ARCHIVOS PARLANCHINES: Las desventuras de un tenor
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La primera gran burla de los tacos, que se remonta, según sus contemporáneos, al mes de abril de 1866, es provocada por el catalán Pancho Marty, quien le permite al tenor catalán José Boy incursionar en el rol de estrella en un teatro demasiado grande para él.
Lo cierto es que los muchachos de la acera del café habanero El Louvre, la cual se extiende de manera incontrolable desde el hotel Inglaterra al Telégrafo, frente al Parque Central, representan, desde finales del siglo xix hasta principios del xx, a lo más brillante de la juventud de la capital en la literatura, las artes, las ciencias y la vida militar. Es sabido también que La Acera no carece de las despreocupaciones y las locuras típicas de esa época.
Eso sí, entre los muchachos, a quienes llaman tacos, existe un principio, casi una ley: las bromas deben hacerse pesadas y si no se obtiene un buen grado de picazón es mejor ni intentarlas. Tanta complicidad hay en el asunto que los agraviados casi nunca se enserian y hasta admiten de buen grado los chistes (con peligrosas y peleoneras excepciones).
La primera gran burla de los tacos, que se remonta, según sus contemporáneos, al mes de abril de 1866, es provocada por el catalán Pancho Marty, el césar del Gran Teatro Tacón, actual Gran Teatro de la Habana Alicia Alonso, quien, en el colmo del más pedestre paternalismo, le permiten al tenor catalán José Boy incursionar en el rol de estrella en un teatro demasiado grande para él.
Boy, con estudios en Italia, es, muy a su pesar, el hazmerreír de los cantantes italianos integrantes de la compañía de óperas taconiana, «ya que ése no era tenor ni era nada». Como es de prever, su paso por el coliseo de Prado no puede pasar inadvertido para los «Locos del Louvre», como llama a los muchachos un roñoso historiador. Joaquín Robreño regala un fiel relato sobre dicho acontecimiento en un artículo publicado por la revista Cuba en febrero de 1913:
«Sucedió a los pocos días que se enfermó el tenor de la compañía que debía cantar Lucrezia y Pancho Marty dispuso que lo sustituyera Boy.
Desde las primera notas que cantó empezaron a protestar los abonados de que se les encajara tal cosa y durante el primer acto fue Boy objeto de «choteos» y silbidos.
En el entreacto fueron al camerino del tenor algunos amigos, paisanos suyos, y se lo encontraron hecho una fiera.
Les dijo que a él le habían advertido de antemano lo que le iba a pasar: ¡qué si lo habían silbado era sólo por ser catalán, pues, ya se sabía que los cubanos no podían ver a ningún español!
Indignados sus amigos al oír esto, le prometieron que al momento reunirían el mayor número de paisanos que pudieran, que se irían todos a las lunetas bien prevenidos, y que cualquiera que se atreviera a silbar en los actos que faltaban sería castigado con severidad.
Alguien que estaba cerca del camerino oyó esto y al momento salió a dar parte a los inquilinos de la Acera de lo que pasaba.
Todos recibieron la noticia riéndose y se propusieron pasar un buen rato. Domingo Guiral llamó a su cochero y le dijo, dándole una onza:
—Vaya usted a escape a la calle de O’Reilly, tienda Mi Destino, y traiga todo eso en pitos de a medio».
Imaginarán ustedes lo que sigue. Cuando empieza el segundo acto el tenor es recibido con la silba más estruendosa que jamás se haya visto ni oído en aquel templo de las bellas artes. ¡Aquello es espantoso! Silbidos y decenas de pitos sonando al mismo tiempo. El ruido es irresistible y provoca varias alteraciones del orden (sobran los piñazos y hasta los cojines son usados como mortíferas armas). Dicen que hasta las coristas, espantadas, salen corriendo del lugar con trajes de seda baratos rojos y morados y la policía tiene que darles caza cerca de la Fuente de la India.
Esta pateadura que le propinan los tacos a Boy da lugar a un hecho lastimoso para los criollos: el día 19 del mismo mes de abril se presentan en el Tacón unos catalanes mal aconsejados y, premeditadamente, arruinan un concierto en beneficio de la poetisa Luisa Pérez de Zambrana, esposa del recientemente fallecido Ramón Zambrana, uno de los más ilustres intelectuales habaneros de entonces.
Estos altercados, que no ocultan un cierto trasfondo político con barniz parrandero, les echan un cubo de agua helada a las relaciones entre la mayoría de los jóvenes de la acera de El Louvre, y el régimen colonial, en momentos en que los reformistas cubanos aún mantienen ciertas esperanzas de lograr concesiones de España sin necesidad de ir a la guerra. Pancho Marty amenaza con prohibir la entrada de los tacos a su teatro, aunque al final el asunto no pasó de ahí, porque sabía que, a fin de cuentas, los muchachos son por naturaleza provocadores, guapos y valientes a más no poder.
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