Desafueros de un trovador
especiales
Como cualquier manifestación de arte auténtico, la trova requiere de mantos frescos, pero porosos, que dejen pasar sus esencias. Una complicidad entre tradición y modernidad, en contenido y empaque, que vigorice la vivencia artística y amplíe la gama de receptores atraídos por una novedad que no lo es totalmente.
No hay cabos (musicales) sueltos en esta Isla sobreabundante de talentos. Buena prueba de ello es el excelente trabajo de Oscar Sánchez (Holguín, 1986), quien está marcando pasos (re)hacedores entre aquellos que hacen de la guitarra su compañera de expresión.
Con una voz que domina a su antojo, una sensibilidad que le desborda y una proyección escénica madura, este cantautor hace que su espectáculo sea recordado en muchos sentidos. Apoyado por giros abruptos, Oscar encarna cada uno de sus caracteres pintorescos y establece un diálogo desde diferentes ángulos entre ellos y el narrador. El tres y el cajón se integran con naturalidad a la acción, sumando matices a la polifonía.
He aquí algunas ideas que ha aceptado compartir con nosotros.
Tu trabajo sorprende gratamente por el abanico de estilos que explotas en función de un discurso muy afilado y personal. Sintetizas influencias musicales de cualquier género y las conviertes en reminiscencias ácidas, en visualizaciones de gran calado, en cantos melancólicos o dulces como ese poema de Martí que has musicalizado recientemente. Sentir la fuerza que despliegas en tus presentaciones, como la haces llegar a cada espectador, me sugiere que quizás esta no sea tu única actividad artística. ¿Cuándo y cómo te percataste de que deseabas ser trovador? ¿Existe alguna otra manifestación del arte a la que también te dedicas o quisieras entregarte?
Lo primero que me interesó fue la música. En la escuela primaria jugaba a hacerme un bajo con la banda elástica de mi mochila y tocaba batería usando como baquetas unos palos que tenía un bolso de mi mamá. Le pedí a mis padres que me llevaran a las pruebas de aptitud en la Escuela Vocacional de Arte de mi provincia, pero no tenía preparación. Entonces, me olvidé de todo. En séptimo grado me interesé por las artes plásticas y tomé clases con Miguel Mayán y Manuel Gamayo. Comencé a estudiar en la Escuela de Instructores de Arte de Holguín, donde todas las manifestaciones artísticas convivían armónicamente. Como ya me interesaba la guitarra, me iba a los cubículos de música. Al principio no cantaba, solo me atraía la guitarra clásica, y toqué en una banda de rock. Cuando dominé el instrumento y el rock dejó de interesarme, interpreté canciones de otros, pero lo que más me interesaba era defender las mías. Me afilié a ese mundo de la canción, de la palabra, lo que hacen los trovadores. Desde entonces, es a la música a lo que más tiempo he dedicado, pero también pinto, hago bisuterías, orfebrería.
Estas mixturas con pinceladas del bufo, de lo caricaturesco, y la predominancia del absurdo, de metáforas al alcance de cualquier oyente, de giros que confrontan al espectador con sus propias sombras; esta estética tan barroca como personal, quizás nació inconscientemente con el impulso mismo de expresarte. ¿Empezaste a transitar por ella durante tus años formativos o la usaste para enriquecer tu discurso y darle un sello distintivo a tus presentaciones?
Me considero sarcástico, histriónico. Pero pensar en cómo esas características han pasado a ser parte de mi obra y mis presentaciones me resulta aún confuso. Se me hace un remolino en la cabeza. La respuesta más certera sería decir que soy así, como me ven en escena. Soy consciente de lo que pienso y actúo en consecuencia.
Tu público es heterogéneo y entusiasta. ¿Te molesta que tus subtextos, guiños y alusiones pasen inadvertidos para ciertos espectadores que prefieren el ritmo de tus canciones, también variado y pegajoso?
No me molesta, aunque sí lamento que en ocasiones parte del público realice lecturas superficiales de mis textos. No quisiera que quienes me escuchen se queden solo con la «primera capa de la cebolla», sino que fuesen capaces de percibir niveles de significación no solo en lo que digo, sino también en cómo lo digo. Trabajo generalmente con un lenguaje bastante coloquial. La dramaturgia que apoya este lenguaje incide notablemente en la comprensión de lo que quiero expresar con mis canciones.
En tu concierto incluiste una canción de un autor de Las Tunas. Recalcaste su valía como compositor y mencionaste la abundancia de talentos en las tierras del oriente de la Isla, que han brindado tanta buena música y poesía al acervo nacional. ¿Qué más podría hacerse por mejorar las oportunidades de los artistas del interior?
Flores de hierro es una canción de Freddy Laffita, un poeta espectacular; un músico muy interesante, muy cubano, sonero y rockero. Esta pregunta estaría mejor dirigida a quienes dictan la política cultural del país. Es tan frecuente, que a veces prefiero evadirla. En cambio, voy a responderla hablando a quienes, como yo, autodidactas o no, tienen algo que mostrar: «No esperes a que nadie haga algo por ti. Hazlo. No te sientes a llorar por la atención negada o la nunca dada, las herramientas son libres. Sé independiente».
No sería errado decir que estás dispuesto a seguir incorporando todo lo que consideres válido, sonora y visualmente, para enriquecer tu discurso. ¿Qué nivel de audacia se puede esperar de ti en el futuro?
No te equivocas. Hay miles de herramientas, hay millones de formas para crear, y me interesan. Voy a confesar, aun cuando corra el riesgo de no poder cumplirlo, que estoy detrás del órgano oriental, y espero poder experimentar con él dentro de poco. Cuando lo haga público, estarás invitado.
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