El Festival y yo

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El Festival y yo
Fecha de publicación: 
15 Diciembre 2017
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En estas más de dos décadas solamente falté a la cita con el séptimo arte cuando nació mi hija Liz, en el año 2006. En el resto he participado activamente, aunque en los últimos tiempos la calidad de las propuestas cinematográficas ha decaído bastante. Pero bueno, no voy a hablar de eso, para que nadie vaya a pensar que se trata de un resabio de viejo; quien lea estas líneas valorará por sí solo.

Era el año 1993, estaba ya en mi segundo año en la Universidad de La Habana, y el Festival no me había atrapado. 12 meses atrás pasé por varios cines y me asustaron las largas colas, enemigo como siempre he sido de esos engendros, necesarios, pero insoportables. La inexperiencia me hizo pensar que tal cantidad de gente no cabría en el cine, y pasaba de largo.

Sin embargo, embullado por un compañero de beca con más recorrido, decidí probar suerte y amanecí un día para la primera tanda en el Chaplin. Nunca lo olvidaré, no solo por lo que vino después, sino porque el colega “me entró” al cine sin siquiera pagar la entrada. La película era “Tango Feroz”, y acabó por derrumbar los tabúes que tenía sobre el cine latinoamericano, al que había apreciado mal y poco.

Como luego se hizo costumbre edición tras edición, terminé esa, que tenía además una presentación inolvidable (la más ocurrente según mi opinión a través de este ya largo tiempo de festivalero), con más de 20 filmes apreciados, la mayoría pertenecientes a las muestras de España, Francia, Países nórdicos, Italia, Alemania, retrospectiva de algún cineasta famoso y Presentaciones Especiales. Sí, aunque los más nuevos no lo crean, en los Festivales había todas esas muestras a la vez, y podías empatar una con otra sin pasar tantos tragos amargos como los que se me han hecho demasiado frecuentes en la última década.

Tampoco puedo olvidar el día que vi “Fresa y Chocolate”, también en el Chaplin. Ya conté que mi estreno fue bastante ladino; pues para la película de Titón y Tabío la estrategia era ir a la tanda anterior y luego esconderme en el baño porque sabía que fuera me esperaba media Habana y sus pueblos adyacentes. Era “Tirano Banderas” la cinta previa, una digna adaptación del clásico literario prácticamente olvidada, y al concluir me disponía a salir luego de remolonear en el asiento hasta el último crédito, cuando, ya en el pasillo que da a la puerta de salida, me vino encima una avalancha de público que no creyó en policía, cristales ni acomodadores. Así regresé a las butacas, ni corto ni perezoso, y recuerdo que vi la película en la fila del medio, en un asiento que daba al pasillo, donde no se podía caminar porque todos los espacios estaban ocupados por personas sentadas en el suelo.

Desde aquel año muchas han sido las historias, las colas, los empellones de gente y policía en un molote y, sobre todo, las grandes películas que pude ver, pero siempre guardo un grato recuerdo de aquella, mi primera vez.

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