Revelaciones de un tabaquero cubano

Revelaciones de un tabaquero cubano
Fecha de publicación: 
4 Marzo 2017
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Aunque su nombre puede apuntar a otras latitudes, Eric Street Peters es un cubano de pura cepa, habanero de cuna y tabaquero para siempre.

Lo asegura con convicción y agrega: «seré torcedor de tabaco hasta que estas manos me lo permitan».

Queda contemplando, solo por instantes, sus ágiles manos de 42 años que desde 1996 han enrollado tantos puros, que ya ha perdido la cuenta, pero de seguro que puestos en fila, uno atrás del otro, alcanzan, al menos, la mitad de esta isla.

altSobrino de pelotero y con ningún antecedente familiar que lo enlazara al tabaco, este descendiente de jamaicanos y canadienses decidió, al terminar el Servicio Militar, matricular en un curso para formar torcedores que ofrecía la fábrica de tabacos La Corona.

Fue algo fortuito. Simplemente necesitaba trabajar, aprender a hacer algo. Pero aquel primer día, cuando se detuvo ante el portón de la calle Agramonte y una inmensa vaharada de olor a tabaco le envolvió de pies a cabeza en singular abrazo, supo que era el comienzo de una larga, larguísima relación, con el tabaco cubano.

Aunque Eric no toma café ni fuma tabaco, disfruta intensamente su vínculo con los habanos «porque ser torcedor es un arte,  por eso, yo soy un artista».

Lo primero que hace al llegar cada mañana a la fábrica, cuya especialidad son los Cohíba, es afilar su chaveta, como garantía de limpieza y precisión en los cortes a la hoja. Luego, lo que para algunos pareciera una rutina infinita discurriendo en el vapor (puesto de trabajo en la galera), a Eric le sabe a aventura y reto.

«Las manos de un buen tabaquero lo que tienen que tener es destreza y habilidad para manipular la hoja y poder cumplir la norma. Claro, también hace falta delicadeza, porque la hoja de tabaco es delicada, y al principio, la rompes sin querer. Pero luego, cuando ya te familiarizas, es como una extensión de tu piel, aprendes a conocerla».

Asegura que en el torcido de tabaco «no se para, es como una máquina, porque las normas son de 120, 140 tabacos diarios, en dependencia de la vitola. Por suerte, yo soy largo».

Le pregunto cuál es el secreto para lograr un buen tabaco y no duda en responder: «Hacerlo con amor».

Sonríe como apenándose por una confesión indiscreta, y precisa que en términos técnicos, la clave está «en que la tripa del tabaco quede recta, no retorcida, para que no se le tranque el tiro al fumador. Son nueve meses para aprender, y si en ese tiempo no pudiste, no lo lograrás en diez ni en doce. Es una cosa que tiene que gustarte, y a mí me gusta mucho».

Cuenta, desde un sentido de pertenencia que se le intuye en cada frase, que hoy la mayoría de los torcedores de la fábrica Miguel Fernández Roig, antigua Real Fábrica La Corona, son jóvenes, y entre ellos hay muchas mujeres, también en el torcido.

El momento más bonito en su vida de torcedor fue el día en que lo evaluaron como tal, luego de terminar el curso de formación. «Ahí fue que pasé al área de los trabajadores de verdad, a la galera, porque antes estábamos en una escuelita dentro de la fábrica. De entonces para acá, ¡mira que han pasado años! Y yo, que empecé siendo alumno, sin saber nada de nada, ahora he sido hasta maestro de los nuevos, ayudándolos con la ligadura de la tripa, en lo que les  haga falta».

«¿Mi aspiración como tabaquero?: seguir hasta que las manos me digan ya. Porque a nosotros, los torcedores, a veces nos aqueja una enfermedad profesional, la tendinitis, que hace que los tendones de las manos se te engarroten.

«Pero por las mañanas hacemos unos ejercicios que hay para evitar eso. Y yo sigo ahí, torciendo buenos habanos que los fumadores disfrutarán, aportando con mi trabajo junto a los otros tabaqueros, en medio de ese olor intenso a tabaco que se te impregna y no te suelta, y yo no quiero que me suelte».

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