José Martí: el alma que aquí tengo no es la mía

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José Martí: el alma que aquí tengo no es la mía
Fecha de publicación: 
19 Mayo 2015
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Y te busqué por pueblos,

y te busqué en las nubes,
y para hallar tu alma
muchos lirios abrí, lirios azules.
 
Y los tristes llorando me dijeron:
— ¡Oh, qué dolor tan vivo!
¡Que tu alma ha mucho tiempo que vivía
En un lirio amarillo!—
Mas dime —¿cómo ha sido?
¿yo mi alma en mi pecho no tenía?
Ayer te he conocido,
y el alma que aquí tengo no es la mía.
                                      José Martí
 
Hace exactamente 120 años cayó combatiendo en Dos Ríos José Martí; su arma apenas llegó disparar, pero –increíblemente- su vida crece desde entonces, indetenible, como si hubiera sido inmune a los disparos. Cada día, desde aquel 19 de mayo de 1895, se van descubriendo y publicando escritos suyos, cada vez más se publican libros más libros sobre él, y son más los seres que lo buscan –y se buscan- en sus razones, dolores, pasiones y sueños, en las huellas de su espíritu. Llegó tan lejos su pensamiento, su proyección social, su manera de amar y de vivir, que todavía está distante en el futuro; sigue siendo un escalón muy alto de la especie humana.

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Vengo amasando hace tiempo, un proyecto de libro-disco con doce canciones, cada una derivada de un relato que entreteje poemas con detalles de la vida de algunos de los más entrañables duendes que me acompañan: “Los amores del Diablo Ilustrado”.

En ese camposanto uno de los más intensos amantes (y amado) es José Julián Martí Pérez, en este caso el muchachito que, con apenas 19 años, delira con la belleza de una mujer, con la belleza que emerge desde lo más hondo del alma de una mujer. Brindemos este día por una noche lluviosa de poético amor de nuestro Pepe.  

Blanca

 
Mi Blanca: A las ocho y media empiezo a escribir para ti esta brevísima historia—feliz ya, porque nace de tu cariño y tu deseo.

Espacio estrecho es una hora, y cosa rápida y risible ha de ser todo lo que en ella precipitadamente escriba yo. Tiempo, papel... —todo es estrecho para este poderoso amor que vive en mí.

Llueve copiosísimamente; llueve sin cesar. Es, Blanca mía —y no te rías—, que el cielo mismo frunce el ceño, y se pone mohíno, y llora, porque no hemos podido hablarnos hoy. Tú eres el cielo.

Mi prólogo, extravagante en verdad, te dice aquí adiós.

Tú esperas un cuento; yo no puedo hacerte esperar: allá va a ti.

Escribo como en un torbellino de pasiones. Los relámpagos centellean constantemente tras los cristales y tras mi piel, donde se desata otra tempestad. Debo estudiar, pues tengo mañana examen de derecho romano en la universidad, pero no tengo cabeza para otra cosa que no seas tú. Tú que comprendes mis angustias.  
 —Ni patria ni amor. ¿Entiendes tú que un corazón lata en vano, y no sepa el miserable por qué late?¿Entiendes tú, que un alma se sienta repleta de vigor, ardiente para amar, henchida con intentos generosos, —y no sepa en qué ha de emplear su fortaleza ni encuentre cosa digna de poseer sus ansias ni halle dónde verter su generosidad?—Así vivo yo. Yo siento un mí una viva necesidad, un potente deseo, una voluntad indomable de querer; yo vivo para amar; yo muero de amores, —y he querido encarnarlos en la tierra, y una fue carne y otra vanidad, y otra mentira y otra estupidez, y entre tantas mujeres para los ojos, no halló el alma una sola mujer. La patria me ha robado para sí mi juventud.

Mi corazón se va lleno de ira de esas necias criaturas que lo usan, que lo desean, que lo aman quizás, pero que no son capaces de entenderlo.—Y vivo cadáver, encerrado en extraño país;—avergonzado de tanto necio amor. Y vivo muerto.
 
No puedo seguir escribiendo. Una ráfaga de viento abrió la ventana de un golpe, se ha apagado la vela. Cojo un paraguas —inútil ante las dimensiones del temporal— y salgo a buscarte. Ensopado llego al umbral de tu puerta. Abres, sonríes halagada, sin salir de tu asombro: ¡Estás loco, Pepe! 
Ciertamente, parezco un desastre, tan flacucho, con mi viejo traje negro —al que le salen las desgarraduras con el agua— pegado al cuerpo. Me tomas de la mano y me acercas a la estufa, en lo que me buscas una toalla. Me secas primero la cabeza. 
Me miras. Toda la vida de una mujer está en sus ojos y eran aquellos ojos más claros que la luz, más puros que el amor primero, más bellos que la flor de la inocencia.

