Papa Francisco a la ONU: "La guerra es la negación de todos los derechos"

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Papa Francisco a la ONU: "La guerra es la negación de todos los derechos"
Fecha de publicación: 
25 Septiembre 2015
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Por quinta ocasión, un Papa interviene en las Naciones Unidas, demostrando que esta institución, que cumple 7.0 años y debe ser reforzada en lugar de debilitada, tiene mucha relevancia para la Santa Sede. Francisco invita a no quedarse en los buenos propósitos, a ir más allá de indicar objetivos o estadísticas: hay que hacer que nuestras instituciones actúen y «evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas en la lucha» contra todos los flagelos de la humanidad. Bergoglio pide respetar la vida, hacer que siempre prevalezcan las negociaciones, renunciar a las armas nucleares, evitar intervenciones armadas que no estén bajo la égida de la ONU. Habla también sobre las nefastas consecuencias de un irresponsable ‘malgobierno’ de la economía mundial. Y lanza un grito por los cristianos y las demás minorías perseguidas.

 

Elogio de la ONU

 

Ante los líderes del mundo, Francisco afirma que la ONU es «una respuesta imprescindible ya que el poder tecnológico, en manos de ideologías nacionalistas o falsamente universalistas, es capaz de producir tremendas atrocidades. No puedo menos que asociarme al aprecio de mis predecesores, reafirmando la importancia que la Iglesia Católica concede a esta institución y las esperanzas que pone en sus actividades». El Papa indica que el órgano internacional ha alcanzado elementos positivos durante sus primeros 70 años de vida: «la codificación y el desarrollo del derecho internacional, la construcción de la normativa internacional de derechos humanos, el perfeccionamiento del derecho humanitario, la solución de muchos conflictos y operaciones de paz y reconciliación». Si no hubiera existido «toda esta actividad internacional», observa, « la humanidad podría no haber sobrevivido al uso descontrolado de sus propias potencialidades». Bergoglio alaba a todos los que han servido «leal y sacrificadamente a toda la humanidad en estos 70 años». En particular a los hombres y mujeres que han perdido la vida por la paz. Cita a Dag Hammarskjöld, el incómodo Secretario de la ONU que trataba de acabar con la guerra en el Congo y que falleció misteriosamente hace 54 años; obtuvo, póstumamente el Premio Nobel de la Paz (en 1961). El Papa también recuerda a «muchísimos funcionarios de todos los niveles, fallecidos en las misiones humanitarias, de paz y de reconciliación».

 

Francisco expresa, además, su deseo de que se lleve a cabo una «reforma» de las Naciones Unidas y una «adaptación a los tiempos, progresando hacia el objetivo último de conceder a todos los países, sin excepción, una participación y una incidencia real y equitativa en las decisiones. Tal necesidad de una mayor equidad, vale especialmente para los cuerpos con efectiva capacidad ejecutiva, como es el caso del Consejo de Seguridad, los organismos financieros y los grupos o mecanismos especialmente creados para afrontar las crisis económicas». Este cambio, según el obispo de Roma, ayudará a «limitar todo tipo de abuso o usura sobre todo con los países en vías de desarrollo. Los organismos financieros internacionales han de velar por el desarrollo sustentable de los países y la no sumisión asfixiante de éstos a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia».

 

Proteger a los excluidos y el medio ambiente

 

Francisco recuerda que «la limitación del poder es una idea implícita en el concepto de derecho. Dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de justicia, significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales». Hoy, observa, hay « muchos falsos derechos, y –a la vez– grandes sectores indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder: el ambiente natural y el vasto mundo de mujeres y hombres excluidos. Dos sectores íntimamente unidos entre sí, que las relaciones políticas y económicas preponderantes han convertido en partes frágiles de la realidad».

 

El Papa explica que hay un verdadero «derecho del ambiente»: cualquier daño al ambiente en un daño a la humanidad. Por ello denuncia «un afán egoísta e ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos materiales disponibles como a excluir a los débiles y con menos habilidades». La exclusión económica y social, sentencia Francisco, «es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente. Los más pobres son los que más sufren estos atentados».

 

Desarrollo sostenible

 

«Alzo mi voz –dice Francisco–, junto a la de todos aquellos que anhelan soluciones urgentes y efectivas La adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en la Cumbre mundial que iniciará hoy mismo, es una importante señal de esperanza. Confío también que la Conferencia de París sobre cambio climático logre acuerdos fundamentales y eficaces». Pero no son suficientes los compromisos «asumidos solemnemente, aun cuando constituyen un paso necesario para las soluciones. La definición clásica de justicia a que aludí anteriormente contiene como elemento esencial una voluntad constante y perpetua: Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi. El mundo reclama de todos los gobernantes una voluntad efectiva, práctica, constante, de pasos concretos y medidas inmediatas, para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado». Por ello, hay que « toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos». Sin olvidar nunca que «más allá de los planes y programas, hay mujeres y hombres concretos, iguales a los gobernantes, que viven, luchan y sufren, y que muchas veces se ven obligados a vivir miserablemente, privados de cualquier derecho».

 

Techo, trabajo y tierra

 

Hay que permitir que los pobres sean «dignos actores de su propio destino». «Esto supone y exige el derecho a la educación –también para las niñas, excluidas en algunas partes–, que se asegura en primer lugar respetando y reforzando el derecho primario de las familias a educar». Los gobernantes deben hacer todo lo posible «a fin de que todos puedan tener la mínima base material y espiritual para ejercer su dignidad y para formar y mantener una familia, que es la célula primaria de cualquier desarrollo social. Ese mínimo absoluto tiene en lo material tres nombres: techo, trabajo y tierra; y un nombre en lo espiritual: libertad del espíritu, que comprende la libertad religiosa, el derecho a la educación y los otros derechos cívicos».

