Un libro con todos los cuentos de Gabriel García Márquez
especiales
Acaba de ponerse en circulación un volumen que junta todos los cuentos del colombiano más querido del mundo, el Premio Nobel de Literatura 1982 Gabriel García Márquez, que reúne en una sola edición sus libros de narraciones breves.
Éstos son Ojos de perro azul (1957), Los funerales de la Mamá Grande (1962), La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada (1972) y Doce cuentos peregrinos (1992).
Banquete, muestrario de excepcional prosa más allá de las etiquetas del trillado realismo mágico.
De la escritura excelsa del también autor de El coronel no tiene quien le escriba es imposible olvidar inicios de cuento como éstos: “De pronto notó que se le había derrumbado su belleza, que llegó a dolerle físicamente como un tumor o como un cáncer” (“Eva está dentro de su gato”, 1948. Ojos de perro azul).
Asimismo El lunes amaneció tibio y sin lluvia, Un días de estos, 1962. Los funerales de Mamá Grande, “Cuando murió don José Montiel, todo el mundo se sintió vengado, menos su viuda; pero se necesitaron varias horas para que todo el mundo creyera que en verdad había muerto” (“La viuda de Montiel”, 1962. Los funerales de la Mamá Grande).
O “Eréndira estaba bañando a su abuela cuando empezó el viento de su desgracia” (“La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada”, 1972, del libro del mismo título), “Veintidós años después volví a ver a Margarito Duarte. Apareció de pronto en una de las callecitas secretas del Trastevere, y me costó trabajo reconocerlo a primera vista por su castellano difícil y su buen talante de romano antiguo” (“La santa”, 1981. Doce cuentos peregrinos).
Asimismo, “Era bella, elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos de almendra verdes, y tenía el cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y una aura de antigüedad que lo mismo podía ser de Indonesia que de los Andes” (“El avión de la bella durmiente”, 1982. Doce cuentos peregrinos).
Cómo soslayar estos dibujos retóricos: “volvió a sonrojarse con una timidez franca, casi desvergonzada”, “pasaba la noche con calenturas delirantes en trabalenguas de noruego viejo” y “fascinadas por su desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle unos pantalones con un buen pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia para que pudiera continuar su muerte con dignidad”.
Lo mismo que “sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey de mar”.
El autor de La hojarasca es un artesano, carpintero que sabe colocar cada travesaño en el esquinero correspondiente. Si en Ojos de perro azul se asoman algunos gestos de Felisberto Hernández, Faulkner y Borges, en “Los funerales de la Mamá Grande” ya se advierte el delirio de “Cien años de soledad” (1968).
Imposible sustraerse de ficciones como Eva está dentro de su gato, Nabo, el negro que hizo esperar a los ángeles, La viuda de Montiel, Alguien desordena estas rosas, La siesta del martes y El ahogado más hermoso del mundo.
Tampoco a Blacamán, el bueno, vendedor de milagros, El avión de la bella durmiente, Un día después del sábado, En este pueblo no hay ladrones, Muerte constante más allá del amor, Me alquilo para soñar y tantos otros cuentos. Publicación de Editorial Diana (2012) que es tributo al más grande prosista del castellano en Latinoamérica.
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