Universidad cubana: ¿Estudiar es un placer?

Universidad cubana: ¿Estudiar es un placer?
Fecha de publicación: 
20 Febrero 2015
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Con unas ojeras que le llegan a la mitad de la cara y el pelo recogido a lo como quiera, Yandra se queja con quien la quiera escuchar de que está en prueba y lleva dos noches casi sin dormir. «¡Estoy hasta lo último con esa Economía Política! ¡Tengo unas ganas de que se acabe este semestre!»

Lo asombroso es que se trata de su primer semestre en la Universidad, el primero de cinco años por delante, y ya está cansada, y ya tiene ganas de que se acabe.

 

Por suerte, el estado de ánimo de esta muchacha no es el más común entre quienes cursan estudios superiores en Cuba, pero lo cierto es que no todos encuentran placer en adentrarse en libros y apuntes de clases.

 

Agua pasada sí mueve molino

 

Aunque el refrán asegura que agua pasada no mueve molino, en el caso de la vida estudiantil no puede aplicarse a pie juntilla. Sucede que se trata de un sistema educacional en su conjunto, donde, en la práctica y más allá de lo organizativo o metodológico, se interconecta la Enseñanza General y la Superior.

 

De ahí que hábitos, educaciones y conocimientos vayan acumulándose desde aquel primer día, cuando el niño de cinco años llegó a la escuela prendido con susto de la mano de mamá, hasta que, con igual susto pero en esta oportunidad bien disimulado, ocupó por vez primera asiento en el aula universitaria.

 

Y si durante todo el trayecto anterior no abonaron en él una verdadera ansia de saber, de aprender, asociará el asistir a la escuela solo con un deber; y los deberes, cuando no coinciden con los deseos, usualmente resultan poco placenteros.

 

altEl estudio colectivo, además de gratificante suele ser productivo (Foto: Periódico Vanguardia)

 

Si en la escuela y en la casa solo le repitieron «estudia que vas a suspender y la prueba está ahí mismo»; si, por lo general, asoció el estudio con la obligatoriedad, con la cancelación de paseos y otros planes personales, con restarle horas al sueño o al descanso, entonces aprender dejó de ser un disfrute.

 

Debería también agregarse a lo anterior la motivación o no que imprimen los docentes al proceso de enseñanza-aprendizaje, y también, las formas de controlar lo aprendido. Si el alumno se siente presionado a aprender de memoria toneladas de conceptos o fórmulas para un examen, en verdad que será muy poco estimulante enfrentarse a las libretas o los libros de texto.

 

Es sabido que las directivas de la  enseñanza en Cuba indican distanciarse de todo mecanicismo, de lo memorístico; pero a la hora de concretar esas aspiraciones frente al pizarrón, en el profesor deben coincidir desde la real vocación por el magisterio hasta una preparación eficaz.

 

Y estar preparado en el caso del docente significa, además de los conocimientos sobre la materia impartida, también disponer de las herramientas pedagógicas necesarias y de esa cultura general que debería haberse abonado desde la cuna y luego –cual serpiente que se muerde la cola- en las aulas por donde transitó el futuro maestro.

 

Si alguno de estos peldaños falla, la escalera toda se tambalea y llegar a la cima del saber podría hacerse bien complicado para el estudiante.

 

Orgullos y paradojas

 

Un sondeo realizado por Cubasí entre una quincena de estudiantes universitarios, de Filosofía y Periodismo, evidenció algunas de estas lagunas.

 

Con el convencimiento de que la muestra no es para nada representativa de todo el universo estudiantil, ni siquiera del que se resume a la Universidad de La Habana –de donde son los muchachos encuestados-; al menos lo que indicaron estos jóvenes, que cursan entre el primer y tercer año de sus carreras, podría asumirse como la punta de un iceberg.

Si no fuera así, el solo hecho de que una decena de alumnos, o de que un solo alumno no disfrute lo que hace, ya sería de todas formas motivo para meditar.

 

Al pedirles que anotaran el significado para ellos de ser estudiantes, así como lo mejor y lo peor de esa condición, afloraron respuestas bien interesantes.

 

foto 3 perlavisionLo mejor es enseñar a los jóvenes cómo han de pensar, no lo que deben pensar (Foto: Perlavisión)

 

Con un grafito muy claro, que apenas hacía legible la escritura, alguien apuntó que «ser estudiante significa ser lo más ejemplar posible y demostrar que no solo el dinero importa»; otro, dejó sentado que «para mí es un gran orgullo, significa haber cumplido un sueño mío y de mi familia», y un tercero comentó: «significa haber superado una de mis perspectivas y es una manera de alcanzar otra más grande, es vivir, y sobre todo, mirar todo desde otro lente, con mayor madurez».