 

Reconocer la ley moral

 

Francisco habla sobre las «nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado solo por la ambición de lucro y de poder», y afirma que la defensa del medio ambiente y la lucha contra la exclusión «exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre hombre y mujer, y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones». Sin reconocer «unos límites éticos naturales insalvables» y sin «la actuación inmediata» de los «pilares del desarrollo humano integral, el ideal de “salvar las futuras generaciones del flagelo de la guerra” y de “promover el progreso social y un más elevado nivel de vida en una más amplia libertad” corre el riesgo de convertirse en un espejismo inalcanzable o, peor aún, en palabras vacías que sirven de excusa para cualquier abuso y corrupción, o para promover una colonización ideológica a través de la imposición de modelos y estilos de vida anómalos, extraños a la identidad de los pueblos y, en último término, irresponsables».

 

No a la guerra

 

«La guerra –continúa Francisco– es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente». Por ello hay que «asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje». Si se respeta y se aplica la Carta de las Naciones Unidas, «verdadera norma jurídica fundamental», «con transparencia y sinceridad, sin segundas intenciones, como un punto de referencia obligatorio de justicia y no como un instrumento para disfrazar intenciones espurias, se alcanzan resultados de paz». Si la norma se confunde «con un simple instrumento, para utilizar cuando resulta favorable y para eludir cuando no lo es, se abre una verdadera caja de Pandora de fuerzas incontrolables, que dañan gravemente las poblaciones inermes, el ambiente cultural e incluso el ambiente biológico».

 

Armas nucleares y «Naciones Unidas por el miedo»

 

El Papa habla sobre la «proliferación de las armas, especialmente las de destrucción masiva como pueden ser las nucleares. Una ética y un derecho basados en la amenaza de destrucción mutua –y posiblemente de toda la humanidad– son contradictorios y constituyen un fraude a toda la construcción de las Naciones Unidas, que pasarían a ser «Naciones unidas por el miedo y la desconfianza». Hay que empeñarse por un mundo sin armas nucleares». Francisco elogia el reciente «tratado sobre la cuestión nuclear» con Irán, «prueba de las posibilidades de la buena voluntad política y del derecho, ejercitados con sinceridad, paciencia y constancia». Y expresa el deseo de que esta buena voluntad y el acuerdo puedan ser duraderos.

 

Las guerras sin la ONU y la persecución de los cristianos

 

Con realismo, Bergoglio observa que «no faltan duras pruebas de las consecuencias negativas de las intervenciones políticas y militares no coordinadas entre los miembros de la comunidad internacional». El Papa repite su llamado por el Medio Oriente, el norte de África y por otros países africanos en los que «los cristianos, junto con otros grupos culturales o étnicos e incluso junto con aquella parte de los miembros de la religión mayoritaria que no quiere dejarse envolver por el odio y la locura, han sido obligados a ser testigos de la destrucción de sus lugares de culto, de su patrimonio cultural y religioso, de sus casas y haberes y han sido puestos en la disyuntiva de huir o de pagar su adhesión al bien y a la paz con la propia vida o con la esclavitud». Es necesario que los que tienen responsabilidad en la conducción de los asuntos internacionales hagan un examen de consciencia, así como con las demás situaciones en conflicto, «como en Ucrania, en Siria, en Irak, en Libia, en Sudán del Sur y en la región de los Grandes Lagos, hay rostros concretos antes que intereses de parte, por legítimos que sean. En las guerras y conflictos hay seres humanos singulares, hermanos y hermanas nuestros, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, niños y niñas, que lloran, sufren y mueren. Seres humanos que se convierten en material de descarte cuando solo la actividad consiste en enumerar problemas, estrategias y discusiones». Hay que hacer todo lo posible «para detener y prevenir ulteriores violencias sistemáticas contra las minorías étnicas y religiosas» y para proteger a las poblaciones inocentes».

 

El narcotráfico

 

Francisco después cita otra guerra, la del narcotráfico, que «que silenciosamente viene cobrando la muerte de millones de personas». Una guerra «“asumida” y pobremente combatida». El narcotráfico va de la mano con « la trata de personas, del lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil y de otras formas de corrupción. Corrupción que ha penetrado los distintos niveles de la vida social, política, militar, artística y religiosa, generando, en muchos casos, una estructura paralela que pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones».

 

Martín Fierro

 

El Papa prosigue citando una de las obras fundadoras de la literatura argentina, para denunciar «una creciente y sostenida fragmentación social»: «El gaucho Martín Fierro, un clásico de la literatura en mi tierra natal, canta: ‘Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera’». Esta situación que vive el mundo contemporáneo: «pone en riesgo «todo fundamento de la vida social» y por lo tanto “termina por enfrentarnos unos con otros para preservar los propios intereses”».

 

Decisiones impostergables

 

«La casa común de todos los hombres –concluye Francisco– debe continuar levantándose sobre una recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana, de cada hombre y cada mujer; de los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los desocupados, de los abandonados, de los que se juzgan descartables porque no se los considera más que números de una u otra estadística. La casa común de todos los hombres debe también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de la naturaleza creada».

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