Nos besamos. Hicimos el amor allí mismo, sobre la alfombra de tu sala. Luego de aquel primer acto desesperado nos acurrucamos en el sofá.  
 —¿Qué has visto en mí, José Julián?— Susurraste embriagada, y yo te contesté como por instinto: —Tu profunda elegancia.— Frunciste el seño, pidiendo explicación. Te dije entonces ideas algo vagas que años más tarde, ya lejos, escribiría:    
La elegancia del vestido, —la grande y verdadera—, está en la altivez y fortaleza del alma. Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, y más poderío a la mujer, que las modas más ricas de las tiendas. Mucha tienda, poca alma. Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco. Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la belleza echa luz. Procurará mostrarse alegre, y agradable a los ojos, porque es deber humano causar placer en vez de pena, y quien conoce la belleza la respeta y cuida en los demás y en sí. Pero no pondrá en un jarrón de China un jazmín: pondrá el jazmín, solo y ligero, en un cristal de agua clara. Esa es la elegancia verdadera: que el vaso no sea más que la flor.

Al amanecer aún lloviznaba. Ya era 30 de abril (de 1873). Apenas tenía veinte años. Tú, Blanca, presentías que muy pronto partiría de Zaragoza y de tu vida. Sabías que mi destino estaba en la lejana tierra mía, Cuba, desafiando las balas por salvar la dignidad humana. Pero en aquel instante era todo tuyo, y preferías ignorar el desenlace, apresar por unas horas todos los sueños posibles. Nuevamente tu cuerpo, ahora en la cama, emprendía sus juegos creativos. Esparcías tu cabello por mi pecho, escaló tu rostro a nuevos besos, luego las puntas de tus senos pasearon por mi frente y se deslizaron hasta mi boca; desenfreno y contención de saborearte saboreado; se fue perdiendo el mundo cabalgando contra el imposible de un después. Entre las caricias, de un nuevo regreso a la vida mortal, me provocabas para que disertara acerca de la eternidad de una relación. Ya en el balcón, tras un café, nos quedamos mirando el horizonte morado rojizo. Del techo caían algunas gotas, tu mirada, entrando en una de ellas. Susurraste un monólogo que me incluía: “¿será esta dicha de ahora los únicos momentos de plenitud que me dará la vida?... Pues bienvenido instante divino. Nos empecinamos en buscar el matrimonio eterno y… ¡total!, la rutina de los días va transformando la pasión en deber… ¿Es que la satisfacción del amor mata el amor?”    
Vi el temor de la verdad que se impondría en tu aliento, besé tu naricita y traté de animarte:
—¡No! Es que el amor es avaricioso, insaciable, activo: es que no se contenta con los sacrificios hechos sino con los sacrificios que se hacen —es que es una gran fuerza inquieta que requiere grandes alimentos diarios, es que es el único apetito que no se sacia nunca. No es que anhele cuerpo que lo sacie: es que solo la solicitud incesante, tierna, visible y sensible, lo alimenta. —Creen las mujeres con error, y creen los hombres, que una vez dada la gran prenda, la prenda del cuerpo; el beso sacudidor, todo está dado y todo conseguido. ¡Oh! ¡no! El alma es espíritu, y se escapa de las redes de carne: —es necesario conquistarla con espíritu. —Un beso presente desarruga una frente que no basta a desarrugar el calor entibiado de muy amantes besos anteriores. (…) —Las atenciones amorosas que se dan son un cuerpo de resistencia que se hace en el alma del ser amado contra la invasión del amor ajeno. —Compensación inteligente, —premio sabroso— ¡dulcísimo trabajo! dando a otro ventura, fabricamos la nuestra. —Siendo tiernos, elaboramos la ternura que hemos de gozar nosotros. —Y sin pan se vive: —sin amor —¡no!— No ha de desperdiciarse ocasión alguna de consolar toda tristeza, de acariciar la frente mustia, de encender la mirada lánguida, de estrechar una mano caliente de amor.

—Perpetua obra, obra de todo instante es la ternura. —Si no, ¡el amor no satisfecho busca empleo! Hay una palabra que da idea de toda la táctica de amor: rocío-goteo. —Que haya siempre una perla en la hoja verde: —Una palabra en el oído, una mirada naciente en nuestros ojos; —en nuestra frente, un beso húmedo. —El que así no ame, no será jamás amado.  

Ha pasado siglo y medio de aquella hora de lluvia. Ya sé que no puedes ser Blanca de Montalvo. Ella es apenas un nombre sin siquiera una foto, un halo de pureza que inspiró a aquel muchacho que hoy la historia dimensiona como uno de sus grandes héroes, José Julián Martí Pérez. Pero aquella noche tormentosa fueron simple, e inmensamente, dos amantes. Yo tampoco puedo ser él, pero te extiendo mis manos con un santo y seña que ese mismo Pepe, siendo casi un niño, sugirió. Así que seguiré siendo para ti, mientras me quieras un poco… El Diablo Ilustrado    
 
Si brillan en tu faz tan dulces ojos 
que el alma enamorada se va en ellos, 
no los nublen jamás tristes enojos, 
que todas las palabras de mis labios, 
no son una mirada de tus ojos...
                             José Martí
 

Con la primavera

Poema de José Martí 
 
Con la primavera
Vuelve el verso alado:
¿Qué hará mi corazón, que amar no quiere,
Si le asalta el amor por el costado?
 
Hará lo que hace el cielo
Cuiando el fuego lo abrasa:
Brillárá como bóveda encendida
Hasta que el fuego pasé:

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