Mirada crítica: ¿Montecatini o Montedesierto?

Mirada crítica: ¿Montecatini o Montedesierto?
Fecha de publicación: 
14 Septiembre 2018
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A través del cristal apenas se advertían personas, el sombreado de una camisa naranja les hizo pensar que, al menos, había una. Habían llegado a Montecatini, lugar emblemático de la gastronomía capitalina, ubicado en el Vedado, en la intersección de las calles 15 y J, especializado (como su nombre lo indica) en comida italiana.

Venían de regreso de la pizzería El Bosque, situada en un lugar apartado de la geografía habanera, donde no pudieron disfrutar porque «no estamos brindando servicios», según vociferó un trabajador sin explicación alguna.

Se trataba de un «encuentro de amigas», así que lo más importante no era siquiera degustar algún plato, sino conversar y conversar. Lo mismo daba una cafetería que un espacio público. El almuerzo era solo un pretexto.

La suerte es que una de ellas manejaba un auto ligero y la transportación no fue problema. ¡Imagínense llegar a un sitio luego de haber caminado unas cuantas cuadras en pendiente y una vez allí tropezarse con que la instalación está cerrada! Irremediablemente, ¡sucesos de nuestra vida cotidiana!

Bueno, pues al fin llegaron a Montecatini, ya hambrientas y, sobre todo, sedientas. El lugar estaba alumbrado, sencillo y a la vez agradable, limpio, acogedor. Tomaron asiento, vieron la carta, y cuando se disponían a hacer el pedido, se quedaron boquiabiertas cuando la dependienta les dijo: «de líquido, solo tenemos agua».

«¡Inconcebible!», dijo una. Mientras las otras dos amigas se miraron con asombro.

«En cualquier lugar una encuentra refrescos, maltas, cervezas, y si ese sitio es operado por trabajadores por cuenta propia, no faltan, ¡fríos y todo!», aseveró una de ellas.

En el momento de la visita, en Montecatini solo estaban presentes dos dependientes. Y uno de ellos resaltó, como echando a un lado la responsabilidad del administrador de la entidad: «La culpa la tiene la empresa».

A lo que respondió indignada una de las «inoportunas» visitantes: «Bueno, ¿y el administrador de aquí no se preocupa por tener abastecido el local?».

La situación se tornó embarazosa. Ya en camino hacia otro lugar, la tercera amiga, que hasta ese instante no había balbuceado ni una palabra, hizo una reflexión inteligente y necesaria: «Lo más preocupante es el gasto que genera el lugar con todas las luces prendidas, el aire acondicionado a todo meter, como se dice en buen cubano, y dependientes que están ganando un salario (por muy poco que sea) sin ofrecer servicio alguno».

Se marcharon disgustadas, pensando a qué otro sitio podrían ir para compartir un rato. Así llegaron a Doña Rosina, también en el Vedado, en Calzada e I, donde, para sorpresa, había variedad de refrescos y cerveza.

Consumieron pizzas y espaguetis, tomaron refrescos y charlaron durante buena parte de la tarde. El encuentro había sido pospuesto más de una vez, y lo más interesante de todo es que el suceso de Montecatini no quedó en el olvido.

Periodistas, al fin y al cabo, comenzaron a hacer conjeturas, a plantear mil soluciones a un problema que todavía no parece tener una solución feliz, pese a los esfuerzos que se hacen en este sentido, y al llamado del Estado a ofertar un servicio cada vez de mayor calidad a la población.

Una de las amigas introdujo el tema de la Protección al Consumidor. «La resolución 154…», a lo que la otra le aclaró: «No, estás equivocada, es la 54; yo he escrito en varias ocasiones de ello». Y así, comentando los vaivenes de la vida, se fue el tiempo.

Esta mañana en Facebook había el siguiente mensaje:

«Dicen que la felicidad no existe, solo momentos felices. Bueno, pues hoy tuvimos uno. Compartir, poder hablar con confianza y no sentir pasar el tiempo, es un regalo de la vida. Vamos a hacernos estos regalitos más a menudo, ¿qué ustedes creen? Así nos olvidamos de los problemas cotidianos, aun cuando no dejemos de hablar de ellos, lo cual es una manera de aligerarlos».

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Montecatini, un lugar bien acondicionado para que el visitante pueda pasar un rato

agradable. No obstante, el desabastecimiento hace que no cumpla su objeto social.

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La nevera, ¡mejor ni hablar! Evidentemente, existe una tremenda falta

de gestión.

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