Machismo: paradojas de cubanas
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A mi amiga no le van delantales ni batas de casa. Eso de prepararle el baño al marido y zurcirle alguna media con huequito tampoco le ajusta porque ni un botón sabe pegar, tampoco preparar tizanas medicinales.
Diríase que con ella se rompió el molde de tradiciones arcaicas y asfixiantes, esas que por muchos siglos han condenado a las mujeres desde la subjetividad colectiva –que no desde las leyes y la institucionalidad cubanas- a los clásicos roles de género.
Esta cubana sabe, como muchas hoy en día, que ser mujer no es sinónimo de sumisión, permisividad, quehaceres del hogar y dedicación consagrada y exclusiva a los hijos y al esposo.
Tampoco es esclava de esos esquemas, tan alimentados por las leyes del consumo, de que la mujer ha de ser bella o luchar por serlo. Y para conseguirlo y así ser aplaudida y deseada por Ellos, no importa si hay que someterse a las dietas más torturantes, a ropas que dan calor y aprietan, a artilugios postizos que van desde pestañas, uñas, senos y hasta nalgas, hasta incluso llegar a cirugías estéticas. Resultar atractiva a la mirada heterosexual continúa siendo un modelo de éxito, pero mi amiga sabe que la belleza, a diferencia de lo que suscribían sus tatarabuelas, no estriba en la cáscara, aunque esta, sin dudas, ayuda su poquito.
Pues a esta cubana de su tiempo se le pasmó la sonrisa cuando alguien, en broma, le comentó que el marido llevaba la camisa estrujada.
“Que la planche él”, ripostó tajante de primera y pata; pero a continuación agregó casi como escusa: “Mira que le dije que no se pusiera esa, que después iban a decir que yo no lo atiendo; y ya tú ves, ahí están las críticas…”
La anécdota podía haber quedado al pasar la página, como algo intrascendente. Pero sucede que dos días después, fue mi amiga la que trajo de vuelta el tema: “Mira, hoy sí vino estiraí’to. Eso es para que no digan que yo”
Su comentario, medio en broma, medio en serio, delataba que se le había quedado bien sentada en la silla turca la situación primera y que, sin dudas, la había hecho sentir culpable aunque públicamente no lo reconociera y se hubiera hecho “la dura”.
Con guitarra y con violín
Viejos saberes aseguran que “una cosa es con guitarra y otra con violín”
Aun cuando exista un discurso oficial y un deber ser donde la igualdad de géneros sea constantemente refrendada, en el día a día de las mujeres y hombres de esta Isla la cosa es distinta.
No porque se hagan oídos sordos a lo discursado y bien acogido en el ideario popular, sino porque pesan demasiado las herencias patriarcales y antropocéntricas de centenares de años, al punto de tener trampas como esa en la que cayó mi amiga, enemiga de la plancha.
Y así sucede más a menudo delo que pudiera pensarse. Lo mismo en la subjetividad del hombre que de la mujer.
Él, aun sabiendo a estas alturas del juego que ser hombre no implica necesariamente ser el macho de la película, el guapo a todo, el que pone orden y dicta pautas; en la práctica no se perdona cuando siente que se le humedecen los ojos ante una situación conmovedora.
Al sentirse estremecido hasta el tuétano y saberse a punto de la lagrima opta por disimular volviendo el rostro para que no le vean o intentado limpiar del ojo una basurita que nunca cayó.
Precisamente debido a esa lógica distancia entre lo enunciado como ideal o mejor, y el cotidiano de vida, es que oportunidades como el Decreto-Ley 234 De la maternidad de la trabajadora, del año 2006, donde que establece una licencia retribuida a los hombres que necesitan cuidar de sus hijos pequeños, ha tenido en términos numéricos una acogida bien discreta. Hasta el año 2013, solo sumaban 125 los hombres cubanos acogidos a ese beneficio.
Es innegable que la fuerte crisis de los 90 reafirmó viejos patrones en las dinámicas hogareñas cubanas subrayando el papel del hombre como proveedor y el de Ella como cuidadora y encargada de los asuntos domésticos en general, pero desde entonces, y sobre todo con la ampliación del trabajo por cuenta propia, las situaciones han ido variando también en ese orden.
Recuérdese que de los más de 535 mil ciudadanos que ejercían el trabajo por cuenta propia al terminar el 2016, casi la tercera parte, el 32%, eran mujeres, y ello implica también cierto empoderamiento; por cierto, no solo desde lo económico.
De todas formas, los viejos y nuevos esquemas de pensamiento y comportamiento siguen y seguirán coexistiendo quién sabe hasta cuándo. Se trata de un panorama descrito por el sexólogo alemán Sigfried Schnabl como “una contradicción del conocimiento ‘teórico’ de los principios de conducta necesarios y el aferramiento a las exigencias morales heredadas”.
La educación podría seguir siendo una posibilidad para seguir cambiando en este sentido: desde la familia, desde la escuela, desde los medios de comunicación… cada quien podría aprender a conocer sus tradiciones para, desde la razón, cambiarlas o consolidarlas convencido del beneficio personal y social que ello pudiera reportar para el presente y lo venidero.
Pero esas transformaciones son lentas, por eso mi amiga sigue molestándose porque su marido ande con la camisa sin planchar. Aunque aparentemente no le importe e incluso lo verbalice así, en el fondo, el gesto de reconvención de la bisabuela la sigue haciendo sentir culpable.
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