La Batalla Electoral en Venezuela (III): El vil egoísmo ¿que otra vez triunfó?
especiales
Entonces apareció el twitter de El Repelente, como le ha llamado la propia embajada norteamericana a Ramos Allup en los cables desclasificados por Wikileaks, cuando lanzaba su astuto dardo de que ya tenían 113 o 115 diputados. Falló solo por uno o dos, maniobra que aún me produce un escozor inexplicable, porque huele a más azufre.
Necesité regresar a la indómita Caracas, a la otra inmensidad de sus cerros poblados como apretadas cajas de zapatos. Subir con mi compañera hasta el Cuartel de la Montaña, a las cuatro y veinticinco de la tarde, en que impacta sobre la ciudad la estampida del pequeño cañón, que rememora la partida física del Comandante de la Revolución Bolivariana. Divisar desde allí el balcón del Palacio Miraflores donde cantaba el himno con su pueblo, la pista del helipuerto por el cual regresó aquella noche en brazos de la gente, las cúpulas de la Asamblea Nacional donde libró batallas a golpe de coraje. Sentir en pleno rostro ese viento que viene de abajo hacia arriba, e inunda los pétalos de mármol verde y granito rojo de la Flor de los Cuatro Elementos, y agita el agua que brota alrededor del sarcófago con sus restos mortales.
Me jura la guía miliciana Daxy Mosquera que el día después de las elecciones hasta aquí se atrevieron a llegar con una caravana de festejo, hasta las rejas de la misma entrada. Ahora dicen que fue un tweet falso, que nunca existió la entrevista del periodista Marcelo Cantelmi, del consorcio monopólico Clarín, al secretario de la Mesa Desunida y Antidemocrática. Mas en internet está de testigo la plana del Diario El Nacional, el mismo que casi siempre miente, donde Chúo Torrealba llama a «cerrar definitivamente esa especie de santuario donde veneran a Chávez como si fuera un libertador».
El pueblo de la parroquia se ocupó del primer acto de desagravio. La líder comunal Olga Mendoza proclamaba enérgica, como si hubiese leído mi crónica anterior: «Aquí no se baila tango, aquí se baila joropo. Aquí en el 23 de Enero, estamos dispuestos hombres y mujeres a defender a nuestro presidente eterno, Hugo Rafael Chávez Frías. El Cuartel de la Montaña es un sitio sagrado porque está el padre de la Revolución Bolivariana».
Porque ante los cientos que llegan cada mes a saludar a Chávez —a ponerle flores, o al menos a hablarle ese minuto sobre su loza—, emergen la humildísima casita de Sabaneta donde la abuela les hacía los dulces de arañas para poder vivir, el sencillo jarro de tomar café por las mañanas, las chamarretas de la foto de teniente y las maracas para el joropo llanero, los gastados resaltadores sobre el mapa de Latinoamérica, la virgen tan azul de amorosa que le trajo Cristina Kirchner, y hasta las sentencias del último discurso en siete avenidas inundadas de rojo, y la lluvia y los pétalos de flores, y hasta su dios llamándole a la victoria. Aquí está escrito en mármol: «Hoy tenemos Patria». Y lo lee desde el niño guayú hasta la profesora de Barquisimeto que nos acompaña, y se emociona hasta las lágrimas: «…Y pase lo que pase, en cualquier circunstancia, seguiremos teniendo Patria».
Son sobradas razones por las que el presidente electo, Nicolás Maduro, dictó una Ley Habilitante para entregar el Cuartel del 4F por cien años a la Fundación Hugo Chávez. Las mismas por las que la contrarrevolución en la Asamblea Nacional ha elegido justo a Ramos Allup como su presidente, para un hemiciclo que este gusta llamar «la cámara», con supuesta amnesia de que ya no es un foro bicameral. Un cínico que por esos pasillos adoraba cargar el maletín de su padrino, el escasamente recordado expresidente Rómulo Betancourt. Y que, como si reencarnara en él, se ha tomado a sí mismo juramento, sin himno nacional mediante, ni necesitar tener en la mano la constitución socialista y bolivariana, que manipula, pero no jura ni respeta.
Porque en su alma lleva la maldición romulera de que «un Adeco es Adeco hasta que se muere». Y su primer mandato, antes de violar todo el reglamento establecido, ha sido descolgar y mandar a romper el verdadero retrato de Simón Bolívar, y lanzar a la calle las imágenes de Chávez. En persona chillaba al personal de una cuadrilla, como se ve en un video de celular que revienta redes, para que lo mandaran para Miraflores, «a la viuda, a las hijas… —dijo textualmente— o al aseo». Un joven de pueblo, que estaba afuera de la Asamblea Nacional, se ofreció para llevárselo a su casa, y le exigieron como chantaje dejar su cédula de identidad a cambio. A la sargenta que custodiaba la sede de la Guardia Nacional, le reclamaron que retiraran las fotos de Bolívar y de su Comandante: Imagínense que esto es territorio de una embajada extranjera —les respondió bravía. Mientras, el mando militar indicó a las unidades del ejército bolivariano realizar actos de desagravio a la mañana siguiente.
Hay días en que uno, martiano ante el monumento a Bolívar en el centro de Caracas, necesita renovar su juramento de «Patria es Humanidad». Salirse del cuartel de su montaña, y pegar el oído al subsuelo que se recalienta. Apretarse el alma latinoamericana cuando escucha a Chávez advirtiendo, con la voz enérgica y dolorosa de quien se sabe en su última intervención pública, apenas tres años antes de esa muerte que aún no es verdad: «No faltarán los que traten de aprovechar coyunturas difíciles en ese empeño de la restauración del capitalismo, del neoliberalismo, para acabar con la patria… Ante esta circunstancia de nuevas dificultades —del tamaño que fueren—, la respuesta de todas y de todos los patriotas es unidad, lucha, batalla y victoria».
Hay días que no sé dónde guardarme.
Añadir nuevo comentario