevivientes,/ ¿a quiénes debemos la sobrevida?/ ¿quién se murió por mí en la ergástula,/ quién recibió la bala mía,/ la para mí, en su corazón?/ ¿sobre qué muerto estoy yo vivo,/ sus huesos quedando en los míos,/ los ojos que le arrancaron, viendo/ por la mirada de mi cara,/ y la mano que no es su mano,/ que no es ya tampoco la mía,/ escribiendo palabras rotas/ donde él no está, en la sobrevida? (El otro).
Pero siempre ofreció la otra cara de la moneda, la más íntima, la historia personalísima que tantas veces pende y depende de la gran historia:
Hijas: muy poco les he escrito,/ y hoy lo hago de prisa./ Quiero decirles/ que si también este momento pasa/ y puedo estar de nuevo con ustedes,/ en el sillón, oyendo el radio,/ cómo vamos a reírnos de estas cosas,/ de estos versos y de estas botas,/ y de la cara que ponían algunos,/ y hasta del traje que ahora llevo.// Pero si esto no pasa,/ y no hay sillón para estar juntos,/ y no vuelven las botas,/ sepan que no podía/ actuar de otra manera./ Estén contentas de ese nombre/ que arrastran como un hilo/ por papeles./ Disfruten de estar vivas,/ que es cosa linda,/ como nosotros lo hemos disfrutado./ Quieran mucho las cosas./ Y recuérdenme alguna vez,/ con alegría. (A mis hijas).
El tiempo y la memoria, se sabe, son materia esencial de la poesía. En la de Retamar también, no faltara más. Aquí y allá plantea un juego de aparentes contrarios, pasado frete al futuro, para en definitiva explicitar la convergencia: somos siempre consecuencia. No obstante, el poeta no se regodea en lo que vivió, prefiere esperar una nueva mañana:
No existen las hazañas ni los horrores del pasado./ El presente es más veloz que la lectura de estas mismas palabras./ El poeta saluda las cosas por venir/ Con una salva en la noche oscura. (Fragmento del poema Una salva de porvenir).
La muerte de un poeta lúcido no es solo la del hombre, sino la de la obra posible, esa para la que no alcanzó el tiempo. Roberto Fernández Retamar ha dejado un cuerpo lírico impresionante, que afortunadamente está salvado. Lo que se llevó con él es otra poesía, patrimonio de los sueños.
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