CRÓNICA: El paisaje después de la tormenta (+ VIDEO)
especiales
Después de un gran huracán, si lo sufrimos en carne propia o si lo sufren nuestros familiares y amigos, no somos los mismos. Millones de personas asumen a un huracán (o a dos, o a tres) como el parteaguas de sus existencias. En mi infancia conocí a un viejo que vivía cerca de mis abuelos. El ciclón Flora le llevó su casa. Toda su historia la dividía en dos: antes del Flora, después del Flora. “Antes del Flora yo tenía una yegua muy trotona” —contaba algunas tardes, sentado en su portal. “Eso fue después del Flora, cuando vine para Camagüey…”
Yo era pequeño, no entendía, no sabía a qué se refería. Mi abuelo me explicó: “El Flora fue un ciclón con mucha agua. No tenía tanto viento, pero causó muchas inundaciones. Él vivía en Oriente, en una finquita entre lomas, aquello se convirtió en un lago. Lo perdió todo. Cuando bajó el agua ya no quedaba nada. No tuvo fuerzas para empezar de cero. Vino para acá”.
Tiene que ser duro que en unos pocos días desaparezca el paisaje que has visto toda tu vida. El escenario de tus recuerdos. Tu casa, tus árboles, tu vecindario... Veo en la televisión a personas junto a las ruinas de sus viviendas: delante de ellos un montón de maderas y escombros, muebles mojados. Lo que dejó Irma. La gente se sobrepone cuando está frente a una cámara: “Lo principal es que estamos vivos”. “Hay que seguir, no podemos perder tiempo”. “Ahora lo que hay que hacer es trabajar…” “Yo confío, yo tengo la esperanza, yo tengo la fuerza para…”
Sé que eso es lo que se impone. Pero les miro a los ojos y ahí está la tristeza. Muy honda a veces, pero ahí está. Trato de ponerme en el lugar de esas personas; no lo logro. “Para sentir eso —decía mi abuelo—, hay que vivirlo”. Miles de cubanos, de Oriente a Occidente, no van a olvidar nunca estos días terribles. Irma les partió la vida: ahora deben recomenzar.
Pero incluso el que no perdió su casa siente la desazón de la pérdida. Yo mismo. Soy de Violeta, municipio de Primero de Enero, en Ciego de Ávila. Es un batey azucarero que creció hasta convertirse en un pueblo de casi diez mil habitantes. El central funciona todavía, se vive cada año el ajetreo de la zafra. Es lo que se dice, “un pueblo activo”.
Irma lo castigó en la madrugada del sábado, con vientos fortísimos. Mi hermano me cuenta por teléfono de los destrozos. “Parece que aquí hubo una guerra. Prácticamente no quedó un árbol de pie. Muchas casas fueron al piso. Cuando vengas, te vas a asombrar. Esto no se parece a lo que tú viste la última vez”.
Lo que vi la última vez es más o menos lo que he estado viendo toda mi vida. Pasó Irma y el paisaje es otro.
Todo cambia, es la más natural de las leyes, pero uno nunca se acostumbra a cambios tan repentinos, tan arrolladores. Debajo de los árboles que había a un costado de la casa de mi familia me iba yo a leer por las tardes. Ya no hay árboles. “Tendremos que sembrarlos” —medio que bromea mi hermano, para lucir animado. Y sí, habrá que sembrarlos. Otros árboles, otro paisaje.
En el bosquecillo de coníferas que está a un costado de la desembocadura del río Cojímar el viento arrancó varios pinos de raíz. Eran árboles enormes, añosos. Fue tan fuerte el impacto que en su caída levantaron el asfalto de la carretera, obstruyen todavía el paso hacia el puente. Probablemente en estos días se lleven los troncos, en labores de limpieza y rehabilitación. Avanzaremos hacia eso que llamamos “la normalidad”. Pero el bosque tampoco será el mismo. Lo recorreré, como hasta ahora, todos los días, en mis caminatas matutinas… y con el tiempo me acostumbraré. Quiero creer que lo mismo pasará con todo.
En el camino a mi casa, el domingo por la tarde, vi a una anciana que poco a poco amontonaba las ramas que cubrían la calle. La ayudé, aunque no pudimos hacer mucho, había troncos muy pesados. “Pero yo no me voy a quedar con los brazos cruzados en mi casa, esperando que venga Comunales a limpiar esto. En estos momentos a uno no le puede caer la bobería de sentarse a llorar. Tengo familia en Las Villas y se quedaron sin techo en la parte de atrás de la casa. Yo sé que ellos allá van a luchar para arreglarlo todo. Y yo, aquí, limpiando frente a mi casa. ¡Ese tiene que ser el espíritu!”
Galerías Paseo, La Habana
El Vedado, La Habana
Palma herida. Vedado
Chambas, Ciego de Ávila
Jaruco
Esmeralda, Camagüey
Jaimanitas
En Punta Alegre, Ciego de Ávila
Añadir nuevo comentario