¿Y mi propina?

¿Y mi propina?
Fecha de publicación: 
12 Abril 2017
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La pregunta puede ser hasta verbalizada sin tapujos luego de ofrecer un servicio, y estar revelada en la cara de pocos amigos de aquél, aquélla o aquéllos que, luego de ofrecer una prestación, no tuvieron la "suerte" de asistir a un cliente generoso que les ofreciera una buena recompensa.

   
No creo sea un fenómeno exclusivo de la Mayor de las Antillas, pero me circunscribo a lo que he visto en sitios de la ciudad de Santiago de Cuba, donde algunas personas que de vez en vez reciben propinas, asumen que todo el que llega a su territorio de acción debe dársela porque "se cae de la mata".

   
Esa espera -ya incorporada en el modus operandi mental del empleado-, alcanza un vuelo más alto en lugares cotizados, de difícil acceso para la media de la población o en los que se opera sobre todo en Moneda Libremente Convertible (CUC), amén de la posibilidad de recibir también Moneda Nacional.

   
Pero la cosa se acentúa cuando el consumidor es un turista o cuando el sitio resulta de constante afluencia turística, no importa la nacionalidad del receptor de sus servicios.
   

Saben de lo que hablo quienes han estado en un restaurante donde, cual aliciente de la degustación, está la mirada insistente de un grupo musical que, un tiempo después de que el visitante ha acabado su plato, le hace llegar un pequeño envase para abonar un pago extra por disfrutar las melodías.

   
Superan la cantidad de dedos de mis manos las ocasiones que he apreciado la mirada inquisidora de la dependiente de la TRD ante el usuario que recoge su menudo tras hacer una compra, la cual, mientras más grande sea, se infiere sea mejor la propina.

   
Constituye casi una filosofía mercantil: "quien compra mucho, no muy poco dinero debe tener".

   
No olvido la cara que puso un amigo mío al que, en una cafetería estatal en la cual antes solo se operaba en CUC y cuyo nombre prefiero obviar, una muchacha a la entrada del baño (al parecer encargada de mantener la limpieza), le dijo en un tono no muy agradable: ¡Oye, mi propina!

   
Todavía él se pregunta si satisfacer las necesidades biológicas que implican usar un baño sanitario requiere una recompensa de ese tipo.

   
La propina debe cerrar con broche de oro el servicio, o si no el cliente "camina con los codos", según piensan muchos cuyos rígidos semblantes muestran la inconformidad ante la decisión de quien, cumpliendo con su deber social, pagó ya por una prestación.

   
Téngase en cuenta que muchas veces el cliente paga como manso cordero, a veces hasta obviando la calidad de las atenciones y aceptando la excusa que acompaña la entrega del cambio: "No hay menudo".

   
Falta de menudo, por cierto, un hecho que se ve "a menudo", y al que pudiera calificarse como propina forzada, pero ese es ya tema para dar otros puntos de vista.

   
Créanme que no es esta una oda a la tacañería, ¡bienvenidos aquellos que, espontáneamente, reciben gratificaciones por la calidad y excelencia de su trabajo!
  

Reconocidos sean quienes son premiados por hacer del oficio de servir un arte y no un medio para, a base de gestos que dicen más que mil palabras y de frases como la de la joven de la cafetería, recibir una retribución extra por una labor por la cual reciben un salario -insuficiente quizás digan-, pero un salario.

   
Pienso que el pago extra debe partir del usuario, de su única e intransferible voluntad.

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