Hacia el “golpe blando” en Brasil: Un paso más
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Para este miércoles, el Senado de Brasil se dispone a votar sobre el juicio político a la presidenta Dilma Rousseff en un ambiente antagónico a la mandataria, cuyos principales acusadores visibles están envueltos hoy en procesos por corrupción, lo cual revela el oscuro trasfondo que envuelve el intento de golpe de Estado “blando” o jurídico-parlamentario.
Ahora el Imperio ensaya otro tipo de conspiración, diferente a la de 1964, cuando la derecha brasileña, con el apoyo del gobierno de Estados Unidos, asestó un golpe de Estado contra el presidente Joao Goulart, quien contaba para la época con 73% de apoyo.
Llama la atención que el principal eje para que se realice el juicio político a Dilma, Eduardo Cunha, fuera suspendido de su cargo de Presidente de la Cámara de Diputados, acusado de estar implicado en millonarios casos de corrupción, como el de Petrobras, pero solo después de haber encaminado el plan conspirativo que en las últimas horas tuvo como protagonista a la comisión senatorial que dio paso a que fuese considerado en las próximas horas por el pleno del cuerpo legislativo.
El vicepresidente Michel Temer, aunque también tiene implicaciones turbias, espera suceder a la mandataria, si el imperialismo decide finalmente que es la figura adecuada, no obstante su impopularidad. El paso siguiente de la posible aceptación senatorial del juicio político implica la suspensión de la Presidenta por 30 y hasta 180 días.
O sea, todo en línea con el proceso de derrumbe del gobierno de la Presidenta, acorde con los intentos ensayados por la derecha latinoamericana en los últimos años: golpe constitucional, derrocamiento parlamentario y golpe en cámara lenta.
Además de lograr el juicio político, los conspiradores buscan descalificar a los líderes del PT, como Luiz Inácio Lula da Silva, y desmontar los avances sociales, económicos y políticos.
Quieren completar el trabajo iniciado en el ciclo de gobierno del Partido de la Social Democracia de Brasil (PSDB) en los años 90 con la destrucción del Estado y la regresión en los derechos democráticos.
En declaraciones a Sputnik Nóvosti, la diputada del Partido Comunista de Brasil, Jandira Feghali, denunció que las maniobras conspirativas contra el gobierno de Rousseff tomaron mayor impulso, cuando el ex presidente Fernando Henrique Cardoso viajó a EE.UU. para concretar con dirigentes norteamericanos “un cambio de gobierno en Brasil que favoreciese los intereses del capital privado y Estados Unidos en Latinoamérica”.
De ahí se explica el porqué del guión trazado a inmorales diputados que desbordaron el vaso de lo chabacano y cruel para insultar a Dilma, como parte del intento articulado por los grupos dominantes, detrás de los cuales se esconden grandes corporaciones nacionales y multinacionales, los medios corporativos y la actuación de los servicios de seguridad norteamericanos.
No se trata solamente de castigar a la Presidenta, injustamente acusada de irresponsabilidad por métodos de ajustes de presupuestos que los anteriores gobiernos utilizaron, incluidos los de corte neoliberal; ni de una crítica feroz a las políticas oficiales, sino de algo más profundo: el deseo de desmontar y, si es posible, liquidar, todo aquello que represente los intereses de las poblaciones que siempre han sido marginadas.
Y es que forma parte de la confabulación del Imperio la crisis económica mundial, que ha golpeado fuertemente a Brasil, así como la disgregación de la coalición gubernamental de la mayoría de los partidos que hasta ese momento eran aliados y con los cuales el PT pactó en su momento, en base al principio político de la búsqueda del bien común.
Los sonados casos de corrupción de Petrobras fueron bien aprovechados por la ultrarreacción y sus medios de información para desestabilizar a la ciudadanía y lanzar el respeto de los derechos humanos a la basura, con el fin de imponer la ideología neoliberal, en la que la libertad es sustituida por la de las fuerzas del mercado, el bien común por el particular, y la cooperación por la competición.
Frente a ello solo resta luchar y luchar, mancomunadamente, mantener o crear nuevos resortes que lleven al pueblo a la calle para oponerse activamente al complot imperialista de destruir la libertad.
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