Lecciones del 11 de septiembre
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Según una base de datos de la Universidad de Maryland, en el año 2000 se reportaron menos de 4 000 muertes por actos terroristas a nivel global. Un informe elaborado por el gobierno de Estados Unidos contabilizó 32 700 fallecidos durante el 2014 por ese motivo, el doble de los registrados durante el año precedente y más de ocho veces el número de comienzos de siglo.
Al-Qaeda, Boko Haram y el Estado Islámico ocupan territorios y causan pánico en Oriente Medio y el norte de África; bandas armadas se disputan el poder en países sin gobierno como Libia, que hasta hace poco lideraba los indicadores sociales del continente; Siria lucha contra los terroristas y al mismo tiempo debe hacer frente a grupos ilegales que cuentan con entrenamiento y fondos occidentales para derrocar el gobierno legítimo; un niño aparece muerto en las playas europeas y se convierte en el símbolo de los millones de desplazados por la violencia en la peor crisis migratoria desde la Segunda Guerra Mundial.
Esas son las noticias de este 11 de septiembre, no las del año 2001, cuando el entonces presidente norteamericano George W. Bush prometió al mundo que aniquilaría la amenaza terrorista en cada “oscuro rincón” del mundo.
Apenas unas horas después de que las imágenes del colapso de las Torres Gemelas de Nueva York le dieran la vuelta al mundo, el Comandante en Jefe Fidel Castro pronunció un discurso en La Habana y dijo lo siguiente: “Ninguno de los actuales problemas del mundo se puede resolver por la fuerza, no hay poder global, ni poder tecnológico, ni poder militar que pueda garantizar la inmunidad total contra tales hechos”.
La historia una vez más le dio la razón. ¿Qué lecciones se pueden sacar entonces del fracaso de la política estadounidense y qué se puede hacer para cortar el ciclo vicioso de violencia y muerte que amenaza la estabilidad global?
NO HAY UN TERRORISMO BUENO Y UNO MALO
Este mismo 11 de septiembre se cumple el aniversario 35 de la muerte del diplomático cubano Félix García a manos de un terrorista en la sede la ONU de Nueva York.
Su asesino, Eduardo Arocena, era miembro de la organización Omega 7, que operaba desde el propio territorio norteamericano con la anuencia de sus autoridades.
En su propósito de derrocar a la Revolución Cubana, las administraciones norteamericanas no dudaron en utilizar o permitir el uso de los mismos métodos que hoy dicen combatir en el mundo.
Incluso el secuestro y desvío de aviones se utilizó contra nuestro país décadas antes de que esa técnica se empleara para impactar dos aeronaves contra los edificios neoyorquinos.
De la misma manera, Washington promovió y amparó el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile, perpetrado también un 11 de septiembre pero de 1973.
Las torturas, asesinatos y persecuciones utilizadas por la dictadura militar chilena estaban justificadas por el supuesto objetivo de frenar la expansión del comunismo en el continente. Poco importaba que Allende hubiera sido electo democráticamente en las urnas.
Varias décadas después, esos mismos métodos se aplican con leves variaciones contra países con gobiernos progresistas de la región como Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina, sin sopesar las posibles consecuencias.
Al otro lado del mundo, en Oriente Medio, la historia recoge hechos similares. Si bien el Islam tiene más de un milenio de historia, esa región no había conocido el fundamentalismo actual hasta la aparición de los muyahidines, grupos extremistas que fueron armados y entrenados por Estados Unidos para enfrentar las fuerzas soviéticas que ocuparon Afganistán a finales de la década del 70 del siglo pasado.
El fin, una vez más, justificaba los medios.
NO SE APAGA EL FUEGO CON FUEGO
Durante los últimos años, ha quedado demostrado que el uso de la fuerza no resuelve los problemas de fondo. Dos guerras fracasadas, Irak y Afganistán, con billones de dólares y cientos de miles de muertos en sus espaldas, son la mayor prueba de ello.
Un nuevo tipo de guerra no convencional se quiso aplicar en el caso de Libia, donde se entregaron millones de dólares y armas a bandas armadas compuestas por radicales con el objetivo de derrocar el gobierno de Muamar Gadafi.
El país pasó de ser un ejemplo en indicadores sociales a un infierno sin ley donde manda la fuerza de las armas. Libia se convirtió también en un centro de reunión de extremistas y mercenarios que luego migraron hacia el sur por el continente, desestabilizando países vecinos y otros más alejados como Malí.
En el viejo continente, el ejemplo de Ucrania también es una prueba de que la violencia genera un círculo vicioso. El apoyo de occidente a los sectores más extremistas de la Plaza Maidán, que incluía a grupos neonazis, concluyó con la ruptura del orden constitucional y el inicio de un conflicto civil que no parece tener fin.
EL MAL TIENE CAUSAS, NO RELIGIÓN
Una de las matrices que se intenta imponer en la actualidad es la vinculación entre terrorismo y religión, aunque una simple revisión de la historia desbarate la tesis en un instante.
Antes del 11 de septiembre, las principales preocupaciones de los norteamericanos, que se expresaban en su cultura popular a través de libros y películas, eran los más de 400 grupos extremistas que existían en el interior del país, muchos de ellos supremacistas blancos y neonazis.
Los últimos actos terroristas ocurridos en territorio norteamericano han sido perpetrados precisamente por miembros de estos grupos. El más reciente de ellos ocurrió en una iglesia en Charleston, Carolina del Sur, donde un supremacista abrió fuego y mató a nueve personas en una localidad que fue emblema de la lucha por los derechos de los negros en Estados Unidos.
Según la ONG Archivo de la Violencia Armada, el total de muertos en ese país por armas de fuego fue de 12 561, poco menos de la mitad de los que murieron en todo el mundo a causa del terrorismo. Sin embargo, las autoridades estadounidenses gastan billones en los conflictos externos y apenas dedican recursos para resolver las causas de la violencia interna.
De regreso en Oriente Medio, resulta muy simplista abordar el fenómeno del fundamentalismo islámico sin analizar la evolución de una región con miles de años de historia, pero que fue sometida a un régimen colonial y neocolonial en el pasado reciente.
Los proyectos nacionalistas árabes, muchos de ellos laicos y progresistas, fueron minados por Washington por su temor a perder el dominio de los recursos energéticos. Era más fácil dominar una región atomizada y radical. En los intereses de su aliado estratégico, Israel, también está retrasar el desarrollo de sus vecinos que lo superan en población y recursos.
Resulta llamativo que los planes y proyectos de los grupos terroristas sean inexistentes o incomprensibles, incluso para sus coterráneos, más allá del falso proyecto mesiánico de un califato global.
El terrorismo es en esencia irracional y su fin es la violencia en sí misma. Responde a traumas sociales y personales que se han ido acumulando durante generaciones.
Hace 14 años, Fidel dijo lo siguiente: “La lucha internacional contra el terrorismo no se resuelve eliminando a un terrorista por aquí y otro por allá; matando aquí y allá, usando métodos similares y sacrificando vidas inocentes. Se resuelve poniendo fin, entre otras cosas, al terrorismo de Estado y otras formas repulsivas de matar, poniendo fin a los genocidios, siguiendo lealmente una política de paz y de respeto a normas morales y legales que son ineludibles. El mundo no tiene salvación si no sigue una línea de paz y de cooperación internacional”.
¿Cuáles serían las noticias de este 11 de septiembre si se hubiera seguido aquel camino?
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