ESTRENOS DE DANZA: Temporada de Malpaso
especiales
En el programa que presentó Malpaso este fin de semana se alternaron creaciones de reconocidos coreógrafos internacionales y de coreógrafos emergentes, integrantes de la compañía. La buena noticia es que las obras de los nuevos no desmerecieron.
Las propuestas sostuvieron un buen estándar de calidad, de principio a fin. Aunque el conjunto (o sea, el programa completo) pueda parecer hasta cierto punto monocorde.
Es que las piezas tienen mucho en común: desde el entramado plástico (la ropa utilizada, la falta de elementos escenográficos, los diseños de iluminación) hasta la música y las pautas del movimiento (una vocación moderna con aires del neoclásico) y la utilización del espacio.
Pero eso no tendría que ser asumido como un defecto, para algunos, incluso, sería una virtud.
Después de ver Ser, de Beatriz García, uno podría pensar que se trata de una coreógrafa hecha. Hay una madurez, una enjundia, una facilidad para sugerir sentidos… que apuntan a una creadora con más itinerario. La coreógrafa evade lugares comunes y jamás explicita. La dramaturgia va tomando cuerpo sin fórceps, como siguiendo una lógica interna, que va concentrando poco a poco las acciones. Hay una plasticidad suave, hermosa, sin estridencias… No voy a sugerir las implicaciones metafóricas, cada quien entenderá lo suyo, pero está claro que hay conflictos y que los conflictos están bien resueltos.
Vals indomable, de la canadiense Aszure Barton, recrea ciertas dinámicas populares (una pretensión de danza social, con su juego de roles, con dosis más o menos sutiles de seducción) en una sucesión de escenas que marcan rupturas con el convencionalismo de esas propias dinámicas. Por eso ese vals resulta indomable. La exposición de los temas también desdice, con toda intención, ese legado. Hay un lirismo un tanto agreste que se hace más evidente al final de la pieza.
Otro coreógrafo debutante, Abel Rojo, propone El piso a cuestas, un solo muy interesante (muy bien defendido, al menos en la función a la que asistió este cronista) por Osnel Delgado. Se asume la danza como un camino, que debe ser recorrido con parsimonia y cuidado, atendiendo todos los detalles. Un camino (quizás un puente), que se hace al andar. Esta reflexión sobre el itinerario más íntimo del bailarín se sostiene en una pauta casi minimalista, que exige del público tanta concentración como al intérprete.
Tabula Rasa, la pieza del coreógrafo más reconocido de la noche, el israelí Ohad Naharin, evidencia contraposiciones que le otorgan un trasfondo dramático muy sugerente. La alternancia de tempos y composiciones, la manera en que se asume (y se fractura) el ciclo crean un sistema complejo, una densidad conceptual que, sin embargo, nunca se traduce en tedio. Muy interesante la caligrafía del movimiento, la relación entre los solistas y el grupo.
Por último, unas líneas para reconocer el nivel técnico e interpretativo del elenco. Son buenos bailarines, y muestran un compromiso plausible con lo que bailan.
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