Café Brasilero, el refugio de Eduardo Galeano (+ FOTOS)

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Café Brasilero, el refugio de Eduardo Galeano (+ FOTOS)
Fecha de publicación: 
18 Junio 2015
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Montevideo, Calle Ituzaingó y 25 de Mayo, ahí está el Café Brasilero. Antes de llegar a Montevideo ya había escuchado hablar de un lugar especial en el que ese gran escritor latinoamericano Eduardo Galeano pasaba sus horas, como si se tratara de un refugio.

 

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No fue difícil encontrarlo, es cercano a las principales vías de la Ciudad Vieja de la capital uruguaya. En sus alrededores hay bullicio, la gente camina de prisa, los autos pasan volando por las calles estrechas; los carteles lumínicos, los Mc Donalds y cuanta publicidad hay en el ambiente llega a agobiarnos. Pero al entrar al local se siente todo muy distinto. El aire es otro.

 

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Enseguida comprendí por qué a Galeano le apasionaba ese sitio. Sí parece un refugio de los sentidos. La música se escucha suave, puede ser un tango, alguna canción en francés, portugués o inglés, pero siempre con reposo, como si siguiera el ritmo de quienes llegan allí para dejar atrás el súper desarrollo, la híper modernidad.

 

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El Café Brasilero es uno de los más antiguos bares de Montevideo (si acaso no es el más antiguo). Existe hace más de 130 años. Ha cambiado alguna que otra vez de dueño, pero afortunadamente ha mantenido su esencia auténtica, su ambiente acogedor.

 

Entré y me senté en la mesita de la esquina, al lado de la puerta. Iba a preguntar cuál era el puesto habitual del autor de El libro de los abrazos, cuando me di cuenta de que yo estaba precisamente en la silla que él ocupaba. En la pared detrás de esa mesa -que nada tiene de museable, pues no creo que a Galeano le gustara que le rindieran culto- cuelgan retratos y caricaturas que le hicieron alguna vez.

 

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Galeano iba allí a escribir, leer, tomar notas y últimamente venía acompañado por el chofer, me cuentan los mozos. A veces recibía amigos en su mesa, esa era como su otra casa. Si los admiradores pasaban y él no estaba, le dejaban libros para que los autografiara. Él los firmaba con cariño.

 

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Era casi tonto preguntar si alguno de los trabajadores del local lo había atendido alguna vez. Todos lo conocían. “Galeano no era un cliente, era un amigo”, me aseguró uno de ellos. Lo recuerdan como alguien que llegaba despacio, en silencio y que siempre tenía algo lindo para decirles.

 

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De un lado el cristal divide el mundo interior del café-bar de la calle. Los transeúntes pasan sin mirar más allá, cada uno carga con sus propios problemas y sueños. Adentro, parece que todo se detiene, el tiempo pasa con calma. La decoración y el piso de madera nos transportan a una época pasada más romántica que esta que vivimos. Dan ganas de quedarse allí, sobre todo si corren los meses de invierno. Un café y unas medias lunas no vendrían nada mal, o una copita con el café que lleva el nombre de Galeano, que según las chicas, después de su fallecimiento los visitantes lo solicitan con más frecuencia.

 

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Hace unos años el Café Brasilero estuvo cerrado y cuando el escritor uruguayo lo reencontró así, se sintió muy desilusionado, hasta que abrió sus puertas nuevamente. En ese entonces pasaron por la televisión una entrevista con Galeano y entre otras frases -de esas que te dejan pensando y que él acostumbraba a regalarnos- dijo algo así como que el Café debía ser preservado puesto que era uno de los pocos sitios en los que aún crecía la amistad y la unión, ya que vivimos en un mundo en que casi todo lo que se hace es para desunirnos.

 

Con sus visitas, Galeano lo cuidó como un gran tesoro, como parte de su patrimonio personal.

 

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