ARCHIVOS PARLANCHINES: Éramos pocos y parió Catana
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Siempre se ha dicho que los cubanos tenemos una habilidad poco usual a la hora de improvisar términos o frases jocosos y enriquecer de manera algo estrafalaria nuestra lengua, a riesgo de que Miguel de Cervantes vuelva a caer redondo si revive y escucha locuciones como «¿qué bolá, asere?; tú eres mi ambia», para saludar, o «éramos pocos y parió Catana», indicativo de que se llenó el bote en el momento menos propicio.
Y a propósito: algunas de estas expresiones han sido usadas en la música, como sucede con «hasta que se seque el malecón», con la cual Jacob Forever puso a mover el esqueleto de miles de cubanos y foráneos, y otras, por el contrario, reflejan tragedia o desamparo: «Campeón, estás en llama». ¡Hay para todos los gustos y situaciones más inverosímiles!
Cuando se quiere criticar la falta de iniciativa y la flojera de algún sujeto, no dudamos en comentar: «Socio, échale sal al arroz; recuerda que camarón que se duerme, se lo lleva la corriente…». También he escuchado este consejo: «No, no… a llorar a Maternidad; donde se cae el burro, se le dan los palos». Pero si lo que deseamos es denunciar la suerte de algunos oportunistas e ineptos, repetimos a viva voz: «Caballero, al que nace p´ tamal, del cielo le caen las hojas. El tipo se pasa el día hablando cáscaras en una esquina y su tía Filomena le manda sus mandados de la yuma».
Por cierto, la voz yuma, más frecuente que la yuca con mojo en el fin de año, se puede referir a varias cosas: la usamos al referirnos a un extranjero, al hablar de otro país que no es el nuestro o, de forma más frecuente, para señalar a los Estados Unidos.
Cuando se debe dejar ir algo o vender alguna cosa, se insinúa: «Sobrino, dale agua a eso», la cosa está mala; cuando se quiere saber qué parte de la ganancia le corresponde a cierto fulano en algún negocio, se pregunta: «¿Qué bolá con mi cake?»; cuando un muñecón detecta que su compinche tiene una dama en puerta, murmura con cara de pícaro: «Oye, esa está pa’ tu cartón», y cuando un individuo pide su pasaje hacia el cementerio, no falta la comadre que exclame: «El pobrecito, se partió como un lápiz». ¡Hay para todo!
Los optimistas de siempre vociferan a grito pelea: «¡Completo Camagüey!» o «pesca´o hoy y mañana picadillo». No obstante, nunca faltan los antipáticos que los previenen con caras de malos augurios: «Sigan pensando que el chicharrón es carne. Se van a destarrar… el picheo está bajito». ¡Ah!, y para los charlatanes hay una fórmula infalible: «Mi herma, estás inflando. Afloja, tú las inventas en el aire». A aquellos necesitados de pasar página de manera urgente no les falta su antídoto: «Nene, tumba catao y pon quinqué». ¡Y remedio santo! Tampoco escasean los que no desean verse envueltos en ningún enredo o chisme y reclaman con la cara roja como un tomate: «¡A mí me sacan del potaje!».
A los alardosos y donjuanes que andan en babia tras las féminas se les oye susurrar a ratos: «Soy un bárbaro, las tengo a pululu». Algunos, incluso logran que ciertas damiselas le picoteen al oído: «Papi, eres un corazón de melón». Igualmente, los irresolutos poco amantes de los peligros y aventuras tienen su coloquialismo: «Huye pan, que te coge el diente». En ocasiones, estos suplican a sus allegados que les tiren un cabo, aunque la respuesta puede ser lapidaria: «Consorte, yo estoy pasma'o, no tengo ni donde amarrar la chiva, ¿no ves el berro que tengo? Resuelve tú el rollo».
Bueno, ¿y qué opinan ustedes de las denominaciones populacheras y simpáticas que tienen nuestros billetes? Resulta que un peso es «un clavo»; cinco, «una monja»; diez, un «pesca'o»; veinte, una «bomba»; cincuenta, un «medio palo», y 100, «una tabla». Casi hay que pasar un taller de lenguaje para entender esta jerga usada, incluso, por los jóvenes que tienen estudios universitarios…
Hay dichos, y esto no lo podemos negar, que dejan en las nubes a ciertos culturosos. Ejemplo de ellos son: «desmaya esa talla» y «me dejaste en Blanco y Trocadero», que son dos calles de nuestra capital. El primero alerta a algún patán que su negocio no le conviene, y al segundo se apela cuando te pasan alguna información recóndita, misteriosa y desconocida.
Más populares son estos dos: «No me des más muela, monina; si no te conviene, no hacemos el negocito y ya»; «chico, o te peinas o te haces los papelillos». Bien callejeros son también «a la cañona», que sugiere obligatoriedad, y «tú no me calculas», el cual enfatiza las habilidades ocultas de cierto personaje.
Bueno, y para concluir, les regalo estos enunciados, para que se rindan ante la nostalgia o se rompan el coco indagando un poco: «se botó de sala'o», «esta quema petróleo», «le cayó carcoma», «tunturuntu», «chúpale el rabo a la jutía», «estás aterrillado», «te sacaron un sable», «estás en el tíbiri, tábara», «dale piano» y «te vas a sacar la rifa del guanajo». ¡Casi nada! Prometo volver sobre este tema con el apoyo de los lectores.
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