ARCHIVOS PARLANCHINES: ¡Se robaron el brillante del Capitolio! (parte II)
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Como comentamos en una estampa anterior, el brillante del joyero turco Isaac Steffano, colocado en la rotonda del Salón de los Pasos Perdidos del Capitolio Nacional, en contra de la opinión de muchos, desapareció misteriosamente en marzo de 1946 y dio pie a un suceso donde la crónica sensacionalista se mezcla con el alboroto, la caricatura, la desidia y la incompetencia de las autoridades de la neorrepública. ¡Aquello ya era demasiado!
El salón del perdido brillante
El lunes 25, a las 7:10 a.m., al efectuarse el habitual cambio de guardia, el custodio senatorial Enrique de Mena Albertini descubre, ante el asombro de todos, que el cristal ha sido roto y la piedra (vecina de la III Exposición de Pintura y Escultura del Ministerio de Educación) no está en su lugar. Los cacos escriben con lápiz y ejemplar laconismo en la base de la ausente joya: 2 y 45 a 3 y 10… 23 kilates, para dejar constancia del tiempo invertido en ejecutar el atraco y adelantar una posible coartada. También abandonan en el lugar unos cuarenta fósforos marchitos, numerosas colillas de cigarros, el forro de un sombrero con manchas de sangre y un papel de periódico también pintado de rojo, al igual que el suelo. Nada más. Los malhechores usan guantes para no dejar huellas.
Las primeras reacciones que se producen ante el escamoteo del brillante se mueven entre el ridículo y el más audaz verbalismo, aunque todos coinciden en que la prenda es, en realidad, muy inferior a los brillantes que poseen, por ejemplo, la habanera condesa de Revilla de Camargo y la Marquesa del Mérito. De acuerdo con las estimaciones de los joyeros del Palais Royal, cuesta, en los momentos del despojo, unos 9 000 pesos. José Luis Galbe, en la Bohemia del 28 de abril de 1946, amplía en tono jocoso:
«La verdad es que el famoso Brillante del Capitolio […] no era para tanto. Se sabe […] que estaba amarillento y enfermizo, lleno de manchas y defectos, y hubiera debido instalarse, ¡si acaso!, debajo de la cúpula del sanatorio de La Esperanza. Los brillantes amarillos son piedras de saldo para familias venidas a menos. Únicamente el tifany, a pesar de su color apergaminado, se “va defendiendo” […]. El del Capitolio […] era un poco insultante tenerlo allí para asombro de papanatas, dando al Capitolio Nacional aire de nuevos ricos, y no hay duda de que el autor del robo (perdonen la palabra fuerte) ha prestado casi un excelente servicio».
En cuanto pasa la sorpresa, se adoptan medidas urgentes: Miguel Suárez Fernández, presidente del Congreso, decide suspender de empleo y sueldo al pelotón de policías que hace la guardia en el Capitolio la noche de los hechos, y ofrece premiar con 3 000 pesos a la persona que devuelva la alhaja o proporcione datos sobre su paradero. Además, los empleados y funcionarios del lugar son víctimas de duros interrogatorios; se registran los talleres donde se tallan brillantes y los aeropuertos y puertos de toda la Isla son sometidos a una estrecha vigilancia.
Los peritos del grausato tratan de encontrar alguna pista para agarrar a los delincuentes que se roban el brillante.
Con posterioridad, el jefe de la Policía Nacional, coronel José Ramón Carreño Fiallo, pone al frente de la pesquisa al comandante Francisco Morales, director del Servicio de Investigación de Actividades Enemigas, y al teniente Jacinto Hernández Nodarse, responsable del Buró de Investigaciones, auxiliados, entre otros, por Israel Castellanos, máxima figura del Gabinete Nacional de Identificación, quien está al frente de un enjambre de expertos con pinzas, placas fotográficas, cajas de polvo, tijeras y aparatos microscópicos. Por su parte, el doctor Raúl Amaro Vallejo, juez de instrucción de la Sección Segunda, instruye la causa 295, correspondiente al hurto de la codiciada gema.
El Caso Brillante tiene en sus inicios un sospechoso: el vigilante del Ministerio de Educación, Alberto Velasco, quien abandona el Capitolio el domingo 24 en la tarde, sin antes devolver en el Cuerpo de Guardia de la policía del Senado la llave que le fue entregada para abrir el referido evento. Velasco regresó al Congreso por la noche y pudo haber hecho una llave falsa. Igualmente, son encarcelados el teniente de la policía senatorial Otilio Mesa, jefe del pelotón de guardia el lunes 25, y el custodio Pedro Asdrúbal Cordero, que cubre la posta de Prado, muy cerca del lugar de la fechoría.
En fin, el Gobierno lo intenta todo, o casi todo, sin ningún éxito. Incluso, se conoce, de muy buena tinta, que los detectives, tras sospechar de dos eminentes joyeros europeos, convocan a algunos brujos para averiguar si el fantasma de Clemente Vázquez Bello, víctima de un fatal atentado durante el régimen de Machado y expresidente del Congreso, tiene relación con ese acontecimiento (según las malas lenguas, este espectro se pasea todas las noches por el salón del perdido brillante y siembra el pánico entre los policías).
