ARCHIVOS PARLANCHINES: La Milagrera de los Cayos

ARCHIVOS PARLANCHINES: La Milagrera de los Cayos
Fecha de publicación: 
7 Junio 2019
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A mediados del siglo anterior vivió en el intrincado barrio Cayos de San Felipe (en tierra firme, no en los cayos propiamente), en Pinar del Río, una guajira de origen canario que, a pesar de su pobreza atroz, empieza a curar los males del cuerpo con agua… solo con agua. No importa que los políticos y los doctores de la época la ataquen sin piedad, junto a muchos escépticos; ella está segura de la grandeza de su misión y, entre sus muchos rezos ininteligibles, levanta la moral de los enfermos con una frase que está inscripta en la historia: «Perro maldito, para el infierno».
 

Antoñica Izquierdo o la Virgen de los Cayos, como la bautizaron algunos devotos, nace en la finca Las Ayudas en 1899, y es la sexta de los trece hijos que tienen Matías Izquierdo y Rosalía González, inmigrantes canarios establecidos en Vueltabajo a fines del siglo XIX. En 1915 se une en matrimonio con un vecino de la finca, un campesino tabacalero pobre, y de esta unión nacen siete vástagos que son criados en un hogar donde las doctrinas del catolicismo empiezan a ser devoradas por unas supersticiones espiritistas que, al parecer, provienen del otro lado del Atlántico.
 

Antoñica es una mujer analfabeta, flaca y llena de parásitos, que tiene los pies pétreos por la desnudez y el pelo negro ralo recogido en un perenne y descuidado moño. Viste con una vieja y larga túnica que le llega hasta los tobillos y su caminar se hace, por momentos, torvo y misterioso. Tiene una imagen de ermitaña o vagabunda no exenta de cierto aire conventual.

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La Milagrera en plena faena.

Sin embargo, esta inopia no le impedirá saltar muy pronto a la fama y atraer las miradas atentas de miles de tullidos y menesterosos. El sociólogo cubano Daniel Álvarez Durán, en la crónica de Radio Enciclopedia «La penitencia, Antoñica y los poderes del agua», narra:
 

«Su hijo menor de dos años padeció de calenturas muy altas hasta llegar a un grave estado de salud y ella, por lo precario de su economía, no logró que lo atendieran en el hospital y agotó, sin éxito, los recursos de la medicina verde y de los remedios. Esto la precipitó a un escenario de desespero. Entonces tuvo la revelación, el 8 de enero de 1936; en su mente se le apareció la imagen de la Virgen María, que le dijo: “No te preocupes, tu hijo no morirá”. Y le recomendó meterlo debajo de un chorro de agua que caía de las canales del bohío, y así lo hizo, y el muchacho se curó».
 

Dicen que Antoñica, presa de un irrenunciable misticismo, recibe otra visita de la Virgen, en la cual le pide que proteja a todos los infelices de la tierra, a quienes debe curar sin cobrarles ni siquiera un centavo y sin medicinas, solo con agua de ríos, pozos y arroyos, administrada en diferentes cantidades, de acuerdo con la gravedad de la enfermedad.
 

Sea o no real esta afirmación, lo cierto es que varias familias se agrupan a su alrededor, con el fin de beneficiarse de sus poderes celestiales, y largas caravanas de peregrinos a pie, a caballo o en carreta, procedentes de toda Cuba, acampan en los alrededores de su humilde bohío de guano, convertido ahora en un santuario. Según varios diarios de esos años, muchos desahuciados esperan entre cinco y seis días para ser vistos por ella.
 

A la curandera se le podía ver desde la mañana hasta la noche atendiendo a los necesitados, a pesar de su cansancio, hambre y sed. Su ritual es sencillo e invariable: rocía varias veces la cabeza del doliente con agua fresca salida de una palangana, al tiempo que repite como una letanía su ya conocido grito de batalla: «Perro maldito, para el infierno»… «Perro maldito, para el infierno»… A la vez, traza una cruz con los dedos en el aire y realiza otros artilugios que le agregan dramatismo a su espectáculo.
 

Lamentablemente, la ardiente de Antoñica se pasa pronto de la raya y se transforma en una guía espiritual que se aprovecha de la miseria, la patética ignorancia y el oscurantismo de sus conciudadanos, a quienes pide que destruyan sus documentos de identidad, abandonen cualquier filiación política o social, no se registren en los censos electorales y no acudan nunca a las urnas. Sus fieles deben también echar a la basura las medicinas, no acudir jamás a los hospitales y sacar a los niños de las escuelas. ¡Casi nada!
 

Por supuesto, muy pronto la sanadora se gana el odio de la partidocracia, huérfana ahora de votantes, y de los doctores, que ven disminuidas sus clientelas en la región.
 

El 14 de abril de 1936 es denunciada en el Juzgado Correccional de Viñales por ejercer de manera ilegal la medicina, pero finalmente es absuelta por falta de pruebas. De ahí la trasladan hacia Consolación del Sur, donde se le celebra un nuevo juicio, acusada esta vez de coacción a los electores. En esta ocasión, tampoco es condenada, porque el pueblo se lanza a las calles para pedir a gritos su libertad y su hermana logra esconderla en su casa, ubicada en Valle Isabel María, en el municipio pinareño de Minas de Matahambre.
 

No obstante, la tranquilidad le dura poco. A finales de 1944, año de cambio de presidente, los políticos de esa localidad la inculpan por volver a obstruir las elecciones y, de inmediato, es presentada ante la Audiencia de Pinar del Río por mostrar síntomas de demencia. Luego de muchas trampas legales, es recluida en Mazorra, donde muere el 1ro. de marzo del año siguiente. Sus biógrafos siempre han indicado que Antoñica sufre mucho por la falta de agua que padece ese centro hospitalario de La Habana en ese tiempo.
 

Tras su muerte, algunos de sus antiguos pacientes, fuertes y robustos gracias a sus «milagros», fundan la secta Los Acuáticos que, desalojada de sus tierras por el senador Pedro Blanco, se refugia en el Valle del Cuajaní, en la Sierra del Infierno, perteneciente a Viñales, a donde solo se puede llegar caminando o a caballo.

Allí, estos piadosos se dedican al cultivo del tabaco, la malanga y otros productos para la subsistencia familiar; se «curan» con las aguas de un manantial cercano, y mantienen vivas las prédicas de Antoñica Izquierdo, basadas en la fe y el delirio.
 

¿Bienaventurada?, ¿sacerdotisa de la buena salud?, ¿consumada estafadora? Nadie lo sabe, aunque, en realidad, sobre esta campesina nunca han dejado de escribirse numerosos artículos de prensa de corte sensacionalista, historias fantasiosas y décimas montaraces. Asimismo, se han dado a conocer libros como La leyenda de Antoñica Izquierdo, de Tania Tolezano y Ernesto Chávez, perteneciente a la Editorial de Ciencias Sociales. Manuel Octavio Gómez filma Los días del agua en 1971, una película protagonizada por Idalia Anreus que, además de ser el primer largometraje cubano de ficción en colores, se rinde ante las magias de La Virgen de los Cayos…

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