CRÓNICA POR UNA CRISIS: Fiesta en el pueblo
especiales
Con estos relatos del periodista Víctor Joaquín Ortega, colaborador de CubaSí, nuestro sitio quiere homenajear la resistencia del pueblo cubano y la dimensión de estadista de nuestro Comandante en Jefe, Fidel Castro, en los días difíciles y estremecedores de la Crisis de Octubre, 55 años después de aquellos hechos que pusieron al mundo al borde de una confrontación nuclear. Pero no es una cronología de los acontecimientos, no es la Historia en mayúsculas, sino el día a día vivido desde adentro y contado, como dice el autor en su presentación, «como un soldado del pueblo». Durante esta semana, la misma de aquel 1962, CubaSí irá publicando esta Crónica por una crisis.
Hay fiesta en el Círculo Social del pueblo esta noche. A los camiones. Un poco de frío por culpa del aire. La conversación, dueña de los vehículos.
—Miren por aquella loma.
Obedecemos al sargento.
—¿Ven por qué les digo que por la noche no se puede fumar en un atrincheramiento?
La luz hiere la elevación.
—Es un cigarro, un solo cigarro, y parece un bombillo. Nos regala.
Ya estamos en el Círculo. Comienzan las canciones. Las seguimos con la voz, con el movimiento de los pies. Ramón Veloz y Coralia Fernández en el escenario. Esto huele a palmas... ¡Eh! ¡El comisario también canta! ¡Cogollo!, ese acero viviente hablando de amor con las canciones. Las miradas alegres, tiernas, ¡no son agresivas!
Se llama Carlos. No conozco sus apellidos. En el campamento son innecesarios. No es muy alto. Fuerte, aunque la grasa ha comenzado a comer sus músculos. La cara, redonda. Sus miradas atraviesan… Treinta y pico de años. Ciclón de actividad. Aparentemente, no tiene pizca de poesía. Alguien lo calificó «máquina de combate».
Cuando da una misión, brinda, además, los deseos de cumplirla, la seguridad de triunfar. Y es campeón en eso de sublevarse contra las irresponsabilidades.
Lo recuerdo en cierta oportunidad, cuando increpaba a la gente por algo mal hecho. Al irse, cojeaba. Iba dibujando su pie derecho en el fango porque le faltaba una bota. Lo aclaró Gambao:
—¡Ese blanco es hueso! Se le rompió la bota, se encabronó, la tiró pa'l suelo y pa'lante. La recogí, la mandé a arreglar; pero él no la espera, sigue echando. ¡Ese blanco es hueso, compay!
Es mejor orador de pasillo, de pequeños grupos: le surgen las mejores frases. Ayer Pipo hablaba de un amigo no integrado. «Por encima de todo es mi amigo», afirmaba. Carlos le cortó el paso.
—Soy amigo de las condiciones del hombre y no del hombre en abstracto. Cuando este pierde las condiciones, lo llamo y le ayudo a luchar por ellas. De no lograr su recuperación, dejo de ser su amigo. Amo, sigo al hombre por sus cualidades, y no por ciega simpatía. No puedo andar con quien no sea capaz de morir por lo que soy capaz de morir.
Un hecho cambia el camino a mis pensamientos. Dos mujeres de mediana edad y un anciano, cargado de varias cajas con dulces, buscan a un miliciano. Y el muchacho está ausente porque cumple con una guardia en el campamento.
—Hoy es su cumpleaños, ¿saben? Es mi nieto más pequeño, informa el viejo.
El comisario ha escuchado:
—Espérenme, yo lo traigo.
Monta en el jeep y arranca. No pasa mucho y Carlos está de regreso acompañado de un rubio de más o menos quince años, pelado al alemán, con el pantalón y la camisa destrozados, y botas en tan mal estado, que es una falta de respeto, y hasta gramatical, llamarlas botas.
Abrazos. Besos. Risas. Lágrimas. «¡Así, mi'jito, así; esto es de Patria o Muerte!». El comisario se aleja hacia un rincón para seguir imitando en voz baja a los cantantes, mientras el muchacho reparte los dulces entre nosotros.
El comisario continúa cantando: lleva la música con los pies, ¡casi baila! No lo concebía tomando un trago, bailando rumba, admirando caderas femeninas. Y lo hace. Por suerte, no es máquina de combate.
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