ARCHIVOS PARLANCHINES: ¡Tengo una jevita!

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ARCHIVOS PARLANCHINES: ¡Tengo una jevita!
Fecha de publicación: 
16 Febrero 2018
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De hecho cuando algún donjuán cae en las redes de cierta damisela encantadora (como escribió en su día Ernesto Lecuona) usamos varias frases que retratan y santifican el hecho épico: «está frito», «está embolla’o», «está súper cogí’o», «está de ingreso»… O, sencillamente, sentenciamos a la manera de un epitafio: «Lo perdimos... está todo babeado por ella».

Bueno, ¿y cuáles son los síntomas que delatan este alarde mágico al corazón? Hay muchos. Digamos, cuando el criollo siente que ha sido herido por una de las flechas lanzadas por Cupido empieza a arrojar piropos capaces de provocar ciertas sonrisitas, y hasta un rubor en las mejillas, aunque algunos estén algo picúos: «Mami, pero si tú eres un caramelo», «vámonos para el Malecón  y sé mi sirena», «con esos ojos no necesito linterna cuando llegue el apagón», «estás como Santa Bárbara, Santa por delante y bárbara por detrás», «camina por la sombrita que el sol derrite los bombones», «oye, cuidado con Eusebio Leal, si te encuentra te declara Patrimonio Nacional». Nada que en esto seguimos la tradición de los abuelos y bisabuelos al pie de la letra.

Otro indicio de un amorío en ciernes se manifiesta cuando nuestro candidato a Romeo empieza a contarles a todos sus amigos que ya tiene «una jevita». Esta voz, que tuvo en sus inicios un talante machista y algo vulgar, se ha insertado tanto en el hablar cotidiano que hoy en día se le considera una señal de cariño. O sea, si eres jevo o java de alguien tu pareja está «muerto» por ti. Así son las cosas.

Otro paso que no falla en la preparación artillera es relatar anécdotas sobre su vecindario, ubicado en alguna ciudad o colindante con el pueblito de Boquerón, en la lejana provincia de Guantánamo. ¡Da lo mismo! En esto el sujeto suele ser muy generoso: habla sobre el pozo de su casa, la escuelita donde estudió, el círculo social obrero que lo vio aprender a bailar casino, las latas de carne rusa, el río donde pescaba guajacones, los vecinos chismosos, y hasta sobre de los amigos que le hicieron una trastada antes de mudarse de ahí. En fin, abre su corazón y le da a entender a la pareja que «va con todo».

Cuando la relación ya va bastante encaminada, entrarán en escena la mamá, primero, y el familión después. La primera visita de la candidata al matrimonio (o al menos a la juntera) debe ser perfecta. Y ahí la progenitora del novio debe lucirse de lo lindo y mostrar una sazón inolvidable: los moros con cristianos, la yuca con mojo, los chicharrones, el puerco asado… todo debe estar exquisito y ser servido de forma abundante y sin remilgos, aunque el sueldo se acabe y haya que pasarse el resto del mes comiendo pan de la bodega y chícharos verdes.

A este encuentro, más o menos privado, seguirá una reunión con toda su gente, un momento clave en este proceso, porque, como se sabe, los cubanos, por lo general, no damos un paso sin discutir con nuestros papás, tíos, abuelos y demás miembros del clan, a quienes, sin falta, agarremos de las greñas con más frecuencia de lo que sugiere la prudencia.

Dicho conclave puede ser delicado y su éxito dependerá de la santa paciencia que tenga la enamorada para aguardar el chaparrón: su galán le nombrará de manera exhaustiva e interminable las personas que integran su árbol genealógico (muchas de ellas mostradas antes en fotos); deberá escuchar las sugerencias de la tía Emenegilda, solterona y pura; reírse con los chistes ácidos del vejete de Ruperto, hacerle algunas confesiones a las primas y sobrinos y dejar bien sentado que ella, y solo ella, merece la atención del único miembro de la tribu que aún no se ha enredado con alguien.

Tras la conclusión de todo este protocolo, lista ya la pareja para abandonar el cuartucho clandestina donde se han visto hasta ahora, una de las amigas y compinche de la dama le comentará en el oído con un ramo de girasoles en la mano: «Oye, agarra, el asunto está claro, no seas boba… está pa’ ti, ese huevo quiere sal».

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