 

De una u otra forma, la totalidad de los muchachos encuestados habló en positivo de lo que para ellos significaba su actual condición de estudiante universitario. Orgullo, satisfacción, sueños cumplidos, nivel de conocimientos y preparación fueron ideas reiteradas.

 

Sin embargo, cuando respondieron sobre lo mejor de ser estudiantes, no fueron todos los que señalaron el placer de estudiar. De cualquier manera, una buena parte sí lo hizo mencionando «lo bueno de adquirir un conocimiento superior», «descubrir cosas nuevas todos los días», «estás listo psicológica e intelectualmente para el desarrollo», «te brinda herramientas para entender el papel que puedes tomar en el momento que vives».

 

A la par que indicaron tales bondades, también apuntaron con mucha fuerza que lo mejor de ser estudiante está en cultivar amistades, lo cual es muy lógico en esas edades.

 

¿Lo mejor?: «la cantidad de personas interesantes y con intereses comunes que se conocen. También el poder salir y conocer muchos lugares con las amistades». Fiestas, novias, libertad, paseos, se repitieron en este sentido.

 

Entre lo peor de ser estudiante, una buena parte hizo alusión a las dificultades con el transporte, a las exigencias de asistencia o puntualidad, y también a lo menguado de sus bolsillos para sobrellevar esta etapa, en la que todavía dependen del apoyo económico familiar. En dicho orden, alguno se lamentaba de cuánta pena le daba eso y de no disponer de posibilidades que le permitieran simultanear la carrera con algún trabajo sin horario.

 

Como amargo reflejo del modo en que se han subvertido valores dentro de la realidad cubana, y a propósito de su situación económica, uno de los jóvenes dejó anotado entre las cosas peores: «…algunas personas te ven como un tonto por estar estudiando todavía».

 

Por suerte, hoy suman 230 mil  los «tontos» que ocupan matrícula en las diversas carreras y modalidades de la educación superior, repartidos en las 67 universidades cubanas. A la par que en América Latina y El Caribe la tasa bruta de escolarización en esa enseñanza se ha duplicado en las  últimas décadas.

 

Aprender a aprender

 

Sería pecado obviar en este acercamiento al placer por estudiar sentido o no por los universitarios, el tema de la vocación. Si matricularon la carrera «para no quedarme en la calle» o «porque mis padres siempre quisieron que yo tuviera un título», probablemente la arrancada será en falso. Los Exámenes de Ingreso, introducidos hace ya cinco cursos, son un beneficioso filtro para que accedan a la educación superior los mejor preparados, evitando fracasos posteriores e inversiones dilapidadas.

 

Pero, aunque no coincidan las aspiraciones del candidato con sus reales posibilidades, sin duda, esas pruebas –que a todos ponen los nervios como cuerdas de violín- y el rendimiento académico en el bachillerato condicionan un lugar en el escalafón que no siempre permite al aspirante obtener la carrera que deseaba. Ello podría acarrear luego su desmotivación por el estudio.

 

En un amplio reportaje a propósito de la asistencia obligatoria al aula universitaria publicado por el periódico Juventud Rebelde hace año y medio, la profesora de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana María Elena Capó, afirmaba: «Tienen que comprender que su verdadera responsabilidad es estudiar y no venir al aula solo por obligación, como sucede en muchos casos».

 

Mas si ocupar pupitre significa, en el caso de algunos turno de clase, escuchar la lectura de materiales que ellos mismos pueden leer de manera individual, o contemplar un powerpoint, que igual podrían llevarse consigo, entonces, la obligatoriedad sería en verdad discutible y, más aún, la eficacia del profesor que así pretende motivar.

 

De los muchachos cuyas opiniones exploró CubaSí, al indicar lo peor de ser estudiante universitario, dos se refirieron, cada uno con su particular decir, al modo impositivo y carente de diálogo con que algunos académicos transmiten los conocimientos.

 

«Criticamos la educación escolástica y a veces padecemos del mal de imponer conductas y pensamientos desde las aulas, puede devenir del facilismo…», escribió uno de los encuestados.

 

Una golondrina no hace verano, pero al verla pasar, hay quienes de todas formas la siguen con la mirada para averiguar su rumbo.

 

Y el Ministerio de Educación Superior está atento a todos los vuelos. Con razones sobradas el titular de esa cartera, Doctor Rodolfo Alarcón Ortiz, durante la conferencia magistral que impartiera este enero en el Congreso Pedagogía 2015, recordaba:

 

«Tenemos que trabajar por una educación universal de calidad, creativa, liberadora, que desarrolle integralmente a los seres humanos, que sea científica, tecnológica y humanista. La educación que demanda esta época exige una transformación radical de los objetivos, los métodos y los contenidos de nuestros planes y programas, de nuestras clases, de nuestro papel en el proceso docente para situar al estudiante en el centro de atención y se oriente más al aprendizaje que a la enseñanza».

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