DESDE LA FERIA: Con Sergio Pitol, el viajero

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DESDE LA FERIA: Con Sergio Pitol, el viajero
Fecha de publicación: 
14 Febrero 2012
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Hay una anécdota que Sergio Pitol ha contado una y otra vez, pero que de alguna manera ofrece algunas pistas sobre su visión de la literatura y los viajes. Cuando visitó por primera vez Venecia, quiso recorrerla, y entonces se dio cuenta de que había dejado los espejuelos en el hotel. Su recorrido fue, por el desenfoque de la visión, casi fantasmal. Pitol tuvo que unir experiencia física con ensoñación y lecturas para obtener su primera impresión de la ciudad.

Eso ha hecho toda su vida, así son todos sus libros.

Pitol ha sido publicado tarde y poco en Cuba. Y lo singular es que Cuba es uno de los destinos más importantes de su periplo vital, profesional. Aquí, en esta ciudad que ahora mismo visita, probablemente haya comenzado su vida literaria.

Lo ha contado el investigador Jorge Fornet, en el coloquio que la Feria Internacional del Libro ha dedicado al escritor mexicano, Premio Cervantes 2005. Fornet evocó una historia que Pitol ha contado una y otra vez: su primera visita a La Habana, dos días intensos en que el entonces jovencísimo Pitol visitó el Barrio Chino de la ciudad —con su inefable teatro Shangai—, asistió a una inolvidable representación escénica de Pigmalión, fue testigo y hasta parte de una revuelta... justo antes de tomar un barco rumbo a Venezuela.

Cuando salía de La Habana, aunque no había publicado todavía ningún libro, Pitol ya se sentía escritor. Cuba está aquí y allá en el itinerario del literato, de maneras más o menos explícitas.

Pero eso no es extraño: Sergio Pitol se ha pasado la vida viajando. Es, de hecho, el clásico viajero, que poco tiene que ver con el turista al uso. Visita un lugar y lo recrea en un ámbito nuevo: el de la memoria, que para él es algo muy parecido al sueño. Trasciende la admiración superficial, se adentra en el espíritu de los lugares. Se regodea en los misterios.

Hay una discusión ya muy llevada y traída para definir cuál es la ciudad más singular de Rusia: Moscú o San Petersburgo. Casi todo el mundo se inclina por la segunda, pero Pitol, en su momento, ya dio su veredicto. Conociendo muy bien las dos ciudades —fue diplomático en ese país— prefiere a Moscú, por la sencilla razón de que es la más sorprendente. San Petersburgo es demasiado previsible en su diáfana belleza, en su encanto tantas veces apresado en las postales. En Moscú puede pasar cualquier cosa, o sea, hay mucho más espacio para la sorpresa, que es en buena medida el ingrediente principal de la obra de Pitol.

Sorpresa, memoria, ensoñación... el escritor va alumbrando un mundo nuevo, que no es ni quiere ser ni puede ser copia exacta del que lo inspira. En los cuentos, en los ensayos de Sergio Pitol se nos abre un panorama maravilloso, en el que podemos identificar lugares y acontecimientos, pero siempre a través de un velo de franca y evidente invención.

Su técnica es poderosa, sobre todo porque es casi invisible. Al leer sus libros parece que los escucháramos. La prosa es fascinante, envolvente.

Sergio Pitol, además de ser uno de los más grandes escritores del ámbito hispanoamericano, es también un reconocido traductor. El mexicano Rodolfo Mendoza, amigo de Pitol e investigador de su obra, refirió en el coloquio el éxito incuestionable de traducciones del polaco y el italiano, obras que nunca antes se habían traído al español.

Al final del encuentro, fue presentado un libro de memorias, parte de una trilogía en la que Pitol ha volcado —siempre, insistimos, a medio camino entre los recuerdos y el sueño— acontecimientos, personajes, lugares que lo han marcado.

El viaje, publicado la Torre de Letras y la editorial Letras Cubanas, tiene como escenario Rusia: se agolpan recuerdos y reflexiones del Pitol viajero y diplomático en ese país. Algunas, como refiere la poetisa Reina María Rodríguez, que nos dan mucha luz sobre la vida y las contradicciones de una sociedad que nos fue muy cercana.

Sergio Pitol asistió en silencio al coloquio. Escuchó atentamente a todos los ponentes. Sonrió y asintió. Al final, no quiso hablar (en parte por modestia, en parte por esa afección que le impide expresarse oralmente con fluidez). Eso sí, firmó con ejemplar cortesía todos los ejemplares de su libro que le pusieron por delante...

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