Cuando la vida cambia gracias al arte (+ Fotos)

Cuando la vida cambia gracias al arte (+ Fotos)
Fecha de publicación: 
11 Septiembre 2015
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Imagen principal: 

 

Fotos: Abel Ernesto

 

El cuadro titulado El ojo del vecino es lo primero que sobresale cuando una llega a la sala de Andrés Bazabe.

 

No es solo la burlona mirada lo que atrae, sino también las texturas porque toda la obra está hecha con tiras de cartón de cajas comunes para envasar mandados, pegadas de canto, sin ningún otro aditamento que la cola para mantenerlas unidas.

 

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Esos tonos ocres, cremas, terracotas y la apariencia de panal de abeja,  dotan a cada elemento de una prestancia singular, no apreciada hasta hora en otro artesano artista o creador.

 

A Andrés la vida le cambió hace algo más de un año cuando entró en el curso que imparte el gran artista Arturo Montoto, gratuitamente en su estudio de Guanabacoa.

 

Confiesa que siempre tuvo cierta inclinación por el arte y aunque no había tradición en la familia decidió ser carpintero porque tenía dos hijas que mantener y  necesitaba de un oficio que le fuera lucrativo.

 

Entonces pintaba algo y hacía creativas esculturas en madera; pero conminado por su mentor se puso a idear algo original a partir de materiales poco empleados en las artesanías y una noche se le ocurrió lo del cartón.

 

Montoto quedó encantado con el proyecto y le dio riendas sueltas a su imaginación y precisamente la única pieza realizada por Andrés que tiene color es Gran escuela, un homenaje a su maestro, en la que cada discípulo de este curso estampó su firma y que representa un mamey tajado a la mitad con la pulpa expuesta, como esas frutas que Montoto magistralmente sabe estampar en sus inigualables bodegones.

 

Cuando se pone a trabajar tiene que tener las cuchillas bien afiladas para que no deformen el cartón y los cortes salgan de una sola vez; toda la casa se pone en función de eso y su pequeña Samantha, de nueve años, se pasa horas a su lado queriéndolo ayudar y ya hasta ha propuesto alguna pieza propia.

 

Confiesa que cada una de sus obras tienen que ver con su propia vida; le gusta escribir y eso también lo impulsa a expresarse mediante la original técnica que ha descubierto.

 

Dice que prefiere dejar el material al natural, con esa gama tan sugerente de colores porque en una ocasión que intentó con barnices, el resultado le pareció horrible y al instante destruyó lo que había hecho.

 

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Ahora uno de sus acicates deviene su primera exposición personal, que piensa organizar en febrero del próximo año a solicitud de la directiva del Hotel Habana Riviera, sede también recientemente de la muestra Sitio del agua, que reunió las obras de todos sus colegas de curso.

 

En septiembre se alista para participar en la segunda etapa, de las tres con las que Montoto organizó esta experiencia pedagógica sui géneris que pretende despojar a la artesanía de ese marcado sello comercial que en muchas ocasiones atenta contra la calidad de esos productos.

 

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Mientras, sigue obsesionado buscándole otras posibilidades al material y a las formas, diseñando nuevas ideas y aprovechando, como bien dice, esa puerta que le abrió su maestro y que le ha cambiado radicalmente la vida.

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