Piropos cubanos: ¿acaso un acoso?
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«Si yo hago el trayecto al trabajo sin que se hayan metido conmigo y sin que me hayan dicho al menos un solo piropo, cuando llego tengo ganas de llorar porque eso quiere decir que estoy mal, muy mal».
Carmen Cifuentes, de 29 años, técnico medio, se confiesa con CubaSí y remata tal declaración con una risa de sus rojísimos labios.
Pero la también técnico medio Yudelis Gómez, con 28 años, ve el asunto totalmente diferente:
«Cuando yo salgo para el trabajo y aquel y el otro se me enciman para decirme no sé qué, yo lo único que quisiera es ser hombre para meterles un empujón. ¿Por qué casi se me tienen que tirar arriba para preguntar “qué hora es, mamita”? Seguro que a un hombre no le hacen así la misma pregunta».
El informe Rompiendo moldes: Transformar imaginarios y normas sociales para eliminar la violencia contra las mujeres, dado a conocer el verano pasado por Oxfam, una confederación internacional de 19 organizaciones que trabajan en más de 90 países y que preparó el documento de conjunto con el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), revela muy interesantes realidades, a propósito del acoso y la violencia contra las mujeres.
Cuba, junto a Bolivia, Colombia, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y República Dominicana, fue uno de los países donde, en general, aplicaron 4 mil 731 encuestas a mujeres y hombres jóvenes de 15 a 25 años, entre marzo y abril de 2017.
Los resultados revelaron la existencia de un conjunto de imaginarios y normas sociales traducidos en comportamientos que confirman cómo en la región el acoso callejero limita a las mujeres el uso y disfrute de espacios públicos, sesgando el desarrollo y autonomía de las jóvenes.
Decir piropos y silbar a una mujer en la calle es normal para el 75% de los muchachos de 15 a 25 años entrevistados. No obstante, República Dominicana se lleva las palmas en este apartado: un 84% de los hombres entre 15 y 19 años encuestados allí admitió que sus amigos piensan que están en el derecho de decir piropos a una mujer.
El informe también comprobó que, como tendencia en el imaginario masculino, «los cuerpos de las mujeres deben ser apropiados, nombrados, señalados y criticados».
Dicho estudio igual revela que se culpa a la mujer por su forma de vestir, que supuestamente la hace merecedora de piropos y otros comentarios. Del total de encuestados en los siete países, siete de cada diez jóvenes de 15 a 19 años «creen que una mujer decente no debe vestirse provocativamente ni andar hasta tarde en las calles». Seis de cada diez mujeres de esas mismas edades opinan lo mismo.
El citado informe igual refiere que «existe una creencia que justifica la violencia sexual, al sostener que las mujeres, cuando dicen NO, en realidad quieren decir SÍ».
Un 65% de los muchachos entre 15 y 19 años interrogados está convencido de que así son las cosas, en tanto el 87% estima que los hombres tienen mayor deseo sexual que las mujeres.
Aunque no es ni remotamente comparable con las estadísticas de violencia contra la mujer en otras naciones donde, por ejemplo, el feminicidio se hace amplios espacios y enluta familias y comunidad, Cuba es también escenario de manifestaciones de violencia contra la mujer.
En cuanto a las relaciones entre hombres y mujeres, la violencia psicológica es la modalidad más extendida, y el hogar se erige en el escenario privilegiado para acoger esa manifestación, con 68,1% del total de los casos.
Y en las calles, aunque la costumbre parece haber acuñado lo contrario, aquel que piropea a una muchacha en contra de su voluntad, cayéndole atrás, invadiendo su espacio personal, la está acosando, aunque solo la rodee de bonitas palabras.
Si el otro le exige que lo mire, que atienda a sus halagos, «que no se haga la de los viajes largos», igual la acosa.
En vez de justificarlos con argumentos de identidad o de la originalidad y gracia del cubano, mejor sería recordarles: «El acoso te atrasa», o convocarlos: «Evoluciona». Al menos, esas fueron exhortaciones en la campaña cubana por la no violencia contra las mujeres el pasado año.
No habría que esperar a una nueva campaña, a que el 25 de cada mes se celebre el llamado Día Naranja, ni tampoco al Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, el 25 de noviembre. Cualquier día del año, cualquier momento es bueno para hacerle lugar al respeto y para espantar la violencia.
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