Emparejarse en Cuba: desafío y esperanza
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Es difícil encontrar investigaciones recientes y públicas sobre los motivos que hoy llevan a los cubanos, en partículas a los jóvenes, a formar pareja.
Luego de hurgar en más de una veintena de indagaciones que se aproximaban al tema desde diferentes ángulos, muchas de manera tangencial, los primeros resultados del proyecto de investigación «Adolescentes y jóvenes cubanos en los ámbitos de familia y pareja», que desarrolla el Centro de Estudios sobre la Juventud, aportaron luces sobre el asunto.
La pareja aún constituye un espacio valorado por las y los jóvenes cubanos. La mayor parte de ellos, indican los investigadores, tiene al menos un plan inmediato definido en ese sentido.
Aunque llama la atención que el 15,9 por ciento no tiene proyecto alguno al respecto, la mayoría tiene entre sus aspiraciones mantener o mejorar la relación que ya tiene o en encontrar su media naranja –como dirían las abuelas.
Sin embargo, este acercamiento sociológico confirma lo que empieza a ser un secreto a voces: unirse o casarse no está entre sus prioridades, “lo cual denota que la convivencia no necesariamente garantiza estabilidad en la pareja, además de las limitaciones externas que la dificultan”, apunta el texto, publicado el pasado año en la revista Sexología y Sociedad.
De los encuestados, solo un 7 por ciento manifestó su deseo de procrear en un futuro inmediato, ello, sobre todo entre las edades de 25 a 29 años.
Es sabido que prevalece la unión consensual sobre el matrimonio formalizado, pero no pocos insisten en que la situación económica es el valladar fundamental que está frenando la formación de nuevas familias (con o sin papeles). Sin embargo, en este estudio “los resultados encontrados denotan que las decisiones relacionadas con la conformación de la familia trascienden los problemas económicos que puedan vivir los/las jóvenes”.
Entre las cuestiones que están incidiendo para que los jóvenes formen familia propia las autoras de la investigación mencionan las concepciones que se tienen en torno a las relaciones de pareja, los proyectos de vida encaminados a la superación y el desarrollo profesional, y la participación de la mujer en la vida pública.
Motivos para emparejarse
La tesis doctoral “Estrategia educativa para favores la funcionalidad familiar en parejas jóvenes”, que presentara en 2010 la camagüeyana Isis Angélica Pernas Álvarez arroja claridades sobre por qué forman pareja los jóvenes.
Aunque sus resultados se apoyan en el trabajo con una muestra de 265 parejas camagüeyanas, de entre 18 y 30 años, lo cual hace imposible generalizar, al menos permite identificar tendencias que pueden encontrarse en otras geografías de esta Isla.
La estudiosa indica que el 79 por ciento de esas parejas refirieron que el motivo que los llevó a unirse fue la atracción física. Un 70 por ciento formó pareja por la necesidad de abandonar la familia de origen debido a la falta de comprensión y un 63 por ciento se unió motivado por la necesidad de libertad y por la posibilidad para compartir con el otro.
Unas 333 parejas, el 91 por ciento del total estudiado, declararon que en los inicios de la relación hubo más sexo que conocimiento del otro integrante de la pareja.
Casi la totalidad de estos jóvenes, más del 92 por ciento, reconoció que les falta preparación para asumir la relación.
Deja pensando que entre las necesidades de estas parejas en el ámbito del aprendizaje para su buen funcionamiento, refirieran entre las más relevantes la necesidad de conocer a su pareja –su pasado, presente y planes futuros, sin violentar con ello sus decisiones, identidad o independencia-, la necesidad de comunicarse adecuadamente, de disfrutar de una sexualidad sana y placentera, de aprender recursos para enfrentar atinadamente las crisis, así como la necesidad de trascender, de dejar una huella positiva en su pareja, así como en posibles hijos y nietos.
“Estas necesidades cognitivas, acompañadas de gran carga emocional, -asegura la autora de la tesis- corroboran la demanda de ayuda por parte de las parejas, de prepararse para funcionar adecuadamente en pareja”.
Y a renglón seguido comenta sobre la ausencia de espacios, en particular en los planes de estudios de los diferentes niveles educacionales, que preparen a los jóvenes para formar familia y así paliar el continuo ensayo- error que marca dichas relaciones.
En coincidencia con la investigación del Centro de Estudios sobre la Juventud arriba mencionada, esta autora concluyó también que la mayoría de las parejas analizadas por ella adolecían de expectativas, de misión, proyectos y metas concretas para su vida en común.
Les marcaban, como a una buena parte de las parejas cubanas, creencias erróneas, mitos y aprendizajes equivocados provenientes de la familia de origen. A la vez que -probablemente también aprendido en los hogares donde crecieron- soplaba en su contra dificultades en la comunicación verbal y extraverbal: omisiones, evasiones, ironías, reproches, hostilidad…
En la mayoría de estas parejas ambos eran hijos de padres divorciados, estaban unidos consensualmente y este nexo se extendía por unos dos años como promedio.
Posibilitar el drenaje de la cultura tóxica acumulada para la predisposición al cambio y estimular a las parejas a compartir en lugar de competir fue propósito de esta indagación.
Y debería hacerlo suyo la sociedad toda porque la pareja es la semilla de la familia, un hasta ahora irremplazable espacio cuya estabilidad es un termómetro de la salud social. Pero aunque no todas las parejas lleguen a formar familia, esa cultura de paz y armonía que el mundo reclama a voz en cuello, empieza también desde el abrazo entre dos.
Aunque algunos creídos en la más vanguardia de las vanguardias proclamen el fin de la pareja, de la familia, del amor; de todas formas el poeta sigue obstinadamente repitiendo, y no pocos le hacen coro: “Te am
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