San Valentín: Breve apología de 365 días 14 de Febrero
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Lo cierto es que desde mi perspectiva no alcanzan los 365 días del año para mostrarnos enamorados, reverenciar a Eros o Cupido, cantarle un tango o bolero a San Valentín, estrechar en un abrazo o dedicarles nuestros mejores pensamientos al idilio eterno, el hijo que te flechó para siempre, la compañera fiel, la madre escudera, la familia que apuntala siempre, los amigos cómplices…
Quizás pese sobre mí cierta carga de romántico perenne. Puede que, de haber vivido en la Roma antigua haya esperado ansioso las fiestas Lupercales, o protestado airadamente en el año 496 contra el papa Gelasio I ante su prohibición de dichas celebraciones.
Tomé la pluma y guié al escritor Geoffrey Chaucer luego en 1382, cuando una brisa de intensidad amorosa categoría cinco hizo emanar su parlamento de los pájaros.
Esparcí postales, corriendo por un campo de tulipanes o margaritas, a la usanza de Esther Ángel Howland, impulsado por el horizonte carmín o amarillo intenso, el viento tenue que acaricia mi rostro y un impulso desenfadado que hace las veces de brújula.
He visto una y otra vez la escena de Casablanca en la que Humphrey Bogart e Ingrid Bergman se funden en un beso, petrificado mi cuerpo con la escena final de Luis Alberto García e Isabel Santos en Clandestino, montado al elevador de Amor Vertical con Silvia Águila, me he disfrazado de Ghost, sin tapujos he cantado desde lo alto de la Torre Eiffel y expuesto mi lado bohemio, ese de Moulin Rouge, con similar acento he deletreado A-m-e-l-i-e, me he refugiado en el asteroide B-612, revisitado cada parlamento hecho por El principito a su rosa, imitado ese cuidado de vida o muerte…
Considerablemente influyente, créanme que lo es amigos míos, el hecho de haber crecido rodeado de amor, miembro de una familia fusionada como la más perfecta de las trenzas, capaz de reunirse todos los domingos, sin pretexto evidente, en un almuerzo, de acudir al llamado de un hermamo, madre o sobrino a la velocidad del sonido, de una madre insólita, que me enseño a no hacer distinción si de dar amor y hacer el bien se trata. Firme cuando la situación lo requería, tierna y ejemplar 360 grados.
De flechas, blancos y experiencias
1- Cuando se está en preescolar es difícil dilucidar o dimensionar completamente un 14 de febrero cualquiera. Entonces eran los tiempos del papelito, decirle a tu mejor compinche que Yainer o Yulién eran las niñas más bonitas del aula y sin que ellas lo supieran presentarlas indistintamente como tus novias, o en el mejor de los casos, tener un detalle con ellas u otra tomando como pretexto una fecha señalada, o simplemente demostrarle a diario que en esa ingenuidad infantil, te tenían flechado.
Una flor, cederle el asiento, tomarla de la mano y cruzar al regreso de la educación física, indicios todos de afecto y buenas maneras fusionados.
2- Entre mis recuerdos más vívidos de la primaria está Bony. Tiempos del General y su Tu-pum-pum corrían, las acampadas como nichos de independencia y privacidad, el primer beso con la luna como testigo. Una china pequeña, de sonrisa magnética y cabellos bien negros. El umbral de lo que sería uno de mis prototipos, de las chicas de mi predilección.
3- La secundaria me sorprendió con cierto grado de ingenuidad aún, tanto biológica como de proceder. Recuerdo aquella escuela al campo de octavo grado en la que Maydeline me sacó un susto. Silvita, y el primer síntoma de relación estable. Bárbara, el casino y las conquistas. El II Congreso de los Pioneros y un episodio memorable de nombre Adelaida…
4- Allí comenzó a manifestarse aquello de que al tigre se le distingue por las rayas, frase que escuché una y otra vez y que hasta después de graduarme de la Universidad no varié en su implicación semántica o aplicación.
5- Es imposible radiografiar mi vida apasionada sin recalar en La Lenin. Esos amores platónicos que marcan, el aprendizaje con los NO recibidos, y los piscinazos lanzados sin pensar, movido por una especie de Atracción Fatal. De soñar con Denisse, Anais, Lisliet, Rocío y tantas otras Venus vestidas de azul. Tiempos en que la proporción hembras-varones nos favorecía considerablemente. De Yaneisy en calidad de hermana rescatada.
La época, con toda la seriedad que implica y las huellas que a su manera cada una dejó en mí, de Lena, Janet Alfaro, Roxana, Anna…
6- Con la madurez y la irrupción en la vida profesional el prisma sufrió su metamorfosis. Lo carnal e instintivo quedó relegado a un segundo plano. Por genoma seguía siendo el mismo Harold, solo que ahora revertían mucha mayor importancia el placer o esfuerzo empleado en una conquista, las horas gastadas o bien pasadas con los amigos. La precisión milimétrica y cierta exquisitez en los criterios de selección.
Mi madre, mi abuela Sara y el resto de mi familia, no dejaron de acompañarme a cada paso. Pese a la distancia, las pláticas de hombre con mi padre en mis visitas a Martí cobraron notoriedad, y poco a poco las cosas verdaderamente importantes de la vida, todas esas que pudieran parecer insignificantes o triviales, ocuparon su lugar en la cadena jerárquica de mis sentimientos.
En definitiva dar y amar, no es más que una de las expresiones de un hombre o persona de bien.
7- Aprendí mucho de mi tiempo al lado de Diany y Yanara. Tuve tropiezos disímiles, el camino de ninguno de nosotros me atrevería a decir se ha antojado una panacea. Valorar a cada quien, descubrir a los hermanos y tachar a los fariseos encubiertos, se convirtieron en otros saberes aprehendidos.
8- La vida me dio la fortuna de conocer a Made, la puso en mi camino. Hoy ya no importan las arduas sesiones de Malecón previas al primer beso o sí definitivo, las dos horas de espera en el Karl Marx antes del concierto de Take Six, los desayunos de caracteres y sentir incontables cada mañana. El manto de palabras tibio…
Hoy vamos de la mano por la vida juntos, en una travesía que ojalá pinte eterna, con el mayor botín de alforja y flechas que cualquier dios nos haya podido obsequiar: nuestro principito Enzo Samuel. Aprendemos uno del otro, nos moldeamos, somos amigos por momentos, confidentes, consejeros, pareja, amantes desenfrenados…
Es una relación equilibrada, de roles camaleónicos, de motor, planes y construcción de un hogar. De 14 de febreros constantes, como ese fluir acompasado de un electrocardiograma, con dos corazones sanos y en sintonía.
Esas son razones contundentes por las que me atrevo a decir que San Valentín, Cupido, Eros, Melchor, Gaspar y Baltazar, y otros tantos personajes, deidades o íconos que encierran una mística fuerte, vienen a mí en algún momento de cualquiera de los 365 días del año.
Acuden a diario con vestimentas múltiples, se presentan cual son o disfrazados de motivos. Llenan el morral de los amigos, laten al compás de una buena pieza de baile, de una frase antológica, de un libro devorado, de una pirueta quijotesca.
Mi cotidianeidad, lo confieso, está plagada de una epidemia placentera de San Valentines, Cupidos y Eros, que decidieron acompañarme por tiempo ilimitado, y hasta que esta llama de amor de nombre vida se apague, me rehúso a renunciar de su complicidad.
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