La trastada tiene repercusiones políticas innegables: el senador y futuro líder ortodoxo Eduardo Chibás arrecia sus críticas contra los desafueros del gabinete de la «cubanidad» del presidente Ramón Grau San Martín, y los integrantes del Partido Socialista Popular inician una campaña contra la inefectividad de las fuerzas policiales. La nota pícara la pone un congresista opositor, quien sugiere que el primer ministro, Prío Socarrás, le entregue al Congreso, en gesto de desagravio, ¡el enorme brillante de su sortija!
Después de que el juez instructor Amaro Vallejo recibe varias cartas con ironías, acertijos, metáforas y partituras de música sacra, la Audiencia de La Habana engaveta el Caso Brillante en octubre de 1946 y deja al pueblo sumido en la mayor perplejidad. Un editorial de El Mundo del 26 de marzo de 1946 denuncia:
«Con la reiteración de los delitos, y de su impunidad, la ciudadanía va adaptándose a un ambiente de inseguridad que es la negación del régimen político en que vivimos. La noticia es notoria […] por la elemental consideración de que, si es posible penetrar en el Palacio de las Leyes, custodiado por todo un cuerpo especial de seguridad […], ¿qué será lo que queda en Cuba bajo protección efectiva? […]».
Un domingo con suerte
La gente es sacudida por la noticia: el lunes 2 de junio de 1947 el brillante del Capitolio, robado en marzo de 1946, y hecho llegar ahora de «forma anónima» al primer mandatario de la nación, es devuelto por Grau a Miguel Suárez Fernández, y a Arturo Hevia Díaz, juez especial de la causa abierta por la pérdida del brillante. El Zig-Zagdel del 7 de junio de 1947 nos regala una sugerente versión sobre el preámbulo de este hecho:
«El primer impulso del doctor Grau, el pasado domingo, fue llamar al experto en explosivos, por si se trataba de algún atentado dinamitero, pero desistió de la idea y se sentó tranquilamente, como un hombre que acostumbra a andar cerca de la metralla. Aquello hubiera sido un paso muy aventurero, pues si en lugar de dinamita, lo que hubiese ocultado el paquete hubiera sido un merengue francés, el ridículo habría resultado espantoso.
«Sin darle mayor importancia al asunto, dispuso que fueran pasando a su despacho las personas que esperaban en la antesala, no sin antes tratar de guardar el paquetico en un lugar más seguro, por si acaso. No obstante, al tomarlo entre sus manos, guiado por el peso y varios detalles más, no pudo resistir la curiosidad; se decidió a abrirlo y al hacerlo, notó con sorpresa que dentro venía un brillante».
En el Salón de los Pasos Perdidos la fastuosidad de las vestiduras arquitectónicas no le cierra las puertas a más de un hecho curioso...
¿De qué manera se recupera la piedra? Nadie lo sabe. Sin embargo, no faltan versiones, más allá de la historieta pintada por Grau. Algunos atribuyen el rescate al atribulado Suárez Fernández, mientras otros, más realistas, mencionan al ministro de Educación, José Manuel Alemán, verdugo de los dineros públicos puestos a su cargo, como el que recobra la joya tras entregarle 5 000 pesos a un vendedor oculto.
El periodista Luis Agüero publica en la revista Cuba de abril de 1968 una hipótesis sobre los motivos del robo que no parece del todo descabellada:
«Si bien el Presidente de la República es soltero, la primera dama en funciones, Paulina Alsina, viuda del hermano del Presidente, tiene una hija, Tatica, la que, pese a su desarrollo corporal y edad adulta, no es, como todos sabemos, del todo normal.
«Tatica, que según todos los pronósticos se iba a quedar para vestir santos, conoció un día a un joven apuesto llamado Pablo Suárez, cuando ya su “papá” Ramón era presidente, y se enamoró de él. A instancias de los padres de la dulce enamorada, y oyendo una secreta vocación que lo llamaba a ingresar a los cielos palatinos, Pablo se casó y pasó a obtener el grado de comandante de la Policía Nacional, por no se sabe qué misteriosos servicios prestados a la República.
«No obstante, desde el día siguiente de la boda, Pablito comenzó a hacer de las suyas y todos los fines de semana se emborrachaba en alguno de los night clubs entre La Habana y Varadero. La vida escandalosa de Pablito y el olvido en que tenía a Tatica hicieron que el Presidente le llamara la atención. Se dice que esta presión indujo a Pablito a hacer lo que hizo. Con ese golpe, dijeron algunos de sus íntimos, se graduaba».
En fin, con brillante o sin él, la historia era la misma. En aquella república de café con leche, zapatos de dos tonos, mulatas de cabaret y negros guapos haciéndole gracias a los turistas, cualquier cosa podía pasar…
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