Una mano lava la otra… aunque alguna la ensucie
especiales
El taxi en que viajaba –de esos que cobran en moneda nacional- se emparejó en el semáforo con un Lada que llevaba la puerta delantera casi abierta.
Se lo dije al chofer que me llevaba para que le avisara al otro porque el pasajero que viajaba junto a la puerta podía caerse, y también podía ocurrir otro tipo de accidente. Pero el taxista no acusó recibo, ni siquiera me contestó.
Cuando continuamos camino, no sé si a modo de excusa o simplemente para ratificar su posición, repitió, sin dirigirse a mí ni a ninguno de los pasajeros en particular, el estribillo de la que fuera en Cuba una conocida canción: “Defiéndete tú y déjame a mí, que yo me defiendo como pueda”; y sin más prendió un cigarro, así porque sí.
En el siguiente semáforo, de nuevo quedó junto a nosotros el mismo vehículo con la puerta mal cerrada, pero en esa ocasión, fue su chofer quien se esforzó por llamar la atención del taxista.
Cuando por fin lo logró en medio del bullicio de la avenida, le avisó con amable sonrisa de colega: “Socio, tienes el maletero medio abierto”.
Ni las gracias dio; cuando cambió la luz, salió en segunda.
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