Disciplina crónica

Disciplina crónica
Fecha de publicación: 
16 Enero 2018
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Cronicar es salvar. Esa fue una de las primeras frases que escuché cuando la poesía me llevó hasta la crónica y la crónica me llevó hasta Julio Acanda. ¿Por dónde empezar cuando se tiene al cronista delante? Pues comencemos por el inicio, por su Isla de la Juventud, por su Radio Caribe, por su infancia frente al micrófono en aquel programa: Cosas de mi escuela.

«Llegué porque fueron por las aulas buscando quién leía bien, y parece que yo lo hacía. Cosas de mi escuela me enseñó que debía tener disciplina, y te voy a explicar por qué. Yo trabajé allí dos años y después de eso me empecé a regar: llegaba tarde, no iba a las grabaciones… Hasta que me llamé a conciencia y decidí regresar, pero me dijeron que ya no estaba. ¡Yo que me creía el mejor! Y de verdad no me dejaron entrar más, ni de espectador. Yo escuchaba a los muchachos en la radio, los veía en los actos, fue la televisión, los entrevistó… y yo fuera. Eso me enseñó que para lograr algo hay que tener disciplina; si no, la gente prescinde de ti y no pasa nada, aunque seas excelente. Si yo dejo de hacer mis crónicas de domingo, viene otro y las va a hacer. La disciplina en esta profesión es importantísima».

¿Desde aquellos momentos nace su vocación periodística?

«Yo creo que siempre lo supe. No sabía si se llamaba ser periodista o qué, yo solo quería trabajar en los medios. Tal vez hubiese sido actor, pero no, porque me gustaba escribir, entonces era una combinación de eso con las ganas de que me escucharan, de que me vieran. El periodista que te diga que no quiere que lo vean, lo escuchen o lo lean es un hipócrita; esta profesión exige socializar, ese es su fin».

De sus años en la universidad, ¿qué recuerdos buenos y malos tiene?

«Un profesor me dijo cuando estudiaba: ¿Tú quieres ser periodista? Tienes que leer 300 páginas semanales. Y seguí su consejo. Aún hoy, después de tantos años de graduado yo me leo 300 páginas semanales y mucho más, de manera ya casi inconsciente.

«Ese mismo profesor un día me preguntó por el libro Paradiso, de José Lezama Lima. Yo le dije que no sabía y él respondió: ¿vas a ser periodista y no sabes lo que es Paradiso? Desde ese instante comencé a buscarlo por todas partes y nadie lo tenía. Luego entendí que en aquellos tiempos Lezama era totalmente marginado de los medios, era como si no hubiese existido, incluso habían recogido la edición cubana del libro. Al fin logré tenerlo y cuando lo leí me dije: pero ¡cómo me escamotearon esto, cuando yo pude haber entrevistado al autor! Tal marca dejó en mí que aún hoy recuerdo quién me lo prestó y recuerdo también que no se lo devolví –y le sale junto a la sonrisa un tono pícaro que nunca imaginé.

«La universidad me ayudó a librarme de prejuicios y traumas. Por ejemplo, desde niño yo vivía cosas y creía haberlas visto antes. Me aterró por años, me pensé loco, pues me sucedía mucho. El punto máximo fue cuando en mi escuela se formó una reyerta multitudinaria y un muchacho agredió a otro gravemente y yo me dije: ¡Ya esto lo viví! Me sentí fatal, porque ya era como augurar lo malo. En los primeros años de la carrera descubrí a Sigmon Freud y con él la explicación a lo que me sucedía.

«¡Yo no estaba loco, era algo que se había estudiado y que padecía mucha gente! ¡Quieres algo más bonito que librarme de ese trauma de la niñez! Fíjate que después me ha sucedido muy pocas veces, parece que ya ni le presto atención- y ríe mientras recuerda esos tiempos en los que el Periodismo suele parecer una aventura a lo Indiana Jones.

«También descubrí el teatro, el ballet, personas inteligentes y maravillosas.

«Lo feo fue descubrir en la gente rasgos que creía exclusivos de telenovelas, sentimientos malos, ruindades. Me di cuenta que esas personas estaban también en la realidad y me hicieron daño. Pero lo recuerdo un período hermoso, de hallazgos. Tuve la idea de que no sabía nada y comencé a encauzar la disciplina que había adquirido por donde quería ir».

Una vez graduado, la mayor parte de su trabajo tomó forma de crónica. ¿Por qué elegir ese camino, que a muchos les parece el más difícil en esta profesión?

«Yo digo que es crónica porque es lo que más se ajusta a lo que hago, pero con todas estas mezclas de estilos y géneros no tengo la seguridad de que lo sea. En mis trabajos aplico técnicas del reportaje, de la entrevista, pero siempre llevan mi subjetividad y un lenguaje más elaborado, características fundamentales de la crónica, por eso los llamo así.

«Tengo la disciplina de buscar lo que nadie ha dicho, ha visto o filmado para contarlo, me lo impongo. Siempre he dicho que la crónica es el género que va a trascender porque hoy la información se mueve cada vez más rápido, gracias a Internet. ¿Tú me vas a dar una noticia a las ocho de la noche? Sería mucho más inteligente que me la relataras, la valoraras, le vieras nuevas aristas a través de un entrevistado. La crónica va directo a la gente por su valor humano, por eso perdura y por eso apuesto por ella.

«No obstante, hágase el género que se haga, el periodista debe estar comprometido con su público, sin eso se convierte en un relacionista público, un propagandista. Ese es el profesional que visualizaron grandes como Hemingway o Martí, cuya base ética estaba en entregar la verdad».

¿Qué es lo que más disfruta hacer, además del periodismo?

«Leer, que, de cierta manera, es hacer periodismo también».

¿Cuál es la frase de cabecera de Acanda?

«Pues, ¡yo ni sé! Mira, esa pudiera ser una buena frase, porque la mayoría de las cosas que suceden en mi vida, en el trabajo que intento hacer yo no sé por qué suceden.

«Yo no sé cómo llegan los artistas a El Gato Tuerto, bajo mi dirección artística. No sé cómo logran hacer lo que les pido con las herramientas que les doy, que tampoco sé de dónde salen. Esa frase sería buenísima: ¡pues, yo ni sé!».

Como profesional de la palabra, ¿cuál es la palabra que más le gusta?

«¿Viste por qué esa es la frase? Pues yo ni sé cuál es esa palabra. Todas, supongo que depende del momento».

Tal vez tampoco sepa esto, pero ¿cuál es su sonido favorito? –y rompemos a reír los dos.

«¡Mira, eso sí lo sé!, pero es un sonido indeterminado: el de la vida, ese es el sonido que más me gusta».

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