Los ojos del bisonte

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Los ojos del bisonte
Fecha de publicación: 
14 Noviembre 2017
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A estas alturas, ya debe ser nada, o casi nada. Sus restos se deben haber integrado a la tierra por la que andaba sin hacer daño. Pero su enorme cuerpo derruido por el disparo, su quejido ronco y profundo al caer, continúan como doloroso recordatorio.

Y es que aquel bisonte abatido a disparos en septiembre último habla de por dónde va una parte de la raza humana.

Era el primero de esos añejos animales, los herbívoros más grandes de Europa, avistado en 250 años deambulando en estado salvaje por tierras alemanas. Pero alguien, el jefe de la Oficina de Órdenes Públicas de Brandemburgo, ordenó a dos cazadores que lo mataran.

Cuando recibió el aviso del ciudadano que había descubierto al imponente animal cerca del río Oder, en la ciudad alemana de Lebus, a hora y media de Berlín y cerca de la frontera con Polonia, el funcionario local estimó que constituía un peligro para los lugareños y, sin pensárselo dos veces, indicó eliminarlo.

Chris Heinrich, integrante del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, sus siglas en inglés), declaró, a propósito del suceso: «Después de 250 años en los que no se volvió a ver un bisonte salvaje, lo primero que se les ocurrió a las autoridades fue dispararle».

Agregó que «El tiroteo es, lamentablemente, también una expresión de la impotencia de las autoridades sobre cómo deben tratar con los animales salvajes». Faltan profesionales capacitados en la zona para atender este tipo de casos, declaró en un comunicado.

«Dar permiso para que cacen a un animal que está extremadamente protegido, que no representa una amenaza potencial, es un crimen», concluyó el directivo, responsable de conservación de la naturaleza del WWF.

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El bisonte europeo, el herbívoro más grande del continente, es catalogado como una especie vulnerable en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

En consecuencia, dio a conocer que la organización que integra presentará cargos contra el funcionario del este de Alemania que ordenó dispararan al inofensivo y valioso animal.

«Los bisontes no son peligrosos», refirió, en medio de la indignación levantada por el acontecimiento, el ministro de Medio Ambiente de Brandemburgo, Jörg Vogelsänger, a Der Tagesspiegel. En caso de serlo, precisó, «la mitad de Polonia, donde el animal es un símbolo nacional, tendría que ser declarada una zona de peligro».

En la Lista Roja

La Lista Roja de Especies Amenazadas fue elaborada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) a partir de 1963, y se ha ido actualizando sistemáticamente. Hoy son 101 las consideradas como especies amenazadas, que son las que clasifican como En peligro crítico, En peligro y Vulnerable.

Dentro de esta última etiqueta se apunta el bisonte europeo (bison bonasus) a partir de 1966. A finales del año 2013, el número total de bisontes europeos, a nivel mundial, ascendía a 5 mil 249 individuos, y en Polonia, al terminar el año 2014, había un total de 1 434 ejemplares en áreas protegidas.

El europeo es pariente del bisonte americano (bison bison), que habita en las llanuras de Canadá y Estados Unidos. Pero, a diferencia del segundo, el oriundo de Europa, en vez de praderas, prefiere la protección de los bosques, donde deambula en rebaños formados por unos 20 animales. Bialowieza es el bosque viejo mejor conservado de la zona templada septentrional europea, donde existe la población más grande de bisontes.

A pesar de su gran tamaño, este pacífico animal —que puede llegar a vivir entre 25 y 27 años las hembras, y entre 20 y 23 los machos— se alimenta, sobre todo, del follaje bajo, aunque incluye en su menú cualquier materia vegetal.

El bisonte europeo puede alcanzar una altura de hasta dos metros y un peso de más de 900 kg. Se reproduce entre agosto y octubre. La hembra alcanza la madurez sexual a los tres años de nacida y tiene una sola cría por parto.

En 1927 murió el último ejemplar que habitaba en libertad en el Cáucaso, y la especie se habría extinguido totalmente, de no haber sido por los 50 bisontes que habitaban en zoológicos repartidos por el mundo. A partir de estos se logró una reintroducción en el medio silvestre.

Desde Altamira

                                                          El armado testuz levanta. En este
                                                                     antiguo toro de durmiente ira,
                                                                     veo a los hombres rojos del Oeste
                                                                     y a los perdidos hombres de Altamira.
                                                                     Luego pienso que ignora el tiempo humano,
                                                                     cuyo espejo espectral es la memoria.
                                                                     El tiempo no lo toca ni la historia
                                                                     de su decurso, tan variable y vano.
                                                                     Intemporal, innumerable, cero,
                                                                     es el postrer bisonte y el primero.

                                                                   Jorge Luis Borges (fragmento de El bisonte)

No había iPad ni iPhone, ni tabletas, ni laptop, ni teléfonos móviles, ni ordenadores, ni ninguna otra tecnología «inteligente» que permitiera conocer y conocernos, pero el buril de sílex cortó limpiamente, con maestría y casi veneración, la roca.

A la luz de lámparas en las que ardía el tuétano de huesos, el hombre del paleolítico superior grabó y pintó 16 ejemplares de bisontes en la Cueva de Altamira, cuyo techo de la Gran Sala es llamado la Capilla Sixtina del arte rupestre.

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En la Cueva de Altamira, España, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1985, la especie más dibujada es el bisonte.

Pero no los pintaba para matarlos y comerlos. Al menos, esa es la teoría del famoso arqueólogo, antropólogo y etnólogo francés Leroi-Gourhan, entre los más grandes especialistas en la Prehistoria.

Leroi asegura que las cuevas eran templos que contenían santuarios y el hombre prehistórico, al grabar, dibujar y pintar en la roca, no estaba «catalogando» a los animales comestibles. Así lo evidencian los restos alimenticios encontrados, que no incluían al bisonte en la dieta de aquellos antepasados.

Otros estudiosos indican que los dibujos se asociaban al culto a la reencarnación del hombre muerto en animal y hay quienes afirman, como los expertos Lewis-Williams y Dowson (1988-2002), que «Los dibujos en las rocas son dibujos en la piel de la tierra y representan aquellas visiones que se alcanzan en estados de vigilia o sueños reales».

Lo cierto es que, en vez de matar al bisonte, lo dibujaban.

Y allí permanece, desde hace unos 13 mil 500 años antes de nuestra era, aun a salvo de catástrofes varias naturales y humanas, contemplándonos.

Quizás lo hace con la misma mirada sin rencor con que el bisonte de Brandemburgo observó a sus victimarios instantes antes del disparo.

Porque si se hubiera observado bien, allá en el fondo de los ojos del bisonte asesinado quedó atrapado, como en fotografía, un hombrecito minúsculo empuñando su rifle. Quedó en el centro mismo de la pupila, como al centro de una diana.

Pero no hay ira en la mirada del bisonte, no pretendía hacerle blanco de sus embestidas. Solo estaba ahí, mirando y mirando a la raza humana, a la que no se exponía hace 250 años por aquellos lares. Y la encontró igualita que entonces, tal vez más feroz, aunque llevara un celular en el bolsillo.

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