Gigantes en el Prado de La Habana

Gigantes en el Prado de La Habana
Fecha de publicación: 
29 Mayo 2019
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Es la primera vez que el emblemático paseo capitalino acoge en sus inmensos portales una obra de semejante formato, compuesta por 16 fotografías sostenidas en ocho monolitos que renuevan y rompen con la imagen del entorno habitual.

La estructura utilizada en el mundo para la publicidad llegó por primera vez a Cuba con esta pretensión artística de sacar el arte de las galerías, una idea que Bianchini deseaba poner en práctica y logró durante la XIII Bienal de La Habana.

Cuando expones en la calle el objeto deja de pertenecerte y pasa a ser del otro. La obra tiene pulso y respiración, y cobra vida gracias al movimiento de la gente, sus miradas y gestos, afirmó a Prensa Latina.

Si te figuras en cámara rápida el movimiento diario de las personas la pieza cobra ese ritmo y deja de ser inanimada, expresó el artista mitad suizo y mitad cubano, amante de la música.

Como un padre preocupado por sus hijos visita a diario el Prado. En su recorrido disfruta de las libertades que se toma el transeúnte en interpretar las imágenes y realizar razonamientos muchas veces contrario al concepto primigenio. Cuando el público camina de la calle Colón hacia Genio contempla la serie El espejo y la mar, salida de una vivencia íntima que tuvo lugar en La Habana y cobra vida en esta historia de amor conceptual y surrealista.

Un poema de su autoría conduce la leyenda que se hilvana en cuadros para hablar de la añoranza, la tristeza, el infortunio, la ansiedad y la pasión de dos enamorados.

Del otro lado, las obras hablan de un país rodeado de nubes y de un horizonte poético y esperanzador que te invita a soñar contemplando celajes como si fueran pedazos titánicos de algodón.

En las instalaciones se percibe la isla de cristal, la isla donde el amor es un iceberg, la isla joven que pesca y no mira a la pantalla, la isla que espera.

Allí, existe el sueño del artista y el de cientos de personas que a diario se reconocen en el anciano sentado en el malecón, los jóvenes abrazados tratando de divisar el futuro y el niño que juega.

El fotógrafo ha tenido la sorpresa de dialogar con esos que una vez aparecieron de forma imprevista en su lente. Sabe bien del resultado que generan las reacciones de los observadores.

La experiencia la vivió en 2017 cuando intervino la plaza de la catedral de esta ciudad con la primera parte de la exposición compuesta entonces por diez gigantografías.

La isla aislada fue el nombre inicial de aquella muestra que, más tarde, pasó a llamarse Es la esperanza y luego derivó en El cielo en la tierra, títulos sugeridos por los propios espectadores.

Aún la Utopía es perceptible en la concurrida arteria habanera y su pretensión, a futuro, es llegar a la quinta avenida del municipio capitalino de Playa y a todos los paseos de los centros históricos de Cuba y del mundo.

Debemos seguir apostando por intervenir los espacios públicos y sacar las exposiciones de los circuitos tradicionales. Es la norma de muchos festivales en el mundo y en Cuba es preciso explotarlo más, insistió.

SOMOS es el nombre de su otra fantasía que pretende llevar al unísono a Miami y La Habana para trazar un puente de solidaridad, amor y hermandad, y mostrar mediante retratos de semblantes las esencias de los cubanos y los seres humanos.

Gabriel recuerda con cariño la cámara Canon400d que fuera su primera novia, los festivales en España y Francia donde se convirtió en el profesional que es.

Está satisfecho de ver sus fotos impresas en lona micro-perforada, emplazadas en las gigantescas estructuras gracias a la colaboración de la cubana empresa Metal Mecánica Varona.

En su larga lista de retribuciones, no olvida mencionar a su amigo Javier Navarrete, a Yorya y a la embajada de Suiza en Cuba.

Según dice, en la fotografía está todo lo que le apasiona y es fundamental en su vida.

En sus imágenes es imposible que no esté la música porque es parte indispensable en sus creaciones, quizás por herencia paterna o porque remueve su gen de melómano febril.

El artista que comenzó en la fotografía de forma fortuita y tuvo como escuela la curiosidad, transita por la urbe con cámara en mano e intenta robarse en un disparo el aliento de la ciudad.

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