PERFIL: Ángel Silvestre: pérfidas diabluras

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PERFIL: Ángel Silvestre: pérfidas diabluras
Fecha de publicación: 
16 Enero 2014
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Cuando se habla de caricatura no siempre se hace solo referencia al clásico retrato humorísticamente representado, en el que, con el fin de producir un efecto grotesco, se exageran los rasgos físicos o faciales, la vestimenta, o aspectos sobre el comportamiento o los modales de un individuo. También, dentro de este género, clasifican aquellos trabajos que, desde la visión creativa del artista, ridiculizan situaciones políticas, sociales o religiosas, o disimiles conductas de conjuntos de personas o clases sociales.

Dentro de este último grupo, se encuentra la producción pictórica de Ángel Silvestre Díaz Morales (Caimito, Artemisa, 1951), quien nos acerca a su onírico universo de cubanía, a su “bestiario” de negros, mulatos y blancos desenfrenados por el sexo, la ironía, el doble sentido, la sátira y el humor costumbrista, extraídos de las más profundas fibras de nuestra idiosincrasia insular. Bajo el fogoso sol del Caribe, él pinta lo visible y lo etéreo para que podamos vernos, percibirnos, hallarnos, y hasta dolernos de la risa.

De tal modo, con más malicia que curiosidad, nos penetra en su expresionista mundo de fuertes y vivos colores, en el que se entretejen  falacias y verdades, donde lo que parece es y lo que es no parece; donde la realidad insinuada la promulga el espectador, quien, en última instancia, es el responsable de las lecturas malditas, de los malos (o buenos) pensamientos que percibe en estas piezas…

 

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En sus recientes exploraciones iconográficas, como en toda su obra precedente, el artista  rastrea sus personalísimas obsesiones. Y al consagrar sobre el lienzo o la cartulina sus intensas soledades lo hace, además, adentrándose en su entorno, con el fin de mostrar personajes del color local, insinuados o fehacientemente reflejados en sus trabajos. Así se aventura a seguirse, sin descanso, un día tras otro;  tal vez, en ocasiones, un poco descuidado en la reiteración de los temas de aquellos discursos que más le han atraído o que más han ganado la atención de los espectadores.

Con el pesar de algunos de sus detractores, Silvestre, quiérase o no, remueve nuestra geología interior, buscando lo condenado, lo proscrito, lo perverso, los bajos fondos… En ellos encuentra simpáticas y alucinadoras vetas de inspiración, que luego disfrutamos mediante un entretejido de pérfidos desciframientos humanos, en los que el poder del ritmo y de lo sensual anida delirios por el goce y lo erótico; asuntos que, aunque no únicos, preponderan el barroquismo de su producción iconográfica. Tales sortilegios del pensamiento humano solamente pueden ser originados por la absoluta libertad con que este hombre siempre ha creado y ha trascendido más allá de las fronteras de la isla como latiente exponente del auténtico humor criollo.

Y si el origen de la caricatura nació en el Siglo XV con las guerras y enfrentamientos entre luteranos y católicos, la batalla “silvestriana” en esta otra parte del mundo, a más de 600 años de distancia, ha llegado al otoño existencial del también maestro de varias generaciones de creadores, inmerso en otra batalla: que su personalísimo estilo, mordaz y crítico  —propio de la cambiante modernidad en que vivimos—, sea institucionalmente reconocido como lo que es: un arte auténtico, con gran arraigo popular e intensamente cubano.

 

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Pero, a pesar de las adversidades, Silvestre continúa siendo un pintor imprescindible para su gente de Bauta, entre ella los directivos del Gobierno y de la dirección municipal de Cultura, quienes valoran altamente su obra como testimonio del espíritu de ese lugar y de toda la provincia de Artemisa.

También diseñador, ilustrador y destacado promotor cultural, este buen amigo es fundador del evento Botella al mar, como parte del Festival internacional de poesía de La Habana, amén de sus febriles colaboraciones con el Proyecto imagen.

De formación casi autodidacta, alegre, enamoradizo y querido hombre de su pueblo, Silvestre comenzó sus primeros pasos en el mundo de las artes visuales durante su infancia en la localidad de Guayabal, bajo la tutela de quien fuera su primer profesor, el excelente y escasamente conocido pintor y escultor Ricardo Gómez Amador. Poco después, en la adolescencia y juventud, estudió dibujo técnico y arquitectónico —de donde le viene ese convincente dominio del espacio—, entre otras especialidades menos acordes al arte, pero enriquecedoras de su experiencia personal.

Y digo que es “casi” un autodidacta  —condición que él se adjudica—, porque, además de los estudios anteriormente mencionados, hay que subrayar su admisión, en 1975, como educando de la muy selectiva Academia de Artes Plásticas San Alejandro, donde fue avezado  alumno hasta que dos años después, en 1977, el deber patriótico fue más fuerte que el personal deseo de satisfacer su gran pasión por el arte: entonces se marchó a cumplir misión como combatiente internacionalista en Ángola.

A través de sus iconografías reiremos, y también reflexionaremos, con imágenes emergidas de la pincelada libre y picaresca, de la contagiosa armonía de los las manchas, las líneas y los colores, muchas veces apuntalados con textos muy bien seleccionados por el autor.

Su obra insta al espectador a olvidar, por un instante, los tabúes morales, la intolerancia y el temor de vernos reflejados en alguna que otra pieza de quien, en deshonra de su milenario y casto nombre, más tiene de Diablo que de Ángel